Virginia Gómez seguía cuentas de Twitter como "Farmacia enfurecida" o "Masa enfurecida", cuando se le ocurrió ponerse el apodo de "Dietista enfurecida".
Corría 2013 y en esa época, cuenta, utilizó las redes sociales para desahogarse.
“Los de nuestro gremio estábamos cabreados porque no teníamos casi ninguna representación en la sanidad pública y éramos una profesión muy desconocida“.
“Yo tenía una parte muy luchadora, muy reivindicativa y por lo visto a la gente le gustó”.
Dietista-nutricionista de la Universidad de Valencia con un máster en Nutrición Personalizada y Comunitaria, Gómez se ha especializado en el área de nutrición clínica del aparato digestivo, especialmente intestinal.
En 2020 publicó el libro “Claves sobre alimentación para que no te dejes engañar” y sobre ese tema conversamos en la siguiente entrevista.
¿Qué es lo que más te enfurece?
Cuando a sabiendas se intenta engañar a la población. Lo hace la industria alimentaria y cualquier persona que quiere conseguir dinero y no le importa si su suplemento, su producto o su nueva dieta funcionan.
Lo único que buscan es obtener un rendimiento económico. Pero también es verdad que los gobiernos no hacen nada por prohibir este tipo de publicidad engañosa.
En España, por ejemplo, hay algo de legislación al respecto, pero es muy laxa. Las multas no sirven porque son tan bajas que no tienen una función de castigo.
A muchas empresas les conviene pagar la multa y olvidarse.
¿Y qué me dices de los propios nutricionistas de tu gremio o doctores que ofrecen dietas milagrosas?
Sí, claro, hay profesionales sanitarios entre los que se incluyen algunos nutricionistas que perfectamente te pueden engañar.
Nosotros siempre le decimos a la gente que no vaya a cualquier sitio, que vaya a un dietista-nutricionista, pero evidentemente hay profesionales que te pueden engañar.
Afortunadamente es mucho menos habitual, pero vaya que tener un título no garantiza que no haya una mala praxis.
¿Qué responsabilidad le cabe a los consumidores en todo esto?
Yo no haría recaer la culpa sobre el consumidor porque hay información que el consumidor no tiene por qué tener.
Hay engaños que nos pueden parecer muy bobos, pero nos pasa cuando no tenemos la información.
Por ejemplo, si yo voy al mecánico y el mecánico me dice que a mi coche le falta una pieza imaginaria, yo soy la primera que se lo cree porque no tengo ni idea.
El consumidor confía en que el gobierno le protege.
¿Cuáles son los tipos de engaños al consumidor más comunes?
La más clásica, la que probablemente más años lleve y la que más factura, son las pastillas de adelgazar.
Pastillas, líquidos, jarabes, cualquier producto de adelgazamiento. La mayoría de los productos que se venden como el concentrado de maca, el mango africano, la garcinia cambogia… todo esto se sigue vendiendo, aunque sabemos que no funciona.
A mí me alucina que durante todos estos años la gente sigue comprando ese tipo de productos. Es una industria que mueve millones de dólares y no se acaba nunca. Es que la desesperación lleva a las personas a agarrarse a un clavo ardiendo.
El etiquetado es otro problema. Una cosa es lo que ponen en el frontal del producto y otra cosa es lo que ponen en los ingredientes.
No hace mucho, aquí en España, tuvimos el caso de un producto que parecía queso rallado.
La etiqueta decía “rallado”, nada más. Pues realmente no era queso, era una mezcla de grasas vegetales con proteína de leche y no se qué otra cosa.
Tú le preguntabas a la gente y la gente decía, pues claro, esto es queso rallado, ¿no lo ves? Y yo preguntaba, ¿dónde está la palabra queso? En ninguna parte, porque no es queso. Hay muchos casos como esos.
Pero los fabricantes de productos como aquellos no están haciendo nada ilegal…
Es legal pero al mismo tiempo es engañoso. No puedes decirle nada al fabricante porque no está mintiendo. Usa la palabra rallado, no te dice que es queso y en los ingredientes tampoco aparece la palabra queso.
¿Qué sensación te provocan ese tipo de maniobras comerciales?
