Cuando Federik Imbo se dio cuenta de que reaccionaba a cada pequeña cosa que le pasaba en la vida, como un conductor estresado que tocaba la bocina y encendía las luces detrás de él, o a la recepcionista de un hotel que lo saludaba con frialdad, decidió que necesitaba hacer algo al respecto.
Si eres alguien a quien le molesta fácilmente lo que otras personas hacen o no hacen, quizás quieras escuchar a Frederik Imbo.
Cuando Imbo se dio cuenta de que reaccionaba a cada pequeña cosa que le pasaba en la vida, como un conductor estresado que tocaba la bocina y encendía las luces detrás de él, o a la recepcionista de un hotel que lo saludaba con frialdad, decidió que necesitaba hacer algo al respecto.
Entonces se convirtió en árbitro de fútbol.
La conexión entre las dos cosas no es obvia, pero Imbo le dice a la BBC que convertirse en árbitro era el tipo de exposición que necesitaba para controlar su problema, porque la gente casi nunca le grita cosas positivas o alentadoras a los árbitros.
Pero no es personal.
“Soy el chivo expiatorio. Aparentemente, siempre me equivoco. Siempre es mi culpa”, dijo Imbo en una charla TEDx a principios de 2019. “Y quería aprender a no tomarme todo esto como algo personal”.
El arbitraje es una responsabilidad relativamente reciente para Imbo, asesor de comunicación de 45 años en Gante, Bélgica.
Es el fundador de Imboorling, una empresa que ofrece presentaciones, talleres y sesiones individuales para enseñarles a las personas a comunicarse de manera efectiva.
Imbo se graduó en teatro y actuó en películas y series de televisión, pero nunca fue “lo suficientemente talentoso como para abrirse camino como actor”, le cuenta a la BBC.
Durante una actuación, Imbo se encontró con la idea del ego, que, para los propósitos de su enfoque, describe como “la parte mala de nosotros que quiere tener razón, que es como un niño pequeño”.
Entonces empezó a darse cuenta de que, con frecuencia, cuando se aferraba a cosas que otras personas habían hecho o no habían hecho, no era su cerebro consciente el que hablaba, sino su ego.
Imbo ideó dos estrategias para hacer frente a situaciones como estas.
Podía decirse a sí mismo que la otra persona estaba teniendo un mal día y que no se trataba realmente de él, lo cual la mayoría de veces es cierto.
O podía admitir que a veces sí se trata de él: que a veces la gente está disgustada y lo ataca como resultado de sus acciones, y que simplemente necesitaba poder sentirse cómodo con esta idea.
“Dije, está bien, la mejor manera de evaluar esta teoría es encontrar un contexto en el que me ponga a prueba, en el que me exponga cuando se trata de no tomar las cosas personalmente”, dice Imbo.
No hay nada frívolo en ser árbitro tanto en el fútbol profesional como en el fútbol local. Puede ser insultante, intimidante, abusivo. “Los jugadores son realmente duros. Realmente, muy duros”.
“Gritan lo que quieren. Se acercan mucho y dicen ‘no sabes nada del juego’, o ‘¿usas tu cerebro o qué?’. Así son los jugadores”, cuenta.
Por supuesto, el abuso contra los árbitros no es simplemente una cuestión de ego herido, sino una preocupación real en el deporte.
Recientemente, la organización benéfica Ref Support UK reportó un aumento “masivo” en la cantidad de árbitros de partidos que buscan apoyo de su línea de ayuda, diciendo que los jugadores se estaban comportando como “animales enjaulados” después de liberarse de los confinamientos por el coronavirus.
El problema está profundamente arraigado, según The Third Team, una empresa que enseña resiliencia a los árbitros.
En 2018, había 7.000 árbitros registrados en Reino Unido y 200 decidieron abandonar el deporte, por temor o por haber experimentado ataques y amenazas de violencia por parte de jugadores, entrenadores e hinchas.
Pero independientemente de eso, incluso en condiciones normales, los árbitros necesitan mucha fuerza mental para lidiar con su crítico interior, sus inseguridades y todo el diálogo interno negativo que acompaña a sus ansiedades.
El lado positivo es que volverse mentalmente duro como árbitro puede ayudar en todos los aspectos de la vida.
