Gerardo Lissardy / BBC News Mundo, Nueva York
Un nuevo artilugio ha conquistado por sorpresa a las grandes ciudades de Estados Unidos, simpático y práctico para algunos, problemático para otros: el monopatín eléctrico.
Desde California hasta Nueva York, estos pequeños vehículos motorizados se han vuelto de pronto parte del paisaje urbano de un país que otrora concibió la cultura de los grandes autos.
Detrás de la moda de monopatines eléctricos hay personas que los adoptan como transporte alternativo en urbes abarrotadas, y empresas incipientes que los alquilan como servicio compartido.
Su uso “está despegando muy rápido”, dice Regina Clewlow, experta en temas de transporte y directora ejecutiva de Populus, firma que indaga cómo la gente se moviliza en áreas metropolitanas.
Un estudio reciente de Populus indicó que 70% de los habitantes de grandes ciudades de EE.UU. ven de forma positiva los monopatines eléctricos y 3,6% dicen ya haberlos usado.
Esta tasa de adopción “es relativamente alta porque (la opción) ha existido por menos de 12 meses y a los servicios compartidos de autos les llevó unos 12 años lograr cerca de 3% de gente que los usa”, explica Clewlow a BBC Mundo.
Sin embargo, estos vehículos que para muchos parecen inofensivos y hasta evocan tiempos de infancia, también generan polémica.
Una pregunta básica que surgió con la llegada de miles de monopatines eléctricos a las ciudades de EE.UU. es hasta qué punto debe regularse su uso.
La cuestión se exacerbó con el surgimiento de compañías que ofrecen flotas de los mini vehículos con rastreadores GPS a clientes que detectan su ubicación y los desbloquean con aplicaciones de teléfonos, pagando por su uso.
“Los monopatines eléctricos no tienen un carril dedicado a ellos en este momento”, dice Sarah Kaufman, especialista del Centro Rudin para Transporte en la Universidad de Nueva York (NYU).
“Las aceras están construidas para caminar y las bici sendas para bicicletas. Los monopatines van a velocidades entre estos dos modos, por lo que se los ve como estando en el lugar equivocado“, añade Kaufman en diálogo con BBC Mundo.
Al tema de la seguridad se añadió otro de obstáculos para los peatones, ya que en algunas ciudades los monopatines de servicio compartido comenzaron a ser estacionados en medio de aceras o entradas de edificios, irritando a muchos.
San Francisco cortó el asunto de raíz en junio: ordenó a las tres empresas que operaban allí sin autorización explícita retirar esos vehículos eléctricos de las calles, mientras desarrolla un programa de permisos para que brinden el servicio con ciertas limitaciones.
Otras ciudades están optando por soluciones similares, mientras que Washington DC implementó un programa piloto que contempla hasta 400 monopatines eléctricos por empresa.
Nueva York, en cambio, considera este tipo de vehículos “ilegales”, pasibles de multas y hasta confiscación, aunque por ahora las autoridades evitan perseguirlos y hay cada vez más en las calles.
“Es una buena alternativa al metro, que es un desastre”, dice en una avenida de Manhattan David, sin revelar su apellido debido a la ilegalidad de su monopatín eléctrico, que monta a diario para ir a trabajar en la sede de las Naciones Unidas.
Aún está por verse si los monopatines eléctricos son una moda pasajera en EE.UU. o lograrán afianzarse como alternativa al transporte clásico de grandes urbes.
“Los monopatines atienden realmente la necesidad de viajes entre una y tres millas (entre 1,6 y 4,8 kilómetros aproximadamente), que son demasiado largos para caminar y probablemente cortos para un taxi o Uber”, señala Kaufman.
Quienes los usan destacan que son fáciles de conducir, versátiles y, a diferencia de las bicicletas, casi no requieren esfuerzo físico y pueden emplearse con cualquier vestimenta.
El estudio de Populus encontró que entre los usuarios de monopatines hay un balance mayor de hombre y mujeres que entre los clientes de servicios de bicis compartidas, que son mayoritariamente hombres.
Por lo pronto, hay inversores —muchos de ellos de capitales de riesgo— dispuestos a apoyar este negocio que se expande a ritmo llamativo en EE.UU. y otros países.
Solo este año y hasta comienzos de julio, las nuevas empresas de alquiler de monopatines y bicicletas alrededor del mundo recibieron fondos por US$3.535 millones, según un análisis de la firma CB Insights.
La compañía de servicio compartido de monopatines Bird, con sede en California y fundada el año pasado por un ex ejecutivo de Uber, ha sido valorada en US$2.000 millones.
Pero otros inversores se mantienen al margen del incipiente mercado, ya sea a la espera de mayor seguridad para hacer la apuesta o por sospechar que se ha sobrevalorado su potencial.
Las dudas van más allá de cómo las regulaciones afectarán su desarrollo, y rozan temas como la vida útil que tienen los monopatines de alquiler, que pueden sufrir incluso actos de vandalismo como los reportados en San Francisco este año.
De todos modos, probablemente los habitantes de grandes ciudades tendrán la última palabra, ya sea para el fracaso o éxito masivo de los diminutos vehículos.
“Es muy temprano para entender la tecnología”, dice Clewlow, “pero las tasas de crecimiento son bastante impresionantes”.