Las cintas de correr es una de las piezas de equipo de ejercicio más populares y más vendidas, adorada por los aficionados al gimnasio de todo el mundo por su comodidad y seguridad.
Sin embargo, en su larga historia, hay un período sorprendentemente perturbador.
La asociación de la cinta de correr con el trabajo es de larga data.
Hay evidencia de hace miles de años de modelos propulsados por animales y humanos que se utilizaban para levantar cargas pesadas.
Pero, con mucho, el capítulo más oscuro de su historia llegó en el siglo XIX, cuando figuraba entre las formas de castigo más crueles disponibles.
Si piensas que tu primer día en el gimnasio fue nefasto, espera hasta que leas esto.
En 1817, un ingeniero llamado William Cubitt se inspiró al ver a los prisioneros sentados inactivos para crear una nueva máquina.
Pensaba que su invento, la “cinta de correr”, podría “reformar a los delincuentes enseñándoles hábitos del trabajo duro”.
Cubitt puede haber venido de una familia de constructores de molinos, pero su invento fue diseñado para “moler aire” en lugar de maíz, con la resistencia proporcionada por un sistema de pesas.
Las cintas de correr penales del siglo XIX se parecían a ruedas grandes y anchas equipadas con escalones.
Los prisioneros condenados a “trabajos forzados” tenían que subir escalones repetidamente, haciendo girar toda la rueda.
Contaban con barras de mano para soporte, y la mayoría eran lo suficientemente grandes como para permitir que varios hombres las usaran a la vez.
Algunas, como la cinta de correr en la prisión de Vagrants en Coldbath Fields, fueron equipadas con particiones para que los prisioneros estuvieran aislados y solo pudieran ver la pared frente a ellos.
La cinta de correr penal era considerada como “el castigo perfecto” de acuerdo a los estándares de la época, según le explicó el académico y escritor Vybarr Cregan-Reid a la BBC.
¿La razón? El trabajo que los prisioneros estaban haciendo era “literalmente sin sentido” y una tarea inútil pero agotadora que se ajustaba a los ideales victorianos sobre la expiación lograda a través del trabajo duro.
En el siglo XIX, los prisioneros condenados a trabajos forzados tenían que usar la cinta durante al menos 6 horas diarias, el equivalente a escalar entre 3.000 y 4.000 metros.
Y a veces mucho más.
Los prisioneros en Warwick Gaol caminaron unos increíbles 5.000 metros durante 10 horas en un verano caluroso.
No pasó mucho tiempo antes de que a algunos funcionarios de la prisión se les ocurriera usar las cintas de correr para alimentar bombas de agua y moler maíz. De esta manera, los prisioneros estarían trabajando en beneficio de la sociedad (aunque de mala gana).
La cinta de correr de la prisión de Brixton fue una de las más grandes y notorias de la época.
También diseñada por William Cubitt, se utilizó para moler maíz utilizando maquinaria subterránea.
Hasta 24 prisioneros, trabajando en silencio, se movían de izquierda a derecha de manera que el hombre más alejado pudiera salir a tomar un descanso mientras un colega “descansado” se subía al otro lado.
Así, cada uno tenía unos 12 minutos de descanso por cada 60 minutos de trabajo.
No solo los prisioneros estaban aislados unos de otros y de sus alrededores, sino que fácilmente quemaban más de 2.000 calorías durante el día de trabajo, energía que incluso las raciones de prisión de “trabajos forzados” no podían reponer.
Como era de esperar, la lista de enfermos entre los condenados a trabajos forzados en la prisión de Brixton a menudo llegaba a los 20, para frustración de los funcionarios.
La agotadora labor llevó a muchos a la tumba.
El escritor Oscar Wilde, por ejemplo, caminó por una cinta en la prisión de Pentonville tras ser sentenciado en 1895 a trabajos forzados por homosexualidad, que en ese tiempo era un delito.
La experiencia casi lo mata. Salió de prisión en 1897 y murió solo dos años después, a los 46 años.
No obstante, muchos de sus contemporáneos consideraban las cintas de correr como una solución positiva a la ociosidad de la prisión.
Una publicación de 1875 las responsabilizó por “una gran mejora en la disciplina de la prisión”, mientras que la Sociedad para la Mejora de la Disciplina de la Prisión las llamó “castigo preventivo”.
Se pensaba que nadie que hubiera experimentado la cinta de correr querría cometer otro delito.
Las cintas de correr penales fueron abolidas en Reino Unido en 1902.
Hoy en día, muchos están dispuestos a pagar cientos de dólares al año por el privilegio de usarlas.
Para Vybarr Cregan-Reid eso es un misterio: ¿por qué -se pregunta- preferirías mirar tu reflejo en el espejo del gimnasio cuando podrías estar corriendo afuera?
“Si bien algunos consideran que correr en interiores es más seguro y conveniente, quienes corren en esas cintas pueden perderse todos los beneficios de salud física, neurológica y mental que ofrece la experiencia de moverse por un paisaje real”, señala.
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