Redacción / BBC News Mundo
Muertos, heridos, desaparecidos, detenidos y numerosos condenados por terrorismo. Esas han sido las consecuencias en Nicaragua de cerca de seis meses de protestas en contra del gobierno presidente Daniel Ortega.
Ahora las autoridades nicaragüenses han prohibido cualquier tipo de manifestación sin autorización previa.
Esto, sin embargo, no ha logrado acabar con la ola de protestas que empezó en abril pasado y que el gobierno nicaragüense considera un intento de golpe de Estado.
Esta semana una barra de lápiz labial se convirtió en la nueva e inesperada arma de quienes exigen la salida de Ortega.
En las redes sociales, numerosas mujeres y hombres están compartiendo fotos en las que aparecen con los labios pintados.
#SoyDelPicoRojo, proclaman orgullosos y retadores, utilizando el nombre coloquial con el que los nicaragüenses se refieren a la boca.
Y, a menudo, la imagen va acompañada de un llamado a la liberación de “los presos políticos” o de la etiqueta #SOSNicaragua.
A la improvisada campaña se han sumado numerosos nicaragüenses, incluyendo a algunos que residen en el extranjero, como la activista por los derechos humanos Bianca Jagger y el salsero Luis Enrique.
Y su historia puede ayudar a entender mejor qué está ocurriendo en el país centroamericano, que en pocos meses pasó de presumir ser “el más seguro” de la región a ser objeto de graves denuncias de violaciones de derechos humanos.
La protesta “del pico rojo” nació el domingo pasado en el centro de detención de El Chipote, luego de que la policía arrestara a 38 personas que se habían reunido frente a un centro comercial de Managua para exigir la liberación de los detenidos por el gobierno.
Unas 200 personas han sido acusadas de “actos vandálicos y terrorismo”, entre otros delitos, y al menos 12 ya han sido sentenciadas a penas que van de los 15 a los 24 años de cárcel.
Pero, según estimaciones del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos, el número total de “presos políticos” ya ronda los 500.
Los 38 capturados domingo, sin embargo, eran los primeros en ser arrestados después de que la Policía nicaragüense advirtiera que no se iban a permitir movilizaciones sin su autorización previa.
Entre ellos estaba Marlen Chow, una antigua simpatizante sandinista, quien una vez en El Chipote, decidió utilizar su lápiz labial como forma de protesta.
“Cuando me preguntaron a qué organización pertenecía yo me acordé de que Claribel Alegría, la gran poeta, una vez fundó la Asociación de Mujeres Nicaragüenses Pico Rojo”, relató luego Chow, de 69 años.
“Yo siempre que voy a las marchas llevo mi lápiz labial rojo, así que había sacado mi pintura y les dije a todas las mujeres que se pintaran de rojo los labios. Y entonces dijimos: ‘Somos de la Asociación de Mujeres Nicaragüenses de Pico Rojo’“, contó.
Según Chow, que fue dejada en libertad al día siguiente, su respuesta desconcertó a sus interrogadores, porque les demostró “que no estábamos dispuestos a achumicarnos (atemorizarnos)”.
Pero su sencillo y desafiante gesto también hizo algo más: les dio a los nicaragüenses que protestan contra Ortega una nueva forma de expresar su descontento sin exponerse a la cárcel.
De hecho, el mismo lunes que Chow daba sus declaraciones, nueve habitantes del vecino municipio de Tipitapa fueron condenados a penas de entre 15 y 24 años de cárcel por “terrorismo en prejuicio del Estado de Nicaragua”, por su participación en los bloqueos de carreteras que caracterizaron la primera etapa de las protestas.
Y el martes, tres dirigentes universitarios de Managua – Hansell Vásquez, Kelvin Rodrigo Espinoza y Marlon Fonseca- recibieron una condena de 17 años y seis meses por terrorismo, tráfico de armas y entorpecimiento de servicios públicos.
Los tres estudiantes estaban acusados, entre otras cosas, de haber participado en la quema de la oficialista Radio Ya, uno de los episodios presentados por el gobierno como evidencia del supuesto talante violento de las protestas.
Pero su juicio fue denunciado por sus familiares como injusto, además de “ilegal y arbitrario”, con la madre de uno de los condenados asegurándole a la BBC que los tres jóvenes se encontraban en su casa en el momento del incendio.
“Si ni siquiera nos permiten entrar a los juicios”, se quejó Lilliam Ruíz, cuando se le preguntó si había podido testificar durante el proceso.
Las versiones radicalmente encontradas sobre lo que ha estado ocurriendo en el país durante los últimos seis meses, además de profunda desconfianza en el sistema de justicia, no es lo único que actualmente divide a los nicaragüenses.
Las autoridades solamente reconocer 199 muertos en el marco de las protestas y aseguran que buena parte de los fallecidos eran afines al gobierno.
Las cifras de los organismos nacionales e internacionales de defensa de los derechos humanos van de 322 fallecidos a 512, y todos apuntan al Estado nicaragüense como responsable de la mayoría de las muertes.
Además, tanto la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos han pedido el cese de la represión y la no criminalización de las protestas.
“Las detenciones arbitrarias del domingo han puesto en práctica las amenazas de Ortega de criminalizar a toda persona que se atreva a disentir en contra de su gobierno, y ejercer su derecho a la libertad de reunión y manifestación pacífica”, lamentó también Erika Guevara-Rosas, directora de Amnistía Internacional para las Américas.
Y esa situación también explica por qué muchos nicaragüenses recurren a formas cada vez más creativas para presionar a Ortega.
Las reticencias del sector privado de convocar el paro nacional que reclaman muchos, ha dado lugar a llamados de paros de consumo.
En septiembre pasado, para coincidir con las fiestas de celebración de la independencia, muchas calles se llenaron de globos con los colores azul y blanco, que muchos eligieron lanzar subrepticiamente en lugar de convocar a manifestaciones que pudieran ser atacadas por los grupos paramilitares afines al gobierno.
Y ahora, muchos protestan a través del sencillo acto de pintarse los labios, aunque a Chow le preocupa que la sátira termine variando el sentido político de su gesto, con algunos creando memes en los que aparece el propio Daniel Ortega y varios de sus allegados con la boca pintada.
“El pico rojo debe animar a la gente a seguir está difícil resistencia pacífica y contribuir a sacar del atolladero esta carreta llamada Nicaragua”, opina Chow, quien pertenece al Movimiento Autónomo de Mujeres, una de las principales organizaciones feministas de Nicaragua.
“El pico rojo debe contribuir a que la opinión pública esté clara de la importancia de la creatividad para abrir caminos nacionales e internacionales que coadyuven al derrocamiento de la dictadura”, le dijo a BBC Mundo.