Muchas mujeres se esfuerzan por tener una experiencia de parto "hermosa" sin intervención médica. A algunas mujeres les funciona, pero este ideal puede ser perjudicial si los planes no se materializan.
Cuando Emma Carr se quedó embarazada en 2021, imaginó cómo quería que fuera su parto ideal. Quería sentirse empoderada, escuchada y en control. Pero, como muchas mujeres, la visión de Carr fue más allá. En concreto, esperaba tener un “parto natural”, que es como generalmente se describe el parto vaginal con la menor intervención médica y alivio farmacológico del dolor posibles.
Siguió dos cursos, incluido un método popular conocido como hipnoparto, que enseñaba a utilizar la relajación y la respiración para ayudar a aliviar el dolor y a estar presente durante el parto. Y, como le recomendaron sus instructores, vio videos de partos saludables, felices y no traumáticos para encararlo con la actitud correcta.
“Ves todos estos videos de bebés naciendo, y es muy hermoso”, asegura Carr, de 36 años, que vive en Londres. “Salen con mucha facilidad y la mujer los agarra, y dices, ‘Eso es lo que me pasará a mí'”.
Pero cuando Carr rompió aguas, el líquido contenía meconio, las heces del feto, que pueden ser peligrosas para la madre y el niño. Cuando fue llevada al hospital, los médicos le dijeron que tenían que sacar al bebé de inmediato. Dos horas más tarde, yacía en la mesa de operaciones bajo luces brillantes.
Lejos de su parto vaginal ideal, sin intervención, su bebé nació por cesárea. Lo peor de todo, dice, fue lo poco preparada que se sentía para este tipo de resultado, dado lo centrada que había estado -y que le habían animado a estar en los cursos que siguió- en crear una actitud positiva.
“Si no hubiera estado tan centrada en cómo ‘debería’ haber ido, no lo habría sentido como un fracaso“, dice. “Me habría gustado que [mis instructores] hubieran sido un poco más transparentes sobre cómo ocurren estos nacimientos. Que no siempre sale bien simplemente porque hiciste hipnoparto”.
Mientras estaba embarazada, Carr asegura que sus amigas trataron de advertirle de que tal vez no tendría el parto que esperaba. Pero no les hizo caso porque pensó que probablemente no lo habían afrontado con la actitud o las técnicas con las que ella se estaba preparando.
“Dejas de escuchar a las personas a las que normalmente escuchas porque tienes a otras personas en tu cabeza diciéndote que el parto debe ser natural y mágico, y que tu cuerpo está perfectamente diseñado para hacerlo”, dice. “Pero no creo que el mío lo estuviera”.
Muchas mujeres se benefician de esta actitud ante el parto. Algunas incluso llegan a experimentar ese escenario ideal que esperaban. Con las técnicas correctas, como el uso de la respiración, escuchar afirmaciones positivas o con masajes, algunas de sus defensoras aseguran que el parto puede ser placentero, incluso orgásmico. Pero otras, como Carr, se quedan tambaleándose, y no solo por haber tenido un parto traumático: sienten que, al haber estado obsesionadas con esa visión y no haberse preparado para la posibilidad de que no sucediera así, su experiencia fue aún peor.
Durante gran parte de la historia, las mujeres morían a menudo durante el parto, tan a menudo como en uno de cada 100 nacimientos en los siglos XV y XVI. Los avances científicos, entre ellos los antibióticos, han hecho que la tasa de mortalidad materna se haya desplomado.
Conforme la comunidad médica empezó a mirar más allá de la seguridad, las técnicas de reducción del dolor con narcóticos como la epidural se volvieron comunes en muchos países. Hoy en día, la mortalidad materna es más alta en países donde no hay la atención médica adecuada para complicaciones que se tratan con facilidad en otros lugares.
Muchas madres eligen para dar a luz métodos modernos de gestión del dolor, y muchos médicos también los recomiendan. Pero otras mujeres y profesionales de la salud creen que el proceso de dar a luz ha ido demasiado lejos en este sentido y aseguran que una dependencia excesiva de las intervenciones médicas puede ser innecesaria, arriesgada e incluso deshumanizante.
