Todos los mexicanos crecieron con esta imagen: Agustín de Iturbide, el personaje que en 1821 consumó la Independencia de México, fue un villano.
Una reputación que, durante más de dos siglos, muchos han asumido como bien ganada.
Y es que tras una sangrienta guerra que terminó con la colonia que era la Nueva España, el Dragón de Hierro -como se conocía a Iturbide- tomó una inesperada decisión.
Se proclamó Emperador de México, aunque la monarquía era parte de lo que miles de personas habían combatido durante más de una década.
Esa es, al menos, la historia oficial que se imparte en todas las escuelas del país. Pero algunos creen que no es la versión completa.
Y uno de ellos es Pedro Fernández, autor del libro “Iturbide, el otro padre de la patria”. El escritor insiste en que el país que hoy es México no hubiera sido posible sin el papel del polémico personaje.
Eso, sin embargo, es algo que tampoco se ha reconocido.
Incluso, para la mayoría de los mexicanos, el principal referente sobre el período en que se consumó la independencia es Miguel Hidalgo y Costilla.
Hidalgo fue el sacerdote que empezó una revuelta armada contra el reino de España al amanecer del 16 de septiembre de 1810. Pero fue detenido y fusilado antes de concluir la tarea.
Entonces Iturbide asumió el liderazgo, y aliado con otros líderes insurgentes consiguió la separación del país. Pero eso parece olvidado, insiste Fernández.
“Ese aspecto de traidor siempre lo ha acompañadopor creer que fue un hombre que sólo buscó la independencia para ser emperador”, explica a BBC Mundo.
“Pero cuando leemos su narrativa y sus documentos, vemos un hombre que, al igual que los otros insurgentes, vio los excesos de los españoles de finales del siglo XVIII y principios del XIX”.
Agustín Cosme Damián de Iturbide y Aramburu, el nombre completo del personaje, nació en 1783 en la actual capital del estado de Michoacán, Morelia, que para ese entonces se llamaba Valladolid.
Su familia, una de las más acaudaladas de la región, era parte de la nobleza en la Nueva España.
Pero Iturbide no siguió el camino de la familia, propietaria de comercios y haciendas. En cambio se unió al Ejército Realista donde tuvo una carrera exitosa.
En 1810 supo de las conspiraciones en pro de un movimiento armado para separar al territorio de España.
Sin embargo, el militar no se unió a la insurrección iniciada por el cura Miguel Hidalgo, y por el contrario defendió a Valladolid de los ataques insurgentes.
De hecho, durante los años siguientes fue un implacable perseguidor de los independentistas. Fue en estos años que se le bautizó como “El Dragón de Hierro”.
Pero, según Pedro Fernández, en realidad Iturbide estaba a favor de acabar con el dominio de la Corona española.
Simplemente no estaba de acuerdo con la forma como Hidalgo y José María Morelos y Pavón, el otro líder insurgente, realizaban la guerra.
El ejército que encabezaban era improvisado, a veces sin control y cometía excesos. Y uno de los episodios que lo reflejan fue la batalla por la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato.
Era un granero donde, el 28 de septiembre de 1810, se refugió la población de la ciudad para protegerse de la batalla entre insurgentes y realistas.
Las fuerzas de Hidalgo derrotaron a los militares, pero al tomar el edificio asesinaron a las familias refugiadas.
La masacre restó apoyo al sacerdote entre la población criolla, favorable a la independencia. Entre ellos Agustín de Iturbide.
“Estaba en contra de cómo este ejército formado por el pueblo y sin enseñanza militar llegaba a los pueblos y los saqueaba”, cuenta Pedro Fernández.
Según el investigador, por esas fechas Hidalgo le había ofrecido la faja de teniente general a Iturbide, quien la había rechazado, sosteniendo que “la independencia no se puede conseguir con masacres ni con baños de sangre”.