Pues me enfurece. Me hierve la sangre porque evidentemente es con una clara intención de engañar al consumidor.
¿Qué pueden hacer los consumidores?
Yo creo que la información es libertad, es decir, cuando tienes toda la información puedes decidir realmente qué quieres. Lo mínimo es leerte el etiquetado. Igual que la gente se lee la información de los medicamentos, deberían leer los ingredientes de lo que vas a comer.
La carne, los pescados, los huevos, la pasta, el arroz no llevan ingredientes porque son productos básicos.
Pero cuando compras productos que son medianamente procesados, es mejor que los leas.
Desde el punto de vista de la legislación, ¿qué es lo más urgente de regular?
El primer paso sería no permitir la publicidad de productos mal sanos dirigidos a menores. Ni promover esos productos de ningún modo, ni regalando juguetes.
Ellos son la población que se ve más afectada. Del mismo modo que se prohibió la publicidad al tabaco, se debería prohibir la publicidad de este tipo de productos para menores porque los hábitos se arrastran por muchos años.
¿Qué es importante si queremos comer bien?
Lo mejor es que no haya urgencia. Lo mejor es mantener la calma porque la urgencia te lleva a tomar decisiones equivocadas.
Hay personas que necesitan recuperar peso o perder peso y como quieren resultados rápidos, no consiguen lo que buscan.
Siempre digo que puedes ganar una batalla, pero vas a perder la guerra. O acabas con un trastorno de la conducta alimentaria o acabas con un atracón de comida.
Hay que mantener la calma.
¿Cuáles son las claves para alimentarse mejor?
Por un lado, tener tiempo para alimentarse. Si trabajas ocho horas o si estás fuera de casa 12 horas al día es difícil. Pero es necesario dejar tiempo, no tanto para cocinar, porque hay muchos platos sanos que se pueden hacer en cinco minutos.
No es tanto el tiempo para cocinar, sino el tiempo para la logística alimentaria, para planificar.
Dedicar tiempo a hacer una lista de la compra mensual, a organizarnos un menú, a cocinar el domingo dos guisos de legumbre y dos bandejas al horno de verduras para la semana.
Para mí la parte que más esfuerzo lleva es la parte logística porque llegar a casa después de un día duro de trabajo con hambre y que no haya nada en la nevera… eso acaba en que terminas llamando para que te traigan una pizza.
Es mejor estar preparados. Es que no es un problema de información. La gente sabe que comer verduras es bueno, que comer legumbres es bueno, que no hay que comer alimentos ultraprocesados.
La información básica la gente ya la sabe. La gente sabe la teoría.
¿Y por qué no somos capaces de llevarla a la práctica?
Porque pasan cosas como, por ejemplo, no me he hecho un menú, no tengo una lista de la compra.
Además de la logística, a veces no podemos llevar la teoría a la práctica porque nosostros no solo usamos la comida para alimentarnos.
La comida también tiene una función social. Y esto es común en todas las tribus, en todos los tipos de grupos humanos.
La comida forma parte de la idea de reunirnos, del placer. Por otro lado, la comida cumple una función de darte confort.
Si has tenido un día duro de trabajo, ¿qué vas a comer?, ¿brócoli al vapor?, pues no, vas a estar buscando comer helado de chocolate.
Sí, la comida cumple una función de alivio frente a situaciones de estrés. Y hay veces en que la comida es la única salida que tiene una persona para poder disfrutar de algo que le haga sentir mínimamente bien.
No es que la persona no tenga falta de voluntad, es que está intentando salvarse. Está intentando buscar una sensación placentera o de alivio.
¿Qué desafío alimentario te ha sido más difícil superar personalmente?
Pues… es que a mí me gusta mucho el café bombón, que es un café expreso con leche condensada. Lo tomo todos los días, solo que he regulado la cantidad de leche condensada que le pongo porque no me lo quería quitar.
Yo dije, quiero seguir tomando café bombón porque me chifla y es lo mejor, entonces solo me pongo 10 gramos de leche condensada y es el único azúcar que tomo en todo el día.
Hay gente que se toma el café solo, pero eso yo no lo he podido conseguir. Es que mi café con esos 10 gramitos de leche condensada me sabe a gloria.