Expertos como Ryan Holiday, autor del bestseller “El ego es el enemigo”, ya han advertido que un “ego tóxico” puede hacer que nuestra felicidad dependa de la validación externa. Puede hacernos desear elogios, reconocimiento, “me gusta” en las redes sociales.
En el proceso de búsqueda de validación, las personas corren el riesgo de ignorar sus pasiones, volverse menos creativas y nunca encontrar el verdadero éxito, dice Holiday.
Las personas con egos inflados suelen creer que tienen privilegios y están fuera de contacto con la realidad. Paradójicamente, se convierten en presa de sus propias expectativas poco realistas cuando la realidad contraataca y se ven obligados a lidiar con una gran caída de su pedestal.
El sentimiento de superioridad y la baja autoestima son dos caras de la misma moneda.
Pero, ¿cómo podemos controlar nuestro ego?
Imbo utiliza una metáfora animal desarrollada por Marshall B. Rosenberg, el fundador de una teoría llamada “comunicación no violenta”, para describir dos cualidades contrarias presentes en todos nosotros.
El chacal es autoritario y crítico. La jirafa es suave y fuerte al mismo tiempo. El primero “siempre está en su ego y quiere tener la razón”, dice Imbo. El segundo es amable y busca “conectar y comprender”.
Vivir con ambos a veces se siente como una contradicción imposible de manejar, admite.
“Para ser honesto, el núcleo de mi ser está mucho más relacionado con el chacal que con la jirafa. Sin embargo, mis valores están mucho más alineados con los de la jirafa. Realmente valoro el respeto y la igualdad, pero soy muy rápido para entrar en mi chacal”, explica.
Pero el punto no es elegir entre uno u otro, sino dejar espacio para ambos.
Si toma una decisión incorrecta durante un partido, por ejemplo, Imbo dice que le gusta acercarse al entrenador ofendido y reconocer el error.
“Yo digo, ¿podemos hablar de esto? Y eso es todo lo que tengo que hacer. El tono de su voz cambia inmediatamente, porque te comunicas con la intención de conectar. Su ego baja [la guardia] y el lenguaje corporal cambia”, dice.
“Desde el momento en que se reconoce el ego, hay espacio para la vulnerabilidad y en el 90% de los casos el entrenador dice: ‘Sí, cometiste un error, pero mi reacción tampoco fue muy respetuosa'”, señala.
Aceptar las críticas puede ser difícil, dice Imbo, pero de ahí proviene la verdadera lección.
Porque si nos lastima que alguien nos critica, probablemente signifique que ha tocado “un nervio en carne viva”: una inseguridad acerca de nosotros mismos o sentimientos de inseguridad arraigados en experiencias pasadas.
“Entonces pensamos: [la crítica] se trata de mí”, dice Imbo. “Significa que hay inseguridad en mí, y estoy reviviendo algo que ya sucedió en mi pasado. Estoy recreando un dolor que sentí antes”.
Entonces, Imbo sabe que es hora de ser “amable contigo mismo”, darte un poco de amor propio.
“Cuanto más te amas a ti mismo, más te aceptas a ti mismo, mayor será la posibilidad de que ya no creas que otras personas son responsables de tu propia felicidad”, dice.
Como resultado de convertirse en árbitro, Imbo se siente feliz “de una manera más sostenible”.
Pero no necesitas soportar abusos para llegar a las mismas conclusiones, por supuesto.
En su charla TEDx, Imbo tiene una forma ingeniosa y menos drástica de transmitir el mismo mensaje: saca un billete de 20 euros de su bolsillo y pregunta quién de la audiencia lo quiere. Un grupo de personas levanta la mano.
Luego arruga el billete y lo tira al suelo. Las manos todavía están levantadas. Lo recoge, lo mastica, lo escupe en el suelo, lo pisotea.
Pero las manos todavía están levantadas. Después de todo, sigue siendo un billete de 20 euros. Imbo luego da su mensaje principal.
“La gente puede atacarte, criticarte o ignorarte. Puede arruinarte con sus palabras, escupirte o incluso pisotearte”, dice.
“Pero recuerda: lo que sea que hagan o digan, tú siempre conservarás tu valor”.