Antes incluso de meterse en el agua, Maya Gabeira sabía que pasaría serios apuros si las cosas se ponían feas en la famosa Praia do Norte (Playa del Norte), en Portugal.
Ubicada en Nazaré, un pueblo de pescadores a 100 kilómetros al norte de Lisboa, allí rompen las olas más grandes del mundo.
Cuando esta surfista brasileña oyó el rugido de una ola monstruosa de 20 metros de altura acercándose más y más a ella, aceptó su probable destino.
“Solo pensé: ‘Ya está, voy a morir‘“, recuerda en conversación telefónica con la BBC.
Un video que tiene más de 500.000 vistas en YouTube muestra lo que ocurrió después: una masa de agua con un peso estimado de 144 toneladas golpeó a Maya Gabeira.
Si se lo están preguntando, ese es el peso de una ballena azul, una de las más grandes que existen.
El impacto arrancó su chaleco salvavidas y le fracturó una pierna, dejándola inconsciente bajo el agua.
Su compañero surfista Carlos Burle, que estaba con ella, la rescató. Él era quien pilotaba la moto acuática que remolcó a Maya y su tabla hasta la ola.
Las insistentes olas hicieron el rescate aún más difícil, a pesar de que Maya recuperó la consciencia brevemente.
Burle tardó casi 10 minutos en llevarla hasta la orilla, donde hubo que hacerle maniobras de reanimación cardiopulmonar.
Que Maya Gabeira pensara en acercarse a una ola grande de nuevo tras aquel episodio en 2013 ya es notable.
Pero fue más allá de simplemente enfrentarse a sus miedos: siete años después de estar a punto de morir ahogada, Maya ha conseguido establecer dos veces el récord mundial para la ola más grande jamás surfeada por una mujer.
En ambas ocasiones lo logró en Praia do Norte.
La organización Guinness World Records confirmó el pasado 10 de septiembre la última de sus plusmarcas, establecida el 11 de febrero, cuando surfeó una ola de 22,4 metros de alto.
Hasta este 24 de septiembre, es la ola más grande que nadie, hombre o mujer, haya surfeado en 2020.
La surfista brasileña, de 33 años, explica cómo planeó su remontada.
“Estaba golpeada y lesionada”, dice.
“Tenía que decidir si iba a seguir surfeando o si era mejor retirarme. Pero no estaba dispuesta a dejarlo”.
Maya tomó la decisión mientras aún yacía en una cama de cuidados intensivos de un hospital portugués. Poco después de despertar, pidió ver el video del accidente.
“Quería ver que ocurrió, porque no recuerdo lo que sucedió después de desmayarme”, continúa.
“Era importante saber qué había hecho mal”.
El accidente le costaría a la surfista cuatro años de su carrera, tras descubrir que el barrido de la ola le había causado también lesiones en la espalda. Tuvo que pasar tres veces por el quirófano.
“Cada operación me alejaba meses del agua. Sencillamente, no podía alcanzar mi ritmo”.
Pero a Maya le preocupaba también lo que la ola le había hecho a su mente.
“Tenía dolores físicos, pero también ese enorme temor a otro accidente“, explica.
“Me faltaba confianza para volver a ponerme en esa situación”.
Las barreras psicológicas son especialmente problemáticas en la carrera que eligió Maya.
Los surfistas de olas grandes son una especie diferente a la mayoría de los que participan en competiciones profesionales de ese deporte.
La mayoría de sus colegas más famosos no se suelen acercar ni de lejos a las bestias que surfean esta brasileña.
La razón principal es que las olas gigantes exigen habilidades distintas a las de un surfista estándar. Son demasiado grandes y veloces para que los surfistas puedan remar hacia ellas. Los atletas como Maya necesitan que los remolquen hacia estas moles acuáticas en motos náuticas.
En olas como las de Praia do Norte, los surfistas alcanzan velocidades de hasta 80km/h, mucho más que en olas normales.
En los últimos años, Praia do Norte ha ganado notoriedad incluso fuera del mundo del surf. Maya sabía que Nazaré seguirá siendo el coto de caza del surf de olas grandes.
Si quería continuar en ese deporte, iba a tener que dominar la ola que estuvo a punto de matarla.
Así que en 2015 hizo su equipaje y se mudó a este pueblo pescador portugués, de poco más de 15.000 habitantes.
