La gran mayoría de las denuncias sobre violencia doméstica proceden de mujeres. Un tercio de todas las mujeres y niñas experimentan violencia física o sexual en algún momento a lo largo de sus vidas, según estadísticas de la ONU.
Mucho menos común, y también menos comentados, son los ataques que sufren algunos esposos u otros miembros varones de una familia.
La violencia doméstica en contra de los hombres es un tema tabú en muchas sociedades y sus víctimas con frecuencia tienen que buscar la manera de salir adelante por si solos.
Un joven de Ucrania compartió su historia con la BBC, bajo condición de permanecer en situación de anonimato. Esto es lo que nos contó.
Yo no sé si mis amigos sospechan algo. Todo parecía maravilloso desde afuera: sonrisas, amigos, mucho dinero, alegría y confianza. Viajamos juntos por medio mundo.
Apenas recién me di cuenta de que mi exesposa estuvo violándome durante 10 años.
Ira fue mi primera mujer. Nos conocimos cuando teníamos veintipocos años. Ella dio el primer paso y me invitó a salir.
Mis padres me habían dicho que yo tenía que mudarme inmediatamente después de que empezara a salir con alguien.
En otras palabras, comenzar una relación significaba renunciar a la familia y a tener un techo sobre mi cabeza. En un día tenía que perderlo todo.
Daba miedo. Por ello, yo solamente podía permitirme tener una relación cuando hubiera ahorrado suficiente dinero como para vivir de forma independiente.
Para colmo, mi madre se avergonzaba de mí y de mi apariencia. Yo tenía una autoestima muy baja.
Mis primeros intentos en tener relaciones sexuales fueron con Ira y, en aquella época, yo los quería.
Sin embargo, no eran tan normales: era doloroso y agresivo. Nuestro primer encuentro sexual duró unos cinco horas y cuando terminó yo tenía dolores por todos partes.
Ella tenía la manía de que siempre hubiera esperma al final. Yo era frotado hasta conseguirlo. En promedio, duraba entre una y dos horas.
Se supone que el sexo debe ser algo que disfrutas, pero para mí nunca fue placentero. Yo no tenía experiencias previas y creí que era de esa manera así que solía acceder a sus demandas.
Pese a todo, pronto dije “No”. Pero eso no la detuvo. Fue entonces cuando se convirtió en una violación.
Yo tenía que irme al extranjero en un largo viaje de negocios. Me daba miedo perder a Ira, así que le pedí que me acompañara. Incluso le ofrecí casarnos antes.
Ella no aceptó, pero de todas formas viajó conmigo. Fue entonces cuando todo empezó.
Yo tenía demasiado trabajo y quería descansar pero ella empezó a exigir que tuviéramos sexo. Yo accedí la primera vez, la segunda…
Ella decía “lo quiero, lo necesito, así que tienes que hacerlo, vamos, he esperado mucho tiempo”.
Yo le respondía “no, no quiero, necesito descansar, estoy agotado”.
Entonces, ella me pegaba y ya no había nada que yo pudiera hacer. Ella me arañaba hasta que yo sangraba, me daba puñetazos.
Ella nunca me dejaba marcas en el rostro, solamente me hacía daño en las partes del cuerpo que podía cubrir con ropa: mi pecho, mi espalda, mis manos.
Yo no me defendía porque pensaba que golpear a una mujer era agresivo y estaba mal. Así fue como me educaron mis padres.
Me sentía pequeño, débil y, simplemente, no podía escapar. Ella conseguía lo que quería y usualmente lo haría colocándose encima de mí.
Una vez intenté alquilar una habitación separada para mí en un hotel. Pero yo no hablaba el idioma del lugar, el recepcionista no entendía lo que le pedía. Terminé atrapado.
Al salir del trabajo me daba miedo volver al hotel, por lo que me iba a caminar por los centros comerciales hasta que cerraban las tiendas.
Luego me iba a deambular por la ciudad. Era otoño, frío y húmedo, y yo no había llevado ropa abrigada. Al final, terminé contrayendo infecciones urinarias, prostatitis y fiebre.
Eso, sin embargo, no detuvo a Ira: yo tenía que hacer lo que ella quería.
Los fines de semana eran lo peor: ocurría el sábado en la mañana y la noche del domingo. Yo contaba los días que faltaban para volver a Ucrania. Pensaba que eso pondría fin a nuestra relación, pero estaba equivocado.