Paradójicamente el implacable perseguidor de los insurgentes retomó la lucha de Hidalgo en 1820. Una decisión que no fue gratuita.
La Corona lo acusó de corrupción y canceló su mando en el ejército. Y aunque Iturbide evitó ser encarcelado, entendió el trato diferente que había para los nacidos en el país y los peninsulares, originarios de España.
“Es cuando deja de ser realista y empieza a pensar mucho más en la independencia”, recuerda Fernández.
Así, junto con el único líder insurgente que seguía en armas, Vicente Guerrero, formula el Plan de Iguala para separar al territorio de la Península.
Un año después, en septiembre de 1821, se consolidó la independencia. Y en julio de 1822 el Dragón de Hierro fue designado emperador, bajo el nombre de Agustín I.
¿Por qué? Pedro Fernández cree que fue casi inevitable. El país se encontraba en bancarrota tras una década de guerras.
Los criollos e incluso algunos peninsulares seguían con atención la crisis en España, donde el rey Fernando VII fue obligado a jurar la Constitución de Cádiz.
Un gobierno republicano acechaba a la Nueva España y eso significaba perder privilegios. Y en 1821, existía una tendencia favorable a establecer un imperio en el territorio.
Así, cuando Iturbide al frente del Ejército Trigarante asume el control de la capital y se firma el acta de independencia, la idea gana adeptos.
“Estaba claro que una transición mucho más suave de un gobierno a otro era el imperio, al final veníamos de ser un virreinato y era lo que el pueblo conocía”, dice Fernández.
De hecho ése era el plan original. El documento que concreta la separación se llama “Acta de Independencia del Imperio Mexicano”.
Y declara “solemnemente, por medio de la Junta Suprema del Imperio, que es Nación Soberana e Independiente de la antigua España”.
Un imperio era, pues, el destino de México.
Y, en ese escenario, el mejor candidato para encabezarlo era Iturbide, un hombre “inmensamente popular, de alguna u otra forma hubiera terminado siendo emperador”.
Así fue, aunque no de la mejor manera. Una turba –algunos creen que fue pagada- declaró al militar como emperador del país.
Luego amenazó a los diputados para que concretaran el plan, pero el imperio no duró mucho.
El país estaba en bancarrota, a tal nivel que incluso las joyas para la ceremonia de la coronación de Iturbide “eran prestadas, las regresaron al día siguiente (de la ceremonia)”, cuenta Fernández.
Además el emperador “no era político, no había sido educado para gobernar ni tenía experiencia. No supo cómo gobernar la situación. El imperio fue muy malo”, agrega.
En marzo de 1823 Agustín de Iturbide abdicó al imperio y se exilió en Europa. Regresó un año más tarde pero fue detenido y fusilado.
Desde entonces empezó a construirse la mala imagen de Iturbide, en parte por sus acciones pero también por la disputa política y revueltas que caracterizaron el siglo XIX en México.
Hubo algunos episodios emblemáticos, como en 1921, cuando se retiró el nombre del emperador en el muro de la Cámara de Diputados donde se recordaba a los héroes del país.
La imagen se mantuvo en las décadas siguientes, especialmente durante el gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que se proclamaba heredero de la Revolución Mexicana.
En todos los casos se olvidó el papel fundamental de Iturbide para consolidar la independencia, insiste Pedro Fernández.
Algo, que según el historiador, se explica por prácticas que son frecuentes entre los mexicanos.
“Es un país que no cuestiona su historia, consume tal cual lo que se le dice en la escuela”, le dice a BBC Mundo.
“Y hay una tendencia de los mexicanos a seguir viendo todo en blanco y negro: Los héroes tienen que ser pulcros y sin mancha, y los villanos muy malos sin posibilidad de redención”, agrega.
“Además es mucho más fácil ver esta historia como de telenovela y no asumir que todos estos personajes, desde Hidalgo a Iturbide fueron personas de carne y hueso”.