Migró de la pobreza para convertirse en una estrella y lo logró. Ahora, la figura colombiana del Royal Ballet, Fernando Montaño, está sobre el escenario para ponerse en la piel y los pies desnudos de los migrantes africanos que el mar devora en su huida.
Montaño es el protagonista de un “Viaje Barroco”: la ópera bufa con la que pretende denunciar el drama contemporáneo de la migración. Estrenada en 2018 en Italia, la obra llegó a Bogotá a finales de enero.
Antes de que se levante el telón del glamuroso Teatro Colón, este artista negro de 33 años comienza su calentamiento y se retira las gruesas medias de lana con las que quiere evitar un resfriado.
Alguna vez, reflexiona, también él tuvo que irse de su lugar de origen. Tenía 14 años y un talento que desde entonces prometía llevarlo a la cumbre.
Hoy es solista de uno de los grupos de danza más prestigiosos del mundo y, con su arte, también el mensajero privilegiado de multitudes desesperadas que salen de África hacia Europa o que recorren América Latina huyendo de crisis económicas y políticas, muchos con destino a Estados Unidos.
Durante hora y media, Montaño es una sinfonía de movimientos. El dominio que tiene sobre su cuerpo lleva al público del silencio a la admiración estridente.
En la ópera personifica a un migrante que rescata del naufragio a dos parejas italianas.
Una tormenta arroja a los cinco fuera del bote taxi que conduce. El protagonista, semidesnudo, salva de una muerte segura a los europeos antes de hundirse en medio del abandono y de las notas del “L’estate” (el verano), del compositor Antonio Vivaldi. Los espectadores se estremecen.
Camino a la tarima, el bailarín suspiraba al conocer una tragedia con aires de paradoja. Una lancha con 32 congoleños se hundió en el Caribe colombiano cuando pretendían cruzar clandestinamente hacia Panamá y tomar camino hacia Estados Unidos por Centroamérica. Diecinueve cuerpos han sido rescatados a cuentagotas.
De su infancia en Buenaventura, un empobrecido puerto sobre el Pacífico, marcado a sangre y fuego por el narcotráfico, Montaño recuerda las vías del tren, el sonido de la brisa del mar y el ruido de las balas.
Su padre, un hombre recio que cargaba bultos de cemento, quería que fuera futbolista, pero Montaño se inclinó por la danza cuando pudo “verla en televisión”.
Con esa “semillita sembrada”, ingresó a los 12 años a su primera academia en Cali.
De esa ciudad saltó a Cuba a los 14 años, gracias a una beca, y luego llegó a Europa para triunfar.
En un entorno machista y prejuicioso, Montaño siente que el talento lo salvó del acoso, ya que los otros niños no podían hacer lo que él lograba con su cuerpo.
Su historia hizo que los medios ingleses lo llamaran el Billy Elliot colombiano, pero a Montaño no le hace mucha gracia el apodo.
Aunque en su carrera hay un pasaje cinematográfico.
Durante sus primeros años en el Royal Ballet confiesa que se maquillaba para aclarar su piel, porque según él no quería “parecer una mosca en un vaso de leche”.
Ahora este colombiano se destaca, entre más de cien artistas, como uno de los cuatro bailarines negros de la compañía británica.
“Son muy pocos y pienso que para darle oportunidades a un bailarín negro todavía se piensa bastante. No sé si es porque la gente todavía no ve en su cabeza que pueda haber un príncipe negro”.
Pero Montaño tiene tan presentes sus orígenes que recuerda cuando un niño negro y su padre fueron a su primera función de teatro. “Nunca habían visto una ópera y al niño le encantó. Allí te das cuenta de que este tipo de artes son poco visibilizadas en Latinoamérica”.
Tras sus presentaciones en Bogotá, el artista lanzará su autobiografía. Será, según adelanta, el relato de sus dificultades y de su voluntad para no “quedarte en el camino”.
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