A medida que se acerca el final de la presidencia de Donald Trump, su administración se apresura a llevar a cabo varias ejecuciones federales.
Cinco ejecuciones fueron programadas antes de la toma de posesión del presidente electo Joe Biden el 20 de enero, lo que rompe con un precedente de 130 años de pausar las ejecuciones en medio de una transición presidencial.
Si finalmente las cinco tienen lugar, Trump será el presidente que más ejecuciones impulse en más de un siglo, con 13 desde julio de este año.
Las ejecuciones comenzaron el jueves con la muerte de Brandon Bernard, de 40 años.
Este viernes fue ejecutado Alfred Bourgeois, un hombre que fue condenado a muerte por asesinar a su hija de 2 años en el 2002 en el estado de Texas.
El fiscal general, William Barr, aseguró que su Departamento de Justicia simplemente está cumpliendo con la legislación existente.
Pero sus críticos consideraron que la medida es preocupante, ya que se produce a solo unas semanas de que Biden, que ha dicho que buscará poner fin a la pena de muerte, asuma el cargo.
“Esto realmente se sale de la norma de una manera bastante extrema”, señaló Ngozi Ndulue, directora de investigación del Centro de Información sobre la Pena de Muerte, una organización no partidista.
Esto es lo que se sabe del torrente de ejecuciones de última hora del presidente Trump.
Desde que la Corte Suprema de Estados Unidos restituyó la pena de muerte federal en 1988, las ejecuciones en Estados Unidos llevadas a cabo por el gobierno nacional o federal han sido escasas.
Antes de que Trump asumiera el cargo, solo se habían llevado a cabo tres ejecuciones federales en este período (1988-2016).
Todas se llevaron a cabo bajo el mandato del presidente republicano George W. Bush, e incluyeron al preso Timothy McVeigh, condenado por el atentado con bomba en un edificio federal de la ciudad de Oklahoma.
De hecho, desde 2003 no se ha producido ejecución federal alguna.
Sin embargo, las autoridades de cada estado del país sí que han seguido ejecutando a presos en las cárceles gestionadas por ellas, llegando a un total de 22 el año pasado.
Pero ese tipo de ejecuciones también registran una tendencia a la baja.
Un número cada vez mayor de estados de EE.UU. se ha movilizado para abolir la pena capital por completo, y la mayoría ha prohibido formalmente la práctica o no ha ejecutado a ningún preso en más de una década.
Las encuestas también reflejan que los ciudadanos se alejan cada vez más de la pena capital.
Un sondeo llevado a cabo por Gallup en noviembre de 2019 reveló que el 60% de los estadounidenses prefería la cadena perpetua a la pena de muerte por primera vez desde que comenzó la encuesta hace más de 30 años.
“El apoyo público a la pena de muerte está en su mínimo en décadas”, afirmó Ndulue.
En este tiempo, además, han surgido otros problemas relacionados con los métodos de ejecución, la obtención de medicamentos utilizados para inyecciones letales y los costos de las batallas judiciales y las apelaciones que pueden durar décadas.
En julio de 2019, el fiscal general, William Barr [que en EE.UU. también ejerce de ministro de Justicia], anunció las ejecuciones programadas de cinco condenados a muerte, a pesar de las prácticas y la opinión pública predominante.
“El Congreso autorizó expresamente la pena de muerte”, dijo entonces el máximo funcionario legal del país.
“El Departamento de Justicia defiende el Estado de Derecho, y le debemos a las víctimas y a sus familias llevar adelante la sentencia impuesta por nuestro sistema judicial”.
Los presos seleccionados habían sido condenados por asesinar o violar a niños y ancianos, dijo Barr.
La decisión generó duras críticas por parte de los principales demócratas y grupos en defensa de los derechos humanos.
“Creemos que [la pena de muerte] es un castigo inconstitucionalmente arbitrario que debería haberse abolido hace décadas“, manifestó Lisa Cylar Barrett, directora de políticas del Fondo de Defensa Legal de la organización en defensa de la justicia racial NCAAP.