En la década de 1960, por ejemplo, las mujeres de los países ricos a menudo daban a luz mientras estaban sedadas con anestesia general. No sentían dolor, pero tampoco podían sentirse presentes ni tomar decisiones con respecto a la atención que recibían.
Hoy en día, muchas mujeres se esfuerzan por lograr, e idealizan, lo que a menudo se conoce como un ‘parto positivo’. Acuñado por la activista británica y fundadora del Movimiento de Parto Positivo, Milli Hill, el término no pretendía, en origen, describir ningún tipo particular de alumbramiento.
“Un parto positivo no tiene por qué ser ‘natural’ o ‘sin medicación’, simplemente tiene que afrontarse desde la positividad en lugar de desde el miedo”, puede leerse en el sitio web de la asociación. “Puedes dar a luz con positividad en el hospital o en casa, con o sin atención médica”.
Se trata, según describe la web, de una experiencia en la que la mujer siente que tiene “libertad de elección, acceso a información precisa y que tiene el control, se siente poderosa y respetada”, una experiencia “que pude disfrutar y recordar después con cariño y orgullo”.
Aún así, muchas mujeres que siguen cursos de parto positivo dicen que se tiende a idealizar los nacimientos “naturales”. Muchos instructores enfatizan que el cuerpo de una mujer está “diseñado” para dar a luz lo que, entre líneas, puede significar que las intervenciones médicas impiden, en lugar de ayudar, este proceso.
La popularización del parto “natural” tiene una larga historia: se remonta al menos a la década de 1930, curiosamente la misma época en la que se fundó la primera facultad de obstetricia y ginecología.
Para muchas mujeres, métodos como estos nunca han tenido mucho sentido: si se quiere dar a luz con el menor dolor posible, ¿por qué no usar todas las intervenciones médicas modernas y los medicamentos disponibles?
Pero otras se han quedado con esta imagen del parto ideal “natural”, amplificada por una floreciente industria de la educación sobre el parto. En las redes sociales, abundan hermosas historias de partos relajados en el agua con música relajante y velas por todas partes.
El parto “natural”, en el que todo se desarrolla a la perfección y sin necesidad de intervención, queda lejos de la norma. En EE.UU. en 2020, por ejemplo, los datos de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades mostraron que en casi un tercio de todos los nacimientos se necesitó inducir el parto. Además, otro tercio fueron partos por cesárea. Los partos en casa representaron solo el 1% de todos los alumbramientos.
En Toronto, Andie Perris, de 38 años, quería tener “una experiencia lo más natural posible” antes de su primer parto. Tomó un curso de hipnoparto, escuchó música relajante y leyó “Guía del nacimiento”, de Ina May Gaskin, que estaba “llena de historias de partos serenos de mujeres que parían ayudadas por la respiración y dejando que su cuerpo tomara el control”, dice.
“Había visto y oído hablar de estas hermosas historias de parto, y eso es lo que esperaba para mí porque yo había hecho toda la tarea”, asegura. Sin embargo, Perris estuvo de parto durante casi 24 horas. Su suelo pélvico acabó “completamente destruido”. Su hijo, que descendía correctamente, finalmente nació con ventosa. Perris tuvo una hemorragia posparto.
Echando la vista atrás, confiesa que probablemente le deberían haber hecho una cesárea. Pero ella estaba en contra. “Sentir que había una manera ‘correcta’ de tener un bebé, hizo que me centrara en ella”, asegura. “Y, por supuesto, no hay una manera correcta. Pero estaba tan absorta en esta visión de cómo se supone que la naturaleza quiere que tú tengas el bebé”.
Como estaba tan centrada en mantener una mentalidad positiva antes del parto, dice Perris, no se preparó para la posibilidad de que pudiera ser diferente. Por eso, “cuando las cosas empezaron a torcerse, me costó mucho adaptarme”.
Emiliana Hall es una doula que trabaja en Reino Unido y fundadora de The Mindful Birth Group (Grupo de parto consciente), que ayuda a las mujeres a prepararse para el parto. Hall, quien dice que su método evita idealizar cualquier forma de parto, asegura que ahora está viendo una ola de madres embarazadas de su segundo hijo que dicen que su primera experiencia con un parto “positivo” no salió como pensaban.
