Con la piel pegada a los huesos, un niño pequeño permanece tumbado en una cama de hospital de Yemen, demasiado cansado o hambriento como para llorar. Los médicos, impotentes, aseguran que no pueden hacer nada para ayudarlo.
Naciones Unidas afirmó recientemente que las agencias de ayuda humanitaria están “perdiendo la lucha contra el hambre” en este país, el más pobre del Golfo y arrasado por la guerra.
En las urgencias del hospital Nasr, en la ciudad de Daleh (sudoeste), al pequeño, que nació con una enfermedad neurodegenerativa, le cuesta respirar. Sus músculos están atrofiados, su estómago dilatado y sus minúsculas articulaciones son visibles bajo su débil piel.
Los pacientes padecen “unos sufrimientos horribles”, dice el director del hospital, Mahmud Ali Hasan. “Necesitamos ayuda. Necesitamos una verdadera ayuda”, insiste.
En un informe reciente, la oenegé Save the Children advirtió sobre “una hambruna de una amplitud sin precedentes” en Yemen, que vive la peor crisis humanitaria del mundo, según la ONU.
La ONG calcula que un millón de niños más podrían sufrir hambruna en este país de 27 millones de habitantes, elevando a 5,2 millones el número total de menores amenazados por el hambre.
Según la ONU, 3,5 millones de personas podrían sumarse a los 8 millones de habitantes que ya sufren la falta de alimentos.
La guerra entre el gobierno de Yemen, respaldado por una coalición militar liderada por Arabia Saudita, y los rebeldes hutíes, apoyados por Irán, dejó unos 10.000 muertos desde 2015.
Junto al conflicto, el alza del costo de la vida, la depreciación de la moneda y el bloqueo impuesto a Yemen impiden a millones de habitantes alimentarse correctamente.
Daleh, que se encuentra en una zona favorable al gobierno situada entre la capital Saná, controlada por los rebeldes, y Adén, en el sur y bastión del gobierno, es una ciudad olvidada, según sus habitantes.
En el hospital de Nasr, los enfermeros buscan desesperadamente medios para cuidar a sus pacientes, de los que la mayoría aún no saben leer, atarse los cordones o ni siquiera a andar.
La institución, financiada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), es un salvavidas para la provincia de Daleh, y otros dos vecinos, que totalizan más de 1,5 millones de habitantes.
“Recibimos pacientes de Daleh, pero también de Ibb y de Lahj”, indica el directo del hospital.
“La mayoría de ellos son niños que sufren malnutrición. Cada día llegan tres o cuatro. La sala siempre está llena”, lamenta.
Un bebé, con un pañal demasiado grande para su débil pelvis y mal alimentado, gime mientras los médicos le colocan un tubo por la nariz, para ayudarlo a respirar.
“Necesitamos material médico desesperadamente”, sobre todo ortopédico, explica Hasan a la AFP. “El gobierno y los otros dicen que dicen que intentan [proveernos] pero aún no recibimos nada”.
Según el doctor Ayman Shayef, responsable del servicio de emergencias del hospital, cada semana mueren en su servicio entre tres y cuatro niños. Estos fallecimientos se deben sobre todo a la ausencia de cuidados prenatales y podrían evitarse, en opinión del médico.
“Observamos el alza del número de casos de malnutrición. Daleh es una provincia huérfana. Necesitamos ayuda”.
Katba Ahmed, que vive en la provincia de Hajja (noroeste), viajó hasta el hospital Nasr para ayudar a una amiga a cuidar de su hijo enfermo.
“Un saco de harina cuesta 18.000 riales yemeníes [61 euros; 72 dólares]. Con cuatro personas en casa, ¿cuánto tiempo cree que puede durar, entre desayunos, almuerzos y cenas?”, se pregunta.
Según Ahmed, la ayuda alimentaria de las organizaciones internacionales no llega a la ciudad.
Con información de:“¿Por qué no la recibimos? ¿Por qué estamos desfavorecidos? ¿Por qué nos humillan?”.