Bajar de peso es complicado. No solo porque nos cuesta dejar de comer lo que nos gusta y nos desanimamos cuando los resultados no llegan rápido, sino también porque nuestro cuerpo tiene mecanismos para hacérnoslo más difícil.
La ecuación, a simple vista, parece sencilla: para bajar de peso hay que gastar más calorías de las que se consumen.
Por tanto, si reducimos la carga calórica de nuestras comidas, deberíamos lograr una reducción de peso. Pero no siempre es así.
Y es que la tendencia natural de nuestro cuerpo es quedarse con el peso que tiene, explica en Eldiario.es el divulgador científico Darío Pescador. A esto se le llama homeostasis y es un proceso controlado por el hipotálamo, el centro de control del sistema endocrino del cerebro.
¿Por qué? Pues porque al cuerpo no le gusta perder energía, se explica en uno de los últimos videos de SciShow, un canal de Youtube especializado en ciencia y en el que se señalan algunos de los factores que hacen tan difícil perder peso:
Hormonas como la leptina, que se encuentran en las células grasas del cuerpo, se reducen cuando nos ponemos a dieta.
Un nivel bajo de leptinas en nuestro cuerpo es interpretado por el hipotálamo como inanición, así que este comienza a mandarle señales a nuestro cuerpo de que debe comer más.
Otros órganos también utilizan las hormonas para advertir al cerebro de que no está recibiendo suficiente energía.
El estómago utiliza la grelina, que regula el apetito, para decirle al cerebro que haga mayores ingestas.
Y a su vez, el páncreas reduce la producción de insulina -que regula el azúcar en sangre- y de amilina -que nos aporta esa sensación de saciedad-.
Todas estas hormonas actúan en conjunto para decirle una cosa cosa al cerebro: tenemos hambre.
La eficiencia energética
Si esto no fuera suficiente, nuestro cuerpo reduce el gasto calórico cuando ve que le aportamos menos energía. Es decir, cuanto menos comemos, más nos cuesta quemar calorías.
Los órganos y los músculos se vuelven más eficientes y gastan menos energía para realizar sus funciones vitales, advertidos por el cerebro de que hay una carencia energética.
También buscan energía de otras fuentes y, en lugar de acudir a las reservas de grasa como desearíamos, extraen su energía de los alimentos que ingerimos durante el régimen. La pérdida de grasa resulta tremendamente complicada.
Y si esto no hiciera ya bastante difícil la misión de adelgazar, hay que recordar que nuestro cuerpo también tiene memoria. Y no es algo precisamente bueno a la hora de perder peso.
A las hormonas les cuesta volver a sus niveles de producción normales una vez has abandonado la dieta, así que incluso cuando estás comiendo regularmente, le siguen diciendo al cerebro que tienen hambre.
¿Cuál es la consecuencia? Que comes más. De ahí se explica mucha veces el temido efecto rebote.
Y también permanece el modo de eficiencia energética. Es como si al haber sometido a nuestro cuerpo a dietas anteriores, lo hubiésemos asustado al restringirle de ciertas calorías y ahora no quisiera arriesgarse a gastar demasiadas.
Así que incluso años después de haber abandonado la dieta, nuestro cuerpo sigue siendo lento a la hora de gastar calorías.
Hay además otros factores como los genes, el tipo de comida o incluso ambientales que pueden influir en la facilidad que tenemos de adelgazar, engordar o mantenernos en nuestro peso.