Hace un año, Charlottesville, una tranquila ciudad en el Estado de Virginia se convirtió en escenario de conflictos raciales y el centro de la polémica por una serie de protestas a raíz del retiro de una estatua.
“¿Si las cosas han cambiado en Charlottesville? Depende si le preguntas a una persona rica y blanca o a una que no lo es”.
La afirmación es de la madre de Heather Heyer, la joven de 32 años que murió hace un año atropellada por un auto que se abalanzó sobre una multitud de contramanifestantes tras una marcha de grupos de extrema derecha organizada en este pequeño municipio de Estados Unidos.
Charlottesville conmemora este 12 de agosto el primer aniversario de aquellos enfrentamientos cuyo desenlace —y posterior gestión política— conmocionó a todo el país y dejó en evidencia las importantes diferencias raciales que aún persisten.
El origen de la manifestación ultranacionalista fue la decisión de esta localidad del estado de Virginia de retirar una estatua del general confederado Robert E. Lee.
El debate ya había llegado a otras ciudades. Quienes se oponen a los monumentos confederados, el bando que defendió la esclavitud en la guerra civil del siglo XIX, los consideran un símbolo del racismo; mientras que quienes los defienden argumentan que recuerdan la historia del país.
Pero fue Charlottesville, una tranquila ciudad universitaria de mayoría liberal cercana a la antigua capital de la Confederación, la que se convirtió hace doce meses en el epicentro y símbolo de estas posturas enfrentadas.
El plan para eliminar los monumentos confederados en la ciudad nació a partir de la petición de Zyahna Bryant, una activista adolescente.
“Tenía que escribir una redacción para la escuela sobre algo que pudiera cambiarse y pensé sobre los espacios públicos en la ciudad. Creía importante llamar la atención sobre cómo los símbolos confederados son violentos y lo que representan para la gente de color”, recuerda la joven.
Wes Bellamy, exvicealcalde de la ciudad, recuerda cómo fue insultado cuando comenzó a hablar sobre la retirada de las estatuas. “La gente odiaba oír hablar de eso. Me decían: ‘Vamos a ir a por ti, negro’, ese tipo de cosas”.
Charles Weber, un abogado de la ciudad contrario a la eliminación de las estatuas, opina que la alcaldía no tenía autoridad para hacerlo.
“Además de ser magníficas obras de arte y lugares de belleza para la ciudad, las estatuas son un monumento a los veteranos de guerra. No está en el ADN de Estados Unidos negar su propia historia”, alega.
“Esas estatuas se colocaron en la década de 1920 con el fin de destacar al público blanco y todavía están allí para la iluminación de los blancos. ¿Y ahora es porque no quieren olvidar la historia?”, se pregunta Jalane Schmidt, profesora de la Universidad de Virginia y miembro de Black Lives Matter, un movimiento contra la violencia hacia las personas negras.
Schmidt recuerda cómo en enero de 2017, el alcalde de la ciudad Mike Signer declaró que Charlottesville era “la capital de la resistencia” frente a las políticas de Donald Trump. “La gente vitoreaba. Aquello fue memorable para muchos, pero también nos puso una diana en la espalda”.
En las semanas siguientes, grupos de extrema derecha comenzaron a fijar su mirada en Charlottesville y en lo que estaba ocurriendo en la que en 2014 fue elegida como “la ciudad más feliz de Estados Unidos”.
Fue entonces cuando un graduado de la Universidad de Virginia llamado Jason Kessler decidió convocar allí la marcha “Unite the Right” (Derecha Unida).
Preguntado por qué eligió Charlottesville, dice que realmente nunca le interesó la política local de esta ciudad, pero creía que su polémica por la estatua era “simbólica de un montón de cosas sucediendo en la sociedad”.
Agrega que no se considera a sí mismo un supremacista blanco, sino “un activista por los derechos humanos y civiles, enfocados en la población caucásica”.
Tras conocerse la convocatoria de esta protesta, grupos contrarios organizaron una marcha paralela para mostrar su desacuerdo.
“Decidimos solicitar permisos para hacer contraprotestas. Estábamos en una batalla por el alma de Estados Unidos en este punto y pensé que era hora de que la gente diera un paso adelante”, cuenta Walt Heinecke, profesor de la Universidad de Virginia.
Ya en los días previos a la manifestación, Charlottesville se sentía como una especie de ‘olla a presión’. “Era como que se acercaba un huracán”, recuerdan algunos residentes para explicar aquella tensión previa.
