Mónica tiene apenas 15 años, pero dice que lleva toda la vida esperando por este momento.
Es un sábado caluroso en la ciudad de Los Ángeles y la adolescente por fin se ve convertida en lo que anhelaba ser, así fuese por un día: una princesa.
Lleva un vestido abultado de tul celeste, su pelo está arreglado con minuciosas ondas y el maquillaje la hace ver mayor. Mientras entra a la capilla, turistas y caminantes le piden sacarse fotos con ella.
Pero ser “princesa” viene con un precio, a menudo sobre los miles de dólares.
“Gastamos casi US$9.000 y trabajamos horas extra durante un año completo para esto”, cuenta su madre, Adriana, que es gerente en una empresa de préstamos a corto plazo.
“Es una tradición hispana que tenemos de nacimiento y cuando tenemos hijas celebramos sus quinces”, dice con una sonrisa.
A esa tradición le llaman “Quinceañera” y se celebra con distintos matices en la mayoría de los países latinoamericanos.
Pero en México es especialmente rimbombante y además de la fiesta se celebra una misa católica en la que el sacerdote bendice a la adolescente en su camino hacia la adultez.
En Estados Unidos, lejos de perderse, la costumbre está muy vigente, especialmente en el oeste y centro-oeste del país, donde las comunidades mexicanas y centroamericanas son numerosas.
En el país norteamericano, además, se ha desarrollado una industria millonaria en torno al festejo que, según señalan conocedores, supera a la existente en México.
El gasto promedio de una sola celebración está entre los US$10.000 y US$15.000, apunta Norma Capitanachi, directora en Los Ángeles de la revista Quinceañeras Magazine, quien además organiza una feria anual de productos dedicados exclusivamente a este evento.
Con esa suma, podría invertirse en un automóvil o en un fondo para la matrícula universitaria en el futuro, pero muchos prefieren destinarlo a este evento.
“La propia industria ha inventado nuevas tradiciones: carruajes con caballos, robots, dj’s con bailarinas, arreglos florales carísimos. Quien tiene más dinero, pues invierte más”, explica.
Mónica desfila por el pasillo de la capilla y todos se levantan a rendirle reverencia. Si su vestido fuese blanco, podría pensarse que es una novia y no una quinceañera.
El templo que escogió para hacer la misa no es cualquiera. La iglesia Nuestra Señora Reina de Los Ángeles, en el centro de la ciudad, tiene una larga tradición recibiendo a adolescentes que cumplen 15 y, por eso, es uno de los sitios más demandados.
Reservar la capilla para ella sola durante unos 45 minutos costó US$600, pero Adriana dice que valió la pena, pues siempre tuvo el anhelo de que su hija recibiera la misa de sus 15 años en ese lugar.
“Acá hice la primera comunión y la confirmación. Es un lugar importante para la familia”, me cuenta.
Tanto así, que se trasladaron desde la ciudad de Las Vegas, donde residen, a Los Ángeles, para celebrar el cumpleaños en este lugar.
“Pediremos a la Virgen por ti que hoy haces tu consagración”, le dijo el cura a la joven. “Sé obediente con tus padres; tienes derechos pero también obligaciones”, prosiguió en su discurso.
Dejada atrás la solemnidad, Mónica se subió a una limosina con su familia y después compartió con amigas en un party bus, una furgoneta acondicionada con música.
De noche y ya en el salón, donde la esperaban poco más de 150 invitados, la acompaño en un recorrido por el sitio, decorado con centros de mesa de flores azules y un pastel de tres pisos.
Me señala una canasta llena de decenas de miniaturas de vírgenes de Guadalupe y me explica que son recuerdos “para los padrinos” al finalizar la fiesta.
Su abuelo Juan, de 60 años y que trabaja como mesero de banquetes, asumió los costos más altos de la celebración. Pero sin la ayuda de otras 23 personas, no hubieran podido pagarla.
Esos son los padrinos a los que se refiere Mónica. Son familiares y allegados que aportan dinero hasta para lo más mínimo.
“Ayudaron con el salón (que es lo más caro), con el pastel, la limosina, el vestido, que es lo más importante, las zapatillas, la bebida, la comida…”, enumera Mónica.
Entre los servicios que ayudaron a costear está el del fotógrafo Miguel Carrazco, que por unos US$600 acordó hacerles retratos, sesión de fotos y un video de dos horas.
