Este 6 de mayo Londres fue escenario de una ceremonia de coronación después de 70 años.
Tras la muerte de Isabel II el 8 de septiembre pasado, su hijo mayor, Carlos III, fue investido formalmente como jefe de Estado y cabeza de la Iglesia Anglicana. Con él fue coronada Camila, su mujer, como reina.
La coronación de reyes y reinas en la Abadía de Westminster ha sido una tradición desde los días de Guillermo el Conquistador en 1066. Desde entonces se han realizado 39 coronaciones de monarcas británicos en este histórico lugar.
Es una ceremonia llena de pompa, gloria y simbología, que poco ha cambiado en los últimos mil años, e incluye la presentación de los objetos ceremoniales de la realeza, la corona, joyas y vestiduras.
Pero no todas las coronaciones han salido como se habían planeado.
Aquí hay una muestra de cinco veces en que las coronaciones trastabillaron, algunas desastrosamente.
El rey normando Guillermo I, conocido como Guillermo el Conquistador, no podía estar más nervioso el día que fue coronado en la Abadía de Westminster el 25 de diciembre de 1066.
Hacía poco más de dos meses había invadido Inglaterra y derrotado en la cruenta batalla de Hastings al rey anglosajón Harold II, que murió en el combate.
A la cabeza de su ejército invasor, Guillermo marchó raudo hacia Londres, acabando despiadadamente con toda la resistencia que encontró en el camino.
Quería cuanto antes reafirmar su legitimidad al trono y ser investido en la histórica abadía que había construido el admirado rey Eduardo el Confesor que, según Guillermo, le había prometido explícitamente la corona.
Pero el ambiente estaba tenso, así que rodeó el templo con sus tropas. No obstante, en un gesto para demostrar la nueva relación con el pueblo conquistado, la ceremonia se llevó a cabo en francés y en inglés.
Los normandos francófonos y los anglosajones angloparlantes presentes en el recinto vitorearon en aprobación del nuevo rey con gran algarabía.
Los soldados normandos que hacían guardia afuera pensaron que se trataba de un intento de asesinato y empezaron a incendiar las casas alrededor de la abadía. una estrategia común de la época para reprimir levantamientos.
La congregación salió en pánico huyendo del humo, hubo confusión, peleas y saqueos. Entre el caos, los obispos que permanecieron con el rey en la abadía concluyeron rápidamente el ritual de santificación.
Según Orderic Vitalis, un historiador que vivió unos años después de los hechos, “el nuevo rey temblaba de pies a cabeza”.
Jorge era un soberano alemán, elector de Hannover, entonces parte del Sacro Imperio Romano Germánico, que no hablaba una palabra de inglés y nunca había vivido en Gran Bretaña.
Pero era protestante.
Una nueva ley, conocida como el Acta de Establecimiento de 1701, estipulaba que el trono británico sólo podía ser ocupado por protestantes, frustrando así los intentos de facciones disidentes que buscaban proclamar un rey católico.
Fue entonces que, en 1714, Jorge heredó la corona británica por ser el familiar protestante más cercano de la reina Ana, que había muerto sin dejar hijos.
Pero su selección no calmó las divisiones. 56 candidatos católicos con mayores derechos hereditarios que Jorge fueron ignorados.
Jorge I fue coronado el 20 de octubre en la abadía de Westminster, en una ceremonia en latín porque el nuevo rey no entendía inglés y sus ministros no entendían alemán.
Las facciones antiprotestantes y la aristocracia conservadora se ausentaron del evento y hubo revueltas en más de 20 localidades alrededor de Inglaterra.
Cuando los simpatizantes del rey celebraban la coronación con fiestas y hogueras y bebiendo en las tabernas en diferentes partes del país, fueron atacados por revoltosos que gritaban consignas como “¡Malditos forasteros!” y “¡Maten al rey Jorge!”.
Hubo heridos y al menos un muerto a raíz de esos motines.
Jorge I siempre se sintió incómodo con su herencia británica e incompatible con su pueblo. Durante su reinado, pasó el mayor tiempo que pudo en Hannover.
Antes de ascender al trono en 1820, Jorge Augusto Federico, el cuarto rey en fila de la Casa Hannover, ya llevaba casi nueve años fungiendo como príncipe regente, debido a la enfermedad mental que había inhabilitado a su padre, el rey Jorge III.
A pesar de ser una persona culta y encantadora, promotor de las artes y la moda, su comportamiento disoluto le ganó el desprecio de su pueblo.
Como regente y luego como rey, Jorge IV fue conocido por su extravagante estilo de vida. Era bebedor, libertino y acumuló penosas deudas.
La renta que recibía de su padre y otras subvenciones del Parlamento (equivalentes a casi US$15 millones actuales) no le alcanzaban para sus extraordinarios gastos.
Esa exageración se vio reflejada en una magnífica y costosa coronación que sobrepasó US$25 millones de hoy y tomó lugar el 19 de julio de 1821.
Jorge ordenó confeccionar una nueva corona con más de 12.000 diamantes para una ceremonia que incluía un gran banquete para 2.000 invitados y varios espectáculos. Miles más observaban las acciones desde las gradas.