Maya había vivido en Hawái desde que tenía 17 años; pocos años antes había cambiado los zapatos de ballet por una tabla de surf en su Río de Janeiro natal.
Fue en Hawái donde se enamoró del surf de olas gigantes, además de darse cuenta de que ese era un club de chicos.
En Nazaré, Maya buscó una casa con vistas al océano Atlántico, su nuevo vecino.
“Tenía todo el sentido mudarme a Portugal. Si vivía en Nazaré, me familiarizaría con el lugar y entendería mucho mejor esa ola.
“En la época de competición, en lugar de viajar, ya estaría en el lugar. Dormiría en mi cama y tendría una rutina”.
Señala el 9 de noviembre de 2017 como el día en que por fin se sintió preparada física y mentalmente para enfrentarse a olas gigantes.
Quizá de manera sorprendente, fue otro duro encuentro con una ola bestial lo que la hizo convencerse.
Esta vez las cosas fueron diferentes.
“Salí del agua feliz y aliviada, pese a que no había podido rematar la ola”, afirma.
“Había estado en una situación difícil, pero no había muerto. Eso me ayudó a pasar página porque me dije: ‘No vas a morir cada vez que afrontes una ola'”.
En enero de 2018 coronó una ola de 20,7 metros de altura, de acuerdo con la medición de un experto independiente.
Era la ola más grande jamás surfeada por una mujer. Maya soñaba con inscribir su nombre en los récords Guinness, pero entonces solo existía una categoría que incluía a hombres y mujeres.
Asegura que inicialmente recibió apoyo de la Liga Mundial de Surf (LMS), el órgano que regula este deporte y que podría reconocer oficialmente su hazaña, pero después no supo más.
En un comunicado de agosto de ese año, la LMS dijo que estaba “discutiendo el proceso” para certificar la ola.
Maya convocó a sus seguidores y una petición firmada por más 20.000 personas le puso presión a las autoridades del surf mundial.
En octubre, dos semanas antes del quinto aniversario de su experiencia cercana a la muerte, Guinness reconoció finalmente su récord.
“Fue una situación horrible”, recuerda.
“Estaba tan estresada que mi rendimiento competitivo se hundió. Pero hice lo que tenía que hacer”.
La polémica puso de manifiesto la desigualdad de género en el mundo del surf, que, sorprendentemente, es un deporte asociado con actitudes contraculturales.
No fue hasta 2019 que hombres y mujeres empezaron a recibir premios de la misma cuantía. Entonces aún había más torneos masculinos que femeninos.
“Pero el panorama está cambiando y necesitamos tiempo para que las cosas se coloquen en su lugar“, sostiene Maya.
“Hay algunos indicios de que las autoridades deportivas están afrontando sinceramente la desigualdad en el surf”.
Ofrece un ejemplo llamativo: su segundo récord.
“Esta vez ni siquiera necesité una petición para que lo reconocieran”, afirma entre risas.
A pocos en Brasil les sorprendió que Maya cobrara protagonismo.
Su padre es Fernando Gabeira, un célebre político y periodista brasileño que se hizo famoso con sus críticas al régimen militar que gobernó su país entre 1964 y 1985. Llegó incluso a militar en la guerrilla urbana del MR8 antes de marcharse al exilio.
“Está luchando por un mayor reconocimiento de las mujeres surfistas y eso es tan importante como competir”, dijo de su hija en conversación con la BBC.
“Sobre el miedo, se ha roto la nariz varias veces, así que como que te acabas acostumbrando“.
Ni él ni la madre de Maya, la diseñadora Yame Reis, intentaron disuadirla de la vuelta al surf tras el accidente de Portugal, a pesar de que ambos admiten que se pasan mordiéndose las uñas lo que dura la temporada de las grandes olas.
“No tenemos derecho a entrometernos en su vida”, afirma la madre.
“Lo dejará cuando ella quiera. Lo mejor que podemos hacer es estar a su lado”.
Hubo una vez en que intentaron frenar su pasión, cuando Maya tenía 17 años. Le prohibieron surfear en Mavericks, una temible zona de olas gigantes en el norte de California.
Su madre la visita a menudo en Nazaré y se asegura de rezar una oración mientras mira al océano.
“No puedes pecar de prudente, ¿de acuerdo?”, le dice medio en broma.