Además, la selección de los presos llevó a que el Departamento de Justicia fuera acusado de tomar esta decisión por motivos políticos.
La primera serie de ejecuciones este verano, durante una ola de protestas y manifestaciones contra el racismo en Estados Unidos, fueron todas de hombres blancos. En este caso, cuatro de los cinco prisioneros en la lista de ejecuciones programadas son afroestadounidenses.
Ndulue dijo que no creía que fuera “una coincidencia” que no se programara la ejecución de ningún prisionero negro durante el período de “mayor conciencia de las disparidades raciales en torno a la pena de muerte federal”.
Las investigaciones realizadas sugieren que la pena de muerte se ha aplicado de manera diferente en el país por motivos raciales.
“Uno de los hallazgos más contundentes encontrados en un estudio tras otro, en jurisdicciones de todo el país, es que la raza es un factor importante para determinar si se le aplicará la pena de muerte al reo”, dijo Ndulue.
Con la ejecución de Alfred Bourgeois, los 10 presos ejecutados en 2020 suman una cifra total sin igual en la historia moderna.
“Tendríamos que remontarnos a 1896 para encontrar otro año en el que hubiera 10 o más ejecuciones”, dijo la directora de investigación del Centro de Información sobre la Pena de Muerte.
La administración Trump también ha optado por llevar a cabo ejecuciones federales en medio de una transición política, con un presidente al final de su mandato, por primera vez en más de un siglo.
En general, los mandatarios salientes suelen ceder a sus sucesores decisiones de este calado, lo que permite al próximo ocupante de la Casa Blanca marcar el rumbo.
En una entrevista con la agencia de noticias Associated Press, el fiscal general Barr defendió las ejecuciones postelectorales y dijo que probablemente programaría más antes de dejar el Departamento de Justicia.
“Creo que la forma de detener la pena de muerte es derogar la pena de muerte”, dijo. “Pero si pides a los jurados que la impongan, entonces debería llevarse a cabo”.
Sin embargo, es una opción controvertida, especialmente porque la administración entrante de Biden ha dicho que trabajará para poner fin a la pena capital.
La primera ejecución programada, la de Brandon Bernard, ocurrida este 10 de diciembre, ha llamado especialmente la atención.
Condenado por asesinato y secuestro en 1999, Bernard tenía 18 años en el momento del delito y es el condenado más joven en ser ejecutado por el gobierno federal en casi 70 años.
Cinco de los nueve miembros del jurado en el caso de Bernard que aún siguen con vida, así como el fiscal estadounidense que defendió la pena de muerte en la apelación, pidieron públicamente que se detuviera su ejecución.
Trump ha sido un firme defensor de la pena de muerte desde hace mucho tiempo. El equipo de Biden se opone.
La vicepresidenta electa Kamala Harris, en particular, ha sido una constante crítica de esta práctica.
Ya en su exitosa campaña de 2003 para fiscal de distrito de San Francisco se pronunció contra la pena capital y a pesar de la presión dentro de su partido se negó a solicitar la pena de muerte en un caso de asesinato de un agente de policía de 29 años, que estaba de servicio.
El historial del presidente electo es más desigual.
La ley contra el crimen de 1994 de la que Biden fue coautor sumó unos 60 delitos federales que pueden ser penados con la pena de muerte.
Algunos de los condenados a muerte hoy en día fueron sentenciados en virtud de las disposiciones de esa legislación.
Sin embargo, ahora Biden ha prometido impulsar una legislación que elimine por completo las ejecuciones federales y que anime a los estados a hacer lo mismo.
El equipo de Biden subrayó que más de 160 personas condenadas a muerte en Estados Unidos desde 1973 fueron exoneradas posteriormente. Biden aún tiene que elegir su candidato para fiscal general de Estados Unidos.