Bolillo es también la manera en la que algunos mexicanos llaman a los ‘gringos’ (estadounidenses), porque dicen que es blanco y sin mucho sabor.
Este Pitbull, diferente a otros perros de su raza que se tira pecho arriba ante cualquier caricia, ha limitado su dieta en los últimos días a los bolillos, un pan de harina de trigo de muy bajo costo.
Junto con la columna humana de 7.000 hondureños, según estimaciones de la ONU, que marchan hacia Estados Unidos en busca de una mejor vida, “Bolillo” ha recorrido más de 800 km desde que salió de Honduras el 13 de octubre pasado.
Atravesó la frontera sur de México nadando por el caudaloso río Suchiate junto a la balsa en la que iba su dueño, Adalberto López, y el lunes incluso se subió a un tráiler como muchos migrantes para ganarle kilómetros al largo camino que aún les falta para llegar a la frontera norte de México.
“Va con el pecho en alto, nadie lo detiene”, dice López, que prefiere esconder su rostro ante la cámara.
López usa doble gorra y pantalones cortos, y dice que decidió traer al perro desde Honduras porque “nadie” lo va a cuidar como él y también para que “conozca otros países”.
“Va a morir conmigo”, dice categórico.
El can ha conocido además a alguna que otra perra mexicana. De hecho este martes tenía cita con una Pitbull llamada Luna en Huixtla, un poblado del sur de México. Sus dueños prometieron a López que si se cruzan, le regalarían dos pollos rostizados.
Pero “Bolillo” ya se ha cruzado varias veces durante el periplo. La última vez fue en Guatemala.
“Ya no quieren a los hondureños, así que él va regando la sangre hondureña”, bromea López acompañado de tres jóvenes y una amiga embarazada. Alrededor, varios migrantes se carcajean.
“Mi perro hace reír a la gente”, comenta López.
Con su pelaje café claro y ojos amarillos, “Bolillo” se gana el cariño de todo aquel con el que se cruza, pero a pesar de ser tan manso, su dueño lo guarda en una jaula por las noches y le pone como correa una larga y gruesa cadena.