Cuando Argentina y Uruguay anunciaron años atrás su candidatura conjunta para organizar el Mundial de fútbol 2030, prometieron evitar algunos vicios que complican a la región.
“Estas cosas hay que empezar a planificarlas y a plantearlas con anticipación, porque muchas veces, por no prever y por improvisar, hemos tenido problemas a lo largo de la historia”, dijo en 2016 el entonces presidente argentino Mauricio Macri junto a su par uruguayo Tabaré Vázquez.
La idea parecía razonable, al menos desde una perspectiva histórica: en 2030 se cumplirán 100 años del primer Mundial de fútbol, que tuvo a Uruguay como sede y campeón, y a Argentina como vicecampeón.
Otros países como Paraguay y Chile se sumaron luego al proyecto 2030, que adquirió tintes de plan regional.
Pero las autoridades del fútbol anunciaron sorpresivamente el miércoles que Uruguay, Argentina y Paraguay recibirán apenas los tres primeros partidos del Mundial 2030, que luego se desarrollará hasta el final en España, Portugal y Marruecos.
Según esa decisión -a ser ratificada por un congreso de la FIFA el año próximo-101 de los 104 partidos de la copa centenaria se disputarán en los tres países que competían con los sudamericanos por organizar la fiesta global del balompié.
Mientras gobernantes sudamericanos y dirigentes de fútbol presentaron eso como un motivo de festejo, otros lo vieron como un apartamiento extraño de las tradiciones. Y algunos afirmaron que supone una bofetada a los sueños mundialistas de la región.
“Esto es un fracaso: hace 10 años Brasil era el anfitrión y ahora no hay ningún representante sudamericano en la FIFA capaz de devolver el torneo a su hogar espiritual”, dice a BBC Mundo Christopher Gaffney, un geógrafo y profesor asociado de la Universidad de Nueva York que ha estudiado el impacto de los mundiales.
El asunto va más allá del peso de Sudamérica en el gobierno del fútbol internacional y puede reflejar algo muy diferente a lo que pretendía la región cuando lanzó su candidatura.
La celebración del primer Mundial de fútbol en 1930 concretó una idea surgida casi con la fundación de la FIFA en 1904 y que se arrastraba en el tiempo por falta de peso institucional y recursos.
La elección de Uruguay como primera sede fue un reconocimiento a su triunfo en los torneos de fútbol olímpicos de 1924 y 1928, organizados por la FIFA.
Pero para el país sudamericano, que en las décadas previas había logrado importantes avances sociales y económicos, fue también una oportunidad para mostrar su capacidad organizativa a un mundo que sufría los primeros efectos de la Gran Depresión y aún tenía fresco el recuerdo de la Gran Guerra.
De hecho, el Parlamento y el gobierno uruguayos aprobaron subvencionar con fondos públicos la organización del primer Mundial.
“El prestigio del fútbol uruguayo y el ofrecimiento de cubrir los gastos de traslado y estadía de las delegaciones visitantes volcaron a la FIFA en favor de Montevideo, dejando de lado las candidaturas europeas”, explica el periodista Luis Prats en su libro “La Crónica Celeste” sobre la historia de la selección uruguaya.
Eso implicó construir en apenas un año el estadio Centenario (bautizado así porque se cumplía un siglo del la jura de la primera Constitución uruguaya de 1830) con capacidad para cerca de 80 mil espectadores, entonces algo extraordinario.
Algunos veteranos de la época solían recordar que los obreros que levantaron aquel templo del fútbol, muchos de ellos inmigrantes, competían por colocar más ladrillos en un día.
Apenas se supo que su país recibiría un partido inaugural del Mundial 2030, el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, celebró la noticia en su cuenta de X, antes denominada Twitter.
“‘Uruguayos campeones’! 100 años después, Uruguay y nuestro Centenario estarán (en) el centro de las miradas del mundo para vivir la inauguración del #MundialCentenario 2030. Este reconocimiento hace justicia con aquellos pioneros que construyeron la historia del fútbol! Gracias!”, escribió Lacalle Pou.
Alejandro Domínguez, el presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) que reveló la noticia anticipándose a la propia FIFA, festejó con una danza en las redes sociales.
“No son solamente tres partidos; son tres inauguraciones que se van a hacer en estas sedes, en estos países, y también todos los festejos previos”, dijo Domínguez en una conferencia de prensa.
Pero un comentario suyo expuso el contraste entre la forma en que se encaró el primer Mundial y cómo proyectan el de 2030 en una región agobiada por problemas económicos, violencia, corrupción y falta de infraestructura.
“Este es un proyecto que exige mucho. Sin embargo, lo bueno es que al tener tres países, tres sedes, estamos hablando de casi ninguna inversión más que la que ya existe”, sostuvo.
“Y esa es una muy buena noticia porque sabemos que en ese contexto, lamentablemente, no estamos como para competir si hubiera sido esto una cuestión de inversiones o de exigencia de plata”, agregó. “Entonces, busquemos las cosas lindas”.
A su lado, Claudio Tapia, presidente de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA), aludió al “momento difícil que vive por sobre todo” su país, donde la tasa de pobreza es de 40% y la inflación anual llegó a 124% en agosto.
Así las cosas, la concesión de los tres primeros partidos del Mundial 2030 a los países sudamericanos se pareció más a un consuelo que un reconocimiento comparable al de 1930.
Y Chile no se quedó ni siquiera con ese consuelo; su exclusión sin motivos de peso causó malestar en ese país.
El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, describió la decisión del Mundial 2030 como un gesto de unidad “en un mundo dividido”.
“En 2030, tendremos una huella global única, tres continentes -África, Europa y Sudamérica-, seis países -Argentina, España, Marruecos, Paraguay, Portugal y Uruguay– dando la bienvenida y uniendo al mundo mientras celebramos juntos este hermoso juego, el centenario y la Copa Mundial de la FIFA”, señaló.
Pero varios criticaron esto por entender que se aparta demasiado de la tradición de llevar los mundiales en un solo país o región y que desvirtúa más una competencia cuyos participantes aumentarán a un récord de 48 en la próxima edición de 2026, a realizarse en México, Canadá y Estados Unidos.
José Luis Chilavert, exgolero de la selección paraguaya, recordó que esta decisión surge después que la Conmebol llevara en 2018 la final de la copa Libertadores -su máximo torneo de clubes- entre los argentinos Boca y River a España, tras los incidentes violentos que hubo en Buenos Aires.
“Fracaso total, Sudamérica merece respeto y el mundial debería ser en Uruguay”, tuiteó Chilavert, crítico acérrimo de Domínguez.
Aunque el presidente de la Conmebol aseguró que los tres partidos mundialistas de 2030 en Sudamérica requerirán “casi” ninguna inversión, algunos expertos advierten que los costos para los países pueden ser elevados por apenas 90 minutos de juego.
“Con la llegada de la FIFA llegan una serie de demandas, deportivas y urbanas, políticas y económicas, sociales y culturales. Como Brasil vio en 2014, estadios queridos e históricos son sanitizados, preparados para el espectáculo del consumo global. ¿Quién paga la factura? Los contribuyentes locales”, dice Gaffney.
A su juicio, que Sudamérica haya perdido la oportunidad de organizar todo el torneo muestra que el mercado europeo, que reúne en sus clubes a los mejores futbolistas del planeta, es la principal fuente de influencia y ganancias de la FIFA.
“Sudamérica es la región que produce las materias primas”, reflexiona, “pero sólo se exhiben en Europa”.