El foco histórico de la cuarta temporada se ubica en la década de 1980, lo que presagia una combinación ganadora de jugosos tramas y personajes problemáticos.
Estamos a finales de la década de 1970. La reina Isabel II (Olivia Colman) quiere que Carlos (Josh O’Connor) encuentre una esposa en lugar de perder el tiempo, la milicia irlandesa IRA quiere intensificar su campaña, y la nueva y deslumbrante primera ministra quiere hacer grande a Gran Bretaña otra vez.
Y así comienza la última temporada de la serie de The Crown, el drama del director Peter Morgan sobre las vidas y amores de la Casa de Windsor a lo largo del siglo XX.
El foco histórico de la cuarta temporada se ubica en la década de 1980, lo que presagia una combinación ganadora de jugosos tramas y personajes problemáticos.
Como sucede siempre con The Crown, se necesita entrar un poco en ambiente antes de comenzar a ser seducido con el discreto encanto de un cortesano trayendo té y pastel.
Erin Doherty interpreta a la princesa Ana como si fuera una niña petulante de seis años con la boca siempre fruncida por la furia reprimida.
Olivia Colman es excelente, hasta que nos muestra una de sus sonrisas con sus característicos dientes, momento en el que su autoridad monárquica se evapora como un Martini frente a la princesa Margarita.
En cuanto a Gillian Anderson como la primera ministra Margaret Thatcher, bueno… estuvo excelente en Sex Education y muy bien en “Los Archivos Secretos X” (The X-Files).
Pero trastabilla mucho como la Dama de Hierro, un papel en el que parece haber sido instruida a imitar los movimientos de cabeza de una tortuga.
Siempre está estirando el cuello de un lado a otro como si buscara una sabrosa hoja de lechuga, mientras exagera su interpretación de Thatcher hasta tal punto que a veces es imposible de seguir viendo.
Lady Diana Spencer iluminó a la Familia Real cuando llegó a escena en la década de 1980, e ilumina esta serie de 10 capítulos que, si fuera una película, se llamaría The Crown: la década de Diana.
Emma Corrin es excelente en la parte en la que es mucho más fácil equivocarse que acertar.
Acierta desde el primer encuentro con el príncipe Carlos, cuando es una colegiala revoloteando por su majestuosa casa, hasta la presionada, agobiada y bulímica esposa atrapada en un matrimonio sin amor una década después.
No se trata simplemente de producir una decente imitación de los gestos y la voz de Diana, lo que logra bien Corrin; se trata de crear un personaje tridimensional cuya personalidad hace que las acciones de los demás sean creíbles.
En un ensamble donde hay muy poco desarrollo de personajes, Corrin se distingue al llevar a Diana de ser una adolescente tímida pero coqueta a una superestrella internacional vulnerable, con el carácter para hacer frente a las amenazas veladas del duque de Edimburgo (Tobias Menzies).
Corrin debería hacer un espacio en un estante antes de que comience la temporada de premios.
Helena Bonham Carter reaparece como la princesa Margarita, impregnando su entorno con un ingenio despiadado mientras cala con fuerza de un cigarrillo atascado en su boquilla. La reina se escapa bien de la picardía de su hermana.
Las dos actrices hacen un buen papel.
En un episodio hay un recuerdo de 1947, cuando la entonces princesa Isabel, de 21 años, estaba en Sudáfrica grabando un mensaje para la Mancomunidad de Naciones.
Nos da otra oportunidad de ver a Claire Foy en el papel principal y un recordatorio de que hizo inescrutable al personaje a tal nivel que Olivia Colman no puede igualar.
Es buena durante buena parte de la serie, cuando la reina que hace Colman se ocupa de su tarea diaria de almorzar con su madre y su hermana y dar órdenes a su secretario privado.
Pero en las escenas en las que necesita ser la reina de hielo, como una audiencia con Margaret Thatcher, o encontrarse cara a cara con el famoso intruso del Palacio de Buckingham, Michael Fagan, es demasiado complaciente y la tensión dramática desaparece.
Su mejor momento tiene lugar al tratar con sus descarriados hijos.
Su reprimenda al príncipe Carlos por ser llorón y mimado, o al príncipe Andrés que, durante el almuerzo, se jacta de una película porno protagonizada por su novia, Koo Stark.
Es un recordatorio de que los programas podrían estar ambientados en la década de 1980, pero tienen una perspectiva contemporánea.
Ese sentido de una historia revisionista se ve a través de toda la temporada, que aborda la Guerra de las Malvinas, la adoración del príncipe Carlos por Camilla Parker Bowles (Emerald Fennell), las dificultades matrimoniales de la princesa Ana, el ascenso y la caída de Margaret Thatcher, el asesinato de Lord Mountbatten por el IRA y la filtración de una opinión política del Palacio.
Todo esto lo convierte en un vívido telón de fondo de eventos que han tenido lugar en la memoria fresca, en el cual se pitan las relaciones imaginadas que hacen que esta serie sea tan atractiva.
En el transcurso de nueve horas de televisión, vemos cómo estas pasiones construyen y casi destruyen a nuestros protagonistas a medida que avanzan en la telenovela diaria que son sus vidas.
Nunca es apasionante, pero siempre entretenida: una dosis muy necesaria de televisión bien hecha, bien escrita y de ritmo lento.
★★★★✰