Sin embargo, su esposa, Carolina de Brunswick, había sido excluida de la ceremonia por orden del rey, aunque trató infructuosamente de romper el cordón de seguridad y entrar a la abadía.
El rey, para entonces obeso, avanzado en años y adicto al láudano, sudaba a cántaros en sus pesadas vestimentas de terciopelo, larga peluca enrulada y sombrero de plumas.
Cuando, al final de un largo día, el rey se levantó y abandonó el lugar con parte de su séquito, los nobles que no habían participado en el banquete se abalanzaron sobre las mesas para llevarse las sobras y algunas de las lujosas decoraciones, vajilla y cubiertos.
Fue la última vez que se realizó un banquete dentro de la Abadía de Westminster.
Únicamente el actual rey Carlos III tuvo que esperar más entre bambalinas para ser coronado que Alberto Eduardo, el hijo mayor de la reina Victoria.
Tal vez por eso, como príncipe sin un rol definido, se dedicó a la buena mesa, el vino, las carreras de caballos, trajes elegantes, el juego de azar y las mujeres.
“Nunca podré mirarlo, ni lo miraré, sin estremecerme”, comentó la reina Victoria de su hijo en una ocasión.
Tras heredar el trono en noviembre de 1901, la coronación de Eduardo VII se programó para el 26 de junio de 1902. con invitados que venían de todo el mundo.
Sin embargo, unos días antes, el rey sufrió una apendicitis que evolucionó en peritonitis. Estaba en peligro de morir si no cancelaba el evento y se sometía a una operación inmediata.
Había esperado tanto tiempo ese momento que se negó reiteradamente a posponer la ceremonia, pero finalmente cedió posponer el evento se programó para el siguiente 9 de agosto.
Aunque para entonces el Eduardo VII ya estaba bastante recuperado, el servicio solemne no estuvo libre de percances.
El anciano y casi ciego arzobispo de Canterbury a duras penas podía leer las oraciones y recitó algunos pasajes mal. Además la corona se le deslizó de las manos y la colocó al revés en la cabeza del rey.
Pero no todo son malos recuerdos. Las nuevas cofias para el clero diseñadas especialmente para esta ceremonia, de terciopelo estampado con flores y coronas, siguen siendo utilizadas hasta el presente.
Quien haya visitado la imponente Torre de Londres seguramente habrá escuchado la triste historia de los “Príncipes de la Torre”, cuyos espíritus dicen que rondan los fríos y azarosos corredores de ese fuerte medieval.
Se trata de Eduardo V -nuevo rey de Inglaterra tras la muerte de su padre Eduardo IV en 1483- y de su hermano, el duque de York, que estuvieron alojados en la Torre bajo custodia de su tío Ricardo de Gloucester.
Tras una larga y sangrienta puja dinástica entre las diferentes facciones de la Casa Plantagenet conocida como la “Guerra de las Rosas”, en la que varios pretendientes perdieron la vida, Eduardo V ascendió al trono cuando apenas tenía 12 años.
Por no ser mayor de edad, su tío Ricardo fue nombrado Lord Protector, un cargo que le daba una gran influencia sobre el accionar y el destino del joven monarca.
Pero nunca fue coronado. Tras sólo 86 días como rey, Eduardo V y su hermano desaparecieron misteriosamente de la Torre, supuestamente asesinados.
Los datos históricos no son fiables como para responsabilizar exclusivamente a Ricardo. Además hay teorías que apuntan a otros interesados como los autores del magnicidio.
Sin embargo, después de su desaparición, Ricardo declaró que Eduardo y su hermano realmente eran bastardos, y él mismo se hizo coronar como Ricardo III.
Unos 450 años después, otro rey Eduardo perdió la oportunidad de ser coronado, aunque en esa ocasión no fue por motivos violentos, pero sí un tanto escandalosos.
Eduardo VIII no tenía mucha voluntad de asumir las responsabilidades de la realeza.
Antes de su ascenso, como príncipe de Gales sirvió en el ejército británico durante la Primera Guerra Mundial y fue el primer monarca en ser un piloto licenciado.
Pero también era conocido como un “playboy”, con poco interés en el protocolo de la corte y convenciones tradicionales y prefería la compañía de sus amigos de la sociedad burguesa.
Así fue como conoció y se enamoró de Wallis Simpson, una estadounidense dos veces divorciada y pocos meses después de ser proclamado rey, le propuso matrimonio.
El compromiso creó una crisis constitucional, con una fuerte oposición política a que una mujer con dos exesposos vivientes fuera la reina consorte.
Además, el rey es la cabeza de la Iglesia Anglicana, que en ese entonces se oponía al casamiento de un monarcacon una persona divorciada.
Fue así como el 11 de diciembre de 1936, Eduardo VIII se dirigió a la nación a través la BBC para anunciar su decisión de abdicar a la corona y casarse con la mujer que amaba. Reinó durante 325 días.
Su hermano, el duque de York, lo sucedió al trono como Jorge VI. Eduardo recibió el título de duque de Windsor, se casó con Wallis Simpson y vivió prácticamente el resto de su vida en el extranjero, hasta su muerte en 1972.
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