“Habíamos monitoreado mensajes en redes sociales de la extrema derecha en los que detallaban sus planes para aquel fin de semana, de incitar a una guerra racial en el país. Así que sabíamos que sería terrible”, explica Brenda Brown-Grooms, reverenda de la ciudad.
Sin embargo, organizaciones y activistas denunciaron que las autoridades no hicieron caso a las advertencias.
“Hicimos seis informes, los presentamos a la policía, al ayuntamiento, a cualquiera que escuchara. Dijimos: ‘Esta no es una manifestación a favor de la Primera Enmienda. Literalmente, vienen a matarnos‘“, relata Jalane Schmidt,
Un informe oficial condenó después a las autoridades de la ciudad por no tomar las medidas adecuadas y a la policía por no actuar cuando los enfrentamientos degeneraron en un caos.
El 11 de agosto por la noche ya comenzaron las protestas de manifestantes supremacistas que salieron a las calles cantando consignas racistas y portando antorchas.
“El uso de antorchas es una táctica de protesta que ha sido utilizada por todo tipo de personas. Pensar que el KKK lo inventó es escandaloso”, asegura Kessler.
La activista Schmidt recuerda con miedo aquellos momentos. “El predicador entró a la iglesia donde estábamos y dijo que fuera había nazis con antorchas, había cientos de ellos. Hubo mucha confusión. Pensamos que tal vez venían a la iglesia para incendiarla. Fue horrible”.
El ambiente ya estaba muy caldeado para el sábado 12 de agosto, fecha de la convocatoria oficial de las protestas.
Ese día, el parque de la Emancipación de Charlottesville estaba destinado a ser el centro neurálgico de las marchas.
Desde las 7:30 a. m., manifestantes de uno y otro bando comenzaron a circular por las calles cercanas. La tensión ya era palpable, pese a que las protestas no comenzaban hasta mediodía.
Algunos testigos describen cómo los grupos supremacistas llegaron al parque armados con palos y escudos, equipados con cascos de béisbol y gritando “Lo blanco es lo correcto” y otros vítores similares.
Ezé Amos, fotógrafo independiente, recuerda aquellos momentos.
“Vi el primer grupo de seguidores de Alt-Right que marchaban. Me dijeron algunas cosas, me llamaron negro. Un tipo altísimo con una camiseta con una swastika y la imagen de Hitler me dio un puñetazo en la cara delante de la policía. No hicieron absolutamente nada”.
Las barreras dispuestas en el parque para separar ambos grupos pronto fueron derribadas. Las personas se mezclaron y comenzaron a sobrevolar botellas y otros objetos.
“Era claro que no se estaba haciendo nada por separar a ambos bandos. Había casi permiso para participar en los actos violentos”, asegura Claire Gastañaga, directora ejecutiva de la Unión de Libertades Civiles Estadounidenses de Virginia.
Entre la muchedumbre, se pudo ver a algunos hombres vestidos de civil o de militar con grandes armas. Eran miembros de la Milicia Ligera de Pensilvania, a quienes activistas acusaron con su presencia de fomentar la confusión y el miedo entre los manifestantes.
“Los grupos de milicianos afirmaron que solo estaban allí para mantener la paz, pero todos vestían de camuflaje y equipo militar, y portaban rifles y pistolas. Se sumó a la sensación de hostilidad”, asegura Ryan Kelly, fotógrafo del medio Daily Progress.
“La razón de que estuviéramos allí no tenía nada que ver con la supremacía blanca: yo estoy totalmente en desacuerdo con su mensaje. Pero tenían derecho a decir lo que quisieran y los contra manifestantes también tenían ese derecho, y es por eso que estábamos allí”, responde Christian Yingling, miembro de esta milicia.
Horas después, las personas concentradas eran una multitud y la hostilidad no cesaba. Testigos aseguran que la presencia policial en la zona era enorme, pero los agentes no actuaron.
¿”Por qué no nos protegen, por que no nos ayudan?”, gritaban algunos contramanifestantes. La situación empeoró hasta que la policía dio un paso al frente y dijo que la manifestación no estaba permitida, por lo que la gente comenzó a dispersarse.
Pero el episodio más trágico y recordado de aquellas manifestaciones aún estaba por llegar.
El sábado por la tarde, un participante en la marcha de nacionalistas blancos atropelló intencionadamente con su auto y en varias ocasiones a un grupo de contramanifestantes. La crueldad de aquellas imágenes dio la vuelta al mundo.
