Que las vacunas constituyen la intervención médica más exitosa frente a las enfermedades infecciosas es un hecho innegable, pese a pronunciamientos estrambóticos. Las vacunas han salvado, y salvan, millones de vidas.
Durante los últimos meses estamos viviendo tiempos extraños, ajenos, distópicos. Y sin embargo, así son nuestros tiempos, así es la experiencia colectiva más importante en lo que llevamos de siglo XXI. Sin quitar importancia a otros acontecimientos relevantes pasados (guerras y migraciones) o actuales (cambio climático), lo especial de la pandemia es que la COVID-19 no solo es global, sino inesperada –al menos para la población no experta–.
En las últimas semanas hemos escuchado que el coronavirus SARS-CoV-2 afecta más a los hombres que a las mujeres.
Los últimos meses estamos viviendo algo que nunca imaginamos que tuviéramos que afrontar. Vivimos en nuestras carnes los efectos devastadores que tiene una pandemia que ha trastocado todo en nuestras vidas y ha tenido unos efectos devastadores en términos de mortalidad.
Los cálculos renales, llamados comúnmente “piedras” de riñón, son masas sólidas compuestas de pequeños cristales que se forman en los riñones.