Regresé a la casa de mis padres y no tenía intención de seguir en contacto con Ira, mucho menos de vivir con ella. Pero mis intentos por liberarme naufragaron durante años.
Peleábamos, yo apagaba mi teléfono y la bloqueaba en todas partes. Me escondía pero ella me encontraba y tomaba el otro lado de la puerta cerrada. Me llamaba y de prometía que todo iba a estar bien.
Y yo regresaba a su lado cada vez. Tenía tanto miedo de estar solo.
Al principio hice muchos intentos de dejarla, luego menos y, al final, me rendí. Ella insistió en que nos casáramos y lo hicimos, aunque ya eso no era lo que yo quería.
Ira me celaba de todos: de mis amigos, de mi familia. Dondequiera que iba, siempre tenía que llamarla. ¿Por qué iba a esas conferencias?, ¿por qué me reunía con mis amigos? Tenía que estar con ella, a su alcance.
Ella no podía ir a ninguna parte sin mí. Yo era una especie de juguete que tenía que entretenerla todo el tiempo.
Ira no trabajaba. Yo era el que conseguía el dinero, cocinaba y limpiaba.
Alquilamos un apartamento grande con dos cuartos de baño. Yo tenía prohibido usar el baño principal, tenía que usar el de las visitas.
Cada día, yo tenía que esperar hasta que ella se levantara a las 9 o 10 de la mañana para no perturbar su sueño.
Ella decidió que teníamos que dormir en habitaciones separadas y la mía no tenía cerrojo. Yo nunca podía estar solo.
Cuando yo estaba haciendo “algo mal”, ella me gritaba y me golpeaba. Esto solía ocurrir una vez al día o cada dos días.
No importa lo que pasara, ella siempre me culpaba. Todo el tiempo me decía qué tipo de hombre ella necesitaba, qué y cómo él debería estar haciendo.
Yo me sentía indefenso y hacía todo lo que ella exigía solamente para evitar su ira, el estallido que poco después ocurría.
Recuerdo que bajaba las escaleras y me sentaba en el auto a llorar. Ella pasaba a mi lado y me veía. Luego, cuando yo volvía a casa, ella decía que lo lamentaba mucho por mí, pero que ella no era capaz de detenerse.
Entonces, todo empezaba de nuevo al día siguiente y al día después de ese. No importaba lo que yo hiciera o cuán horrible me sintiera, nada cambiaba.
Yo tampoco soy perfecto. Para evitar todo esto, solía trabajar 10, 12 o 14 horas al día, en fines de semana y días festivos. Era fácil: hay gente que bebe, otros trabajan.
¿Por qué las víctimas de violencia no abandonan a sus agresores?
•Las personas que crecieron en una familia en la que había violencia, reproducen el comportamiento de sus padres en sus familias.
•El miedo a quedarse solos y los estereotipos. “¿Qué van a pensar los vecinos”, “un niño debe crecer con sus dos padres”.
•Las primeras etapas -abuso psicológico- son difíciles de reconocer. Por tanto, la persona abusada gradualmente se acostumbra y pierde la capacidad para evaluar la situación y actuar.
•La persona que sufre los abusos no tienen adónde ir. Depende económicamente del abusador o se encuentra en una situación vulnerable (está embarazada o tiene hijos pequeños).
•Al acudir a las autoridades, estas les dicen “esos son problemas familiares” y la persona se resigna..
Alyona Kryvuliak, jefe de La Strada, el Departamento responsable de la Línea de Emergencia Nacional de Ucrania, y Olena Kochemyrovska,asesora del Fondo de Población de la ONU para la prevención y respuesta a la violencia de género, ofrecieron estas y otras explicaciones..
Cuando estás en una situación como esa, no te das cuenta de lo que te ocurre. No ves la salida y no escuchas a nadie. Ni siquiera piensas que tienes la posibilidad de escapar. Es pura desesperanza.
Yo hice cosas que no quería porque estaba acostumbrado a hacerlo. Yo siempre le “debía” algo a alguien y nunca me pertenecía a mi mismo. Le pertenecía a mi abuela, a mis padres.
Yo siempre pensé que tenías que sacrificar todo por el bien de la relación. Entonces, sacrifiqué mis intereses y a mi mismo, lo que en aquella época me parecía normal. Entonces, todo se puso peor.
Muy al inicio de todo, a mí simplemente no me gustaba, pero durante los últimos tres o cuatro años de nuestra relación, el sexo me causaba constantes ataques de pánico. Ocurría en cualquier momento en el que Ira lograba atraparme y forzarme.