“Estaba tomando fotos en Fourth Street y estaba tranquilo, era lo más tranquilo que había visto en todo el día. Fue en ese preciso segundo cuando un auto pasó a toda velocidad por la calle. Por instinto, agarré mi cámara”, recuerda el fotógrafo Ryan Kelly.
Brennan Gilmore, vecino de Charlottesville, relata: “Escuché la aceleración de un auto, miré a mi alrededor y vi un vehículo que ‘volaba’ por la calle. Era evidente lo que estaba pasando por la forma en que conducía. La imagen era horrible, el sonido era repugnante”.
Heather Heyer, una mujer de 32 años, murió atropellada y otras 19 resultaron heridas. James A. Fields, de 20 años, fue detenido y acusado de asesinato.
Susan, la madre de Heather, asegura que su hija fue ese día a la marcha para decir: ‘Esta es nuestra ciudad, salgan, esto es lo que creemos. Si no les gusta, váyanse’.
Y también para mantenerse firme junto a sus amigos en la comunidad y defender que las vidas negras sí importan.
El pánico y la confusión se apoderó de todos los presentes.
“En ese momento pensé que saldría y comenzaría a disparar a la gente. Mi instinto fue correr hacia el auto, hacia el atacante. Saqué brevemente mi arma, así que estaba lista en caso de que saliera disparando. Afortunadamente, no lo hizo”, cuenta Emily Gorcenski, una activista local presente en el atropello.
Poco después, la polémica saltó de Charlottesville a la Casa Blanca gracias a la controvertida valoración de lo sucedido por parte de Donald Trump.
Cuando se refirió por primera vez a los enfrentamientos, el presidente estadounidense condenó lo que llamó la violencia de “muchos lados” sin rechazar explícitamente las acciones de la extrema derecha, lo que le valió duras críticas tanto de demócratas como republicanos.
No fue hasta 48 horas después que hizo pública una condena del supremacismo blanco escrupulosamente preparada. Pero un día después, volvió a insistir en que“ambos bandos” tenían la culpa.
“La esperanza era que seguramente el presidente diría algo apropiado. Que dijera ‘Esto no es lo que somos’. O ‘El racismo es malo’, tal vez. ¿O que estamos en contra de la supremacía blanca?”, dice Christine Emba, editora de opinión de The Washington Post.
“En el ambiente del sensacionalismo y de culpar solo a un lado, fue bueno escuchar al presidente mencionar que teníamos una autorización (para manifestarse). La gente no sabe eso”, dice sin embargo el convocante de la marcha, Jason Kessler.
“Me llamaron de la oficina de Trump mientras estaba en el funeral y tenía mi teléfono apagado. Encendí las noticias y lo escuché decir que había buenas personas en ambos lados y pensé: no quiero hablar con él”, asegura la madre de Heather.
“Creo que, un año después, aquel permanece como uno de los peores momentos del mandato del presidente Trump”, afirma Jordan Fabian, corresponsal en la Casa Blanca de The Hill.
Hoy, Charlottesville tiene como alcaldesa a Nikuyah Walker, quien se encontraba entre los contramanifestantes hace un año y es la primera mujer negra al frente de la ciudad. Muchos vecinos ven cierto progreso a partir de las heridas de aquel trágico fin de semana.
Pero otros continúan viendo una cruda desigualdad racial que apenas ha cambiado. Las estatuas confederadas, por otra parte, nunca fueron retiradas.
“Lo que sucedió aumentó la sensación de que realmente no hemos tenido las conversaciones necesarias sobre raza en Estados Unidos. Hay una gran necesidad de eso”, dice Claire Gastañaga de la rama de Virgina de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, en inglés).
¿Han cambiado las cosas en Charlottesville?
“Depende de a quien le preguntes. Si le preguntas a una persona blanca rica, la ciudad es maravillosa y siempre ha sido maravillosa. Si le preguntas a alguien que no es rico ni blanco, obtendrías una perspectiva diferente”, reflexiona Susan Bro, la madre de Heather Heyer.
“El 12 de agosto no fue el comienzo ni el final de la situación que se vive aquí”, agrega.
Hay incertidumbre ante lo que pueda ocurrir en Charlottesville este año. De momento, la ciudad decidió declarar el estado de emergencia ante el primer aniversario de aquellos tristemente famosos disturbios.