Carrazco es mexicano, lleva seis años en el negocio y los eventos que más hace son las quinceañeras.
“Lo de los padrinos es una costumbre muy típica de los mexicanos, no se ve como una carga para otros familiares ni para los amigos. Hay padrinos hasta de uñas postizas“, dice.
El hermano de Carrazco trabaja exactamente en lo mismo que él, pero en México. Miguel asegura que consigue “muchos más trabajos en Los Ángeles” que su hermano en su país de origen.
“Es muy distinto el poder económico aquí. Es una industria que maneja mucho dinero, y hay gente que se endeuda para poder hacer estas fiestas“.
Mientras bebe un refresco durante un tiempo de descanso, Carrazco recuerda el caso de una clienta que perdió su trabajo justo cuando ya había reservado una celebración “de alto lujo” para su hija en sus 15 años.
Por lo general, se firman contratos con los salones y se penaliza con dinero a los que cancelen su reservación.
“Me tocó a mí llevar a varios de los invitados en mi auto porque no tenían cómo pagar más nada excepto el salón“, cuenta.
Mientras Carrazco vuelve a su jornada, suena de fondo el “Vals de las mariposas”, un clásico en estos festejos, y el animador llama por micrófono a los 23 padrinos para que bailen uno por uno con la cumpleañera y su chambelán (una especie de acompañante de honor), como un reconocimiento a sus aportes.
https://www.youtube.com/watch?v=50IgnVVlLLE
Pero no todas las familias están de acuerdo con recibir ayuda de terceros.
Como Ivette Yuja, una abuela hondureña de 60 años que está aportando US$5.000 al “Quinceañera” de su nieta, aunque su hija está asumiendo el resto de los costos (nada más el salón y la comida suponen US$15.000).
“Los mexicanos buscan padrino para todo. Pero yo digo, si usted quiere hacer una fiesta es porque tiene y puede. Si no, por qué va a estar molestando a la gente”, dice Yuja en una tienda de vestidos en el centro de Los Ángeles.
El almacén es uno de decenas que se reparten a lo largo de varios callejones en pleno centro de Los Ángeles, donde suelen ir las adolescentes a comprar sus vestidos o a mandarlos a hacer a la medida.
Coser uno toma entre dos y tres meses y los clientes pueden gastar hasta US$2.000 solo en el traje, explica Robert Díaz, gerente de la tienda.
A su lado, la nieta de Yuja se prueba su vestido color rosa pálido y sonríe de la emoción. Su abuela, que pagó por el traje, no comparte la algarabía.
“Esto es un gasto innecesario. Se hubiera podido ir a Europa a pasear, o comprarse un carro“, reclama.
“Pero ella dice que es lo que ella quiere y que no es mi fiesta”, sentencia a carcajadas.
Las demandas de fiestas cada vez más grandes y extravagantes han hecho que existan ferias dedicadas exclusivamente a la celebración de los 15 años.
En estados como California y Texas, se organizan eventos en los que, además de vendedores, hay concursos de belleza y rifas.
En el que organizó la revista Quinceañera Magazine a mediados de agosto en Los Ángeles, decenas de familias acudieron en búsqueda de las mejores ofertas, aunque también de las novedades en cuanto a decoración y entretenimiento.
Norma Capitanachi, directora de la revista, dice que la mayoría de los asistentes son de origen mexicano, pero que en los últimos años ha observado un creciente interés de familias afroestadounidenses o de origen europeo, que ni siquiera hablan español.
Atribuye el fenómeno a la exposición que ha tenido la tradición mexicana con la transmisión de reality shows del tema en EE.UU. y el auge en redes sociales de quinceañeras que documentan el evento y ganan miles de seguidores.
“Hay compañías estadounidenses de entretenimiento promoviendo las ‘Quinceañeras’. Adolescentes que no son mexicanas o latinas ven esto y les dicen a sus papás: ‘yo también quiero celebrar mis 15 así'”.
Un ejemplo es AwesomenessTV, una compañía con sede en Los Ángeles que produce contenidos para adolescentes. Entre estos, figura My Dream Quinceañera, que reúne más de 20 temporadas con videos que suman millones de vistas.
“La tradición está lejos de morir aunque aumenten las generaciones de latinos nacidos en Estados Unidos“, apunta Capitanachi.
Mónica y su madre son solo un ejemplo de cómo esta costumbre mexicana sigue muy presente, aunque implique gastar miles de dólares.