El problema, dice Hall, no es solo que hayan tenido una experiencia negativa. Es que se culpan a sí mismas por ello. Este puede ser el peligro de un método que se centra tanto en la actitud, dice ella: muchos cursos recomiendan escuchar solo historias de parto positivas, o incluso reemplazar palabras negativas como “contracciones” por “oleadas”, para mantener el miedo y la ansiedad -y por lo tanto las hormonas del estrés y, teóricamente, el dolor- a raya. Si una mujer termina sintiendo dolor o trauma, podría preguntarse si fue porque no estaba lo suficientemente relajada.
“No puedo haber tenido suerte tres veces, ¿verdad?“
Por supuesto, muchas madres han encontrado útiles los métodos de parto positivo, incluso transformadores.
En Berlín, Edwina Moorhouse, de 32 años, pensó que sonaban a “hippie”. Pero después de ver a una youtuber entusiasmada con su experiencia, dejó de lado su escepticismo.
“Tenía muchas ganas de sentir la alegría que veía que tenía”, asegura. Hizo un curso de hipnoparto, practicó técnicas de respiración y fue a sesiones semanales de acupuntura. Tuvo un parto en el agua fácil y rápido. Su segundo parto fue similar. Para su tercer hijo, cuando llevó lámparas de sal rosa del Himalaya, grandes auriculares y gruesos calcetines a su habitación de hospital para hacerla más acogedora, se había convertido.
“No puedo haber tenido suerte tres veces, ¿verdad? Debe ser que funciona”, dice.
En efecto, existe alguna evidencia de que las técnicas que se enseñan en muchos de estos cursos de preparto pueden reducir el dolor y el uso de la epidural, disminuir la cantidad de intervenciones y la duración del parto en sí, reducir las tasas de cesárea y mejorar la experiencia general del parto para la madre. Pero estos hallazgos no siempre se repiten y algunos de sus aspectos parecen ser más útiles que otros.
Un gran estudio demostró que, aunque algunas técnicas populares, como la presencia de un acompañante con experiencia o el uso de música o masajes para relajarse, ayudaron a reducir la probabilidad de que una mujer recordara su experiencia como “negativa”, otras técnicas fueron menos útiles.
Otro estudio demostró que la música, el yoga y las técnicas de relajación como la meditación guiada podrían ayudar a reducir el dolor. Pero no tuvieron ningún impacto en reducir las tasas de intervención en el parto, como las cesáreas, o en si las mujeres necesitaron al final un alivio farmacológico contra el dolor.
Desde el punto de vista médico, generalmente se entiende que, dado que cada intervención tiene sus propios riesgos y costos, no deben realizarse de forma innecesaria o, en el caso de las intervenciones para gestionar el dolor, sin un consentimiento pleno e informado.
El uso de la epidural, por ejemplo, puede estar ligado a una segunda fase del parto más larga y a una mayor probabilidad de que se necesiten instrumentos como fórceps para el parto y, en casos poco frecuentes, fiebre o daño a los nervios.
Pero las mujeres que siguen métodos de parto “positivos” dicen que el mensaje a veces puede ir más allá, haciendo que esas madres que van a dar a luz sientan que cualquier intervención es “mala”.
Sin embargo, las intervenciones por sí solas no son necesariamente el principal árbitro para juzgar una experiencia “positiva”. De hecho, la ciencia ha descubierto que uno de los aspectos más importantes para saber si un parto fue positivo fue cuánto tiempo duró.
Las que tuvieron alumbramientos más cortos estaban más satisfechas, incluso cuando el parto se acortó mediante una intervención como, por ejemplo, la estimulación con oxitocina. Dados los efectos de los partos prolongados, concluyeron los investigadores, “las intervenciones para evitarlos podrían resultar en un ‘beneficio neto'”.
Para muchas mujeres, por supuesto, una intervención también puede salvarles la vida.
“Se presenta como que no tienes que hacer lo que te dicen. Como si los médicos quisieran jugártela, en cierto modo”, dice Carr. “Te dicen: ‘Oh, no hay peligro. Es natural’. Eso puede ser cierto, pero no siempre. Creo que en mi caso hubo riesgo. Si no me hubieran intervenido uno de nosotros podría no haber sobrevivido… No creo que de forma natural hubiera podido dar a luz a ese bebé fácilmente”.
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