Los Ángeles California considerada por muchos entre una de las mejores ciudades para vivir y donde la gran diversidad cultural se hace presente.
¿Cómo puede ser que en un mismo día me encuentre al actor hollywoodense Collin Farrell y conozca a un carnicero que no come carne?
He llegado a Los Ángeles.
A las pocas semanas de haber arribado a la ciudad que es mi nuevo hogar, me topé con el intérprete irlandés en el estacionamiento de un supermercado.
Seguí en estado de shock cuando el amable muchacho que me despachaba la carne me confesó que desde que se convirtió a vegano es más feliz.
“Y aquí (en Los Ángeles) es más fácil, ¿sabes? La gente entiende esas cosas”, me dijo.
Toparse a menudo con celebridades de fama internacional en lugares cotidianos y conocer personas con modos “alternativos” de vida es común en esta ciudad, aunque me impacte como recién llegada desde Miami.
La ciudad es enorme y, a primera vista, resaltan los lugares que hemos visto en las películas: Beverly Hills, el famoso aviso de Hollywood en las colinas, el paseo de las estrellas en el bulevar de Hollywood…
Pero quienes viven aquí dicen que Los Ángeles es “mucho más que eso” y que, de hecho, “eso” es lo menos “cool”.
Me han hablado de una metrópolis que es un paraíso culinario en el que, además, hay fiestas por doquier, decenas de espacios verdes y se puede “ver a tu banda favorita más veces de lo que tu cartera estaba preparada”.
Así me dijo Greta, quien llegó de Caracas a esta ciudad hace siete años y me asegura que este es el lugar del “trendsetting“, es decir, donde se originan las modas.
Me da ejemplos que rayan en lo excéntrico: pagar para que te hablen al oído extraños en un cuarto relajante, clases de yoga con cabras bebés, convenciones de sirenas y cafés con componentes de cannabis.
Con el auge de los “influencers” en los últimos años, esas personas que acumulan miles de seguidores en redes sociales, Los Ángeles se ha vuelto una tierra fértil en la que estos parecen multiplicarse.
Caminando por Silver Lake, un caro vecindario lleno de hipsters y de cafés con decoración vintage, esquivé en las aceras a jóvenes distraídas tomándose selfies y grabando videos de su “vida cotidiana” en la ciudad.
Liberal y diversa
Más allá de las modas, puedo entender por qué esta es una de las ciudades predilectas de los liberales.
En las pocas semanas que llevo aquí he visto cosas que nunca encontré en los casi tres años que pasé en Miami, la primera ciudad que me acogió en Estados Unidos.
Mujeres transgénero caminando por la calle, personas fumando marihuana sin esconderse en un concierto familiar, profesionales llevando a sus perros a sus oficinas, tacos mexicanos hechos con barbacoa coreana, que me pregunten en casi todos los restaurantes si tengo alguna restricción en mi dieta…
Como me explicaba el carnicero vegano, parece que en la segunda ciudad más poblada del país -con casi cuatro millones de habitantes-, la gente por lo general entiende y exalta las diferencias.
Fue la impresión que me dio durante uno de mis primeros paseos, en el que me topé con barrios con nombres como Koreatown, Little Armenia, Filipinotown y Thai Town.
También con East Los Angeles, que aunque no lo dice su nombre, tiene una población latina del 97%, según cifras del año pasado del censo de Estados Unidos.
Pero así como me han sorprendido gratamente estos rasgos de la ciudad, hay otras cosas que no necesariamente encajan en mi definición personal de “cool”.
Un ejemplo es la poca presencia de latinos que he notado en algunas de las zonas más cosmopolitas de la ciudad.
Especialmente porque los hispanos representan casi la mitad de la población de la ciudad de Los Ángeles.
Los que he conocido en Hollywood, por ejemplo, son trabajadores del sector de los servicios que, al acabar su jornada, se marchan a otros vecindarios, a menudo lejos de allí.
Lo hablé con Ricardo, un técnico mexicano que se crió aquí y se dedica a instalar servicios de cable en casas por todo Los Ángeles.
Cuando visitó la mía en Hollywood y le pregunté qué tal le parecía la zona, me contestó: “Definitivamente estás en un barrio de blancos” y continuó con una aseveración aplastante.
“Acá (en Los Ángeles) hay gente de todos lados, pero es muy raro que se mezclen”.
Quizá esa ausencia de mezcla que acotó Ricardo tiene que ver con el alto costo de la vida, especialmente de la vivienda.
Es común escuchar que profesionales solteros y con empleos fijos comparten la renta con más de una persona, pues su solo ingreso no les permite pagarla.
“Es la ironía de este lugar”, me comentaba una amiga que vive aquí hace dos años. “Conoces a gente con trabajos ‘cool’ en empresas de tecnología o de entretenimiento, pero aun así no les alcanza el dinero”.
El estilo de vida deseado por muchos a menudo implica rebuscarse en el tiempo libre con trabajos de meseros, choferes de Uber, paseadores de perros o cuidadores de niños. O todo junto.
Las cifras hablan solas. El alquiler de un departamento de una habitación en el condado de Los Ángeles cuesta, en promedio, poco más de US$2.000, según el sitio web especializado Rent Café.
Mientras que el ingreso anual promedio para una persona, de acuerdo a cifras de 2016 del censo nacional, es de casi US$30.000.
Es decir, alguien que desee vivir solo en esta ciudad debe destinar casi la totalidad de su salario a la vivienda. Nada fácil.
El aumento sostenido del costo de la vida ha sido señalado por autoridades y organizaciones como una de las causas de una crisis de indigencia, que ubica a Los Ángeles como la ciudad de EE.UU. donde más personas viven en la calle.
Muchos de ellos sufren de enfermedades mentales y de problemas de abuso de drogas.
Una realidad que hace difícil caminar tranquilamente por algunas zonas de la ciudad.
En menos de un mes aquí, dos personas en situación de calle me han gritado o han intentado agredirme físicamente, lo que me ha hecho estar en un constante estado de alerta.
Incluso en el edificio donde vivo, en una zona residencial considerada como segura, presencié el arresto de un hombre que llevaba una máscara con forma de gato al que la policía acusó de violar la propiedad privada.
Pese a ello, personas que he conocido en este breve tiempo provenientes de otras ciudades tan lejanas como Boston o Nueva York, no hacen sino hablarme bien de Los Ángeles.
Como Cynthia, una maestra de yoga que me contó que hace 15 años vino desde la costa este a California y más nunca miró atrás.
“No tener que pensar en mover nieve con una pala y pasar frío por meses es un gran alivio”, me dijo.
Estoy segura de que muchos piensan como ella.
Casualmente son los que no son de aquí o vienen de otros países quienes me han hablado mejor de la ciudad.
Lo contrario de Gabe, un californiano conversador que forma parte del personal de seguridad del edificio en el que trabajo.
Ante mi pregunta sobre qué opina de Los Ángeles me dice: “Es abrumador, hay mucho tráfico, mucha ambición”.
Le respondo que no creo que sea una característica particular de aquí, sino de muchas ciudades grandes del mundo.
“Pero aquí tienes a ese monstruo que es la industria del cine, querida, y que puede comerte vivo“, respondió.
Sonrío y le digo que, aunque no soy actriz, me he sentido abrumada desde el primer día que aterricé aquí.
“Es extraño”, me responde, “escuchas muchas quejas de Los Ángeles pero al final nadie se quiere ir”.