Cuando entraba en pánico, yo solía apartarla, esconderme y correr. Irme lejos de casa o, al menos, de la habitación.
Ira pensaba que teníamos problemas sexuales por mi culpa. Así que cada tantos años ella me llevaba a un sexólogo.
Cada vez que yo decía que había algo que no me gustaba y que yo simplemente no quería (sexo). Me decía que yo era el problema. Yo no decía nada sobre las agresiones y la violación.
Y para Ira, esas consultas comprobaban que ella tenía razón. Yo hablé (sobre la violencia) poco después del divorcio. Comencé a hablar y ya no pude parar.
Era otoño. Yo había estado en cama con bronquitis y una fiebre de 39-40 grados Celsius durante unas dos semanas. Nadie se había interesado en cómo estaba durante todo ese tiempo.
Entonces, me di cuenta de que mi vida no valía nada y que incluso nadie habría notado si me hubiera muerto allí mismo.
Fue un momento revelador: horror, repulsión y una increíble autoconmiseración. Quería contarle a alguien pero no sabía a quién ni cómo.
Una vez fue a casa de mis padres cuando ellos no estaban allí, solamente para estar solo.
Estaba navegando por internet y entré en un chat que se abrió en una ventana de un anuncio. Todo allí era anónimo, como si no existieras.
Fue la primera vez que dije algo sobre lo que me estaba ocurriendo. Aún no lo reconocía como abuso, pero a partir de ese momento comencé a decir “No”, con más y más frecuencia.
Al principio era con las cosas pequeñas. Para mí era importante decir “No”, en lugar de quedarme callado. Cada vez que necesitaba fuerza, recordaba aquellos días cuando estuve enfermo.
Al final, encontré un terapista de familia que me dio apoyo. Ira y yo tuvimos oportunidad de hablar durante las sesiones y ella tenía prohibido interrumpirme. Esa fue la primera vez que hablé sobre el abuso.
Ella estaba tan furiosa, me gritó y dijo que no era cierto.
Sin embargo, poco después de eso ella sugirió que nos divorciáramos. No creo que fuera lo que ella quería, pienso que era un intento de silenciarme. Yo sabía que no tendría otra oportunidad y acepté la propuesta.
Había cola en una oficina, así que fuimos a otra. Yo pensaba, tengo que hacerlo mientras aún tengo la oportunidad.
Y lo hicimos.
Cuando recogí los documentos del divorcio un mes más tarde, fue el día más feliz de mi vida.
Un día después del divorcio, le grité: “tú me estabas violando”.
“¿Yo te estaba violando?, ¿Y qué?”, respondió.
No supe qué responder y aún no lo sé. De alguna manera, ella admitió lo que había hecho, pero más que nada se burló de ello.
Me mudé de vuelta con mis padres, renuncié a mi trabajo y me quedé en casa por algunas semanas. Tenía miedo de que ella estuviera en algún lugar afuera, buscándome.
Un día, ella vino y comenzó a tocar la puerta, pateándola, gritando. Mi mamá dijo que estaba asustada. Yo pensé: “Mamá, ni te lo puedes imaginar…”
Yo no recolecté evidencias ni le conté a nadie.
Probablemente pude habérselo contado a mis padres, pero desde niño sabía que ellos no eran capaces de guardar un secreto.
Tampoco hablé con mis amigos sobre lo que me estaba ocurriendo.
Estuve buscando grupos de apoyo, pero en Ucrania solamente existen para mujeres. Al final, hallé una comunidad virtual de apoyo para hombres en San Francisco.
El primer psicoterapeuta al que visité en Ucrania se burló de mí: “Eso no ocurre así. Ella es una chica y tú, un chico”. Así que fui cambiando de especialista hasta seis veces y ahora finalmente conseguí ayuda.
Transcurrieron ocho meses antes de que yo permitiera que alguien me tomara de las manos.
En la comunidad del Club de Padres en Ucrania se crearon grupos de apoyo psicológico pero, según explica el activista Max Levin, la iniciativa no duró
Según él, los hombres no estaban listos para ir a un psicólogo.
Alyona Kryvuliak de La Strada-Ucrania dice que los hombres empezaron a llamar para pedir ayuda solamente cuando la línea de emergencia comenzó a funcionar las 24 horas. Los hombres no podían llamar durante las horas de oficina tradicionales.
Pero incluso ahora, los hombres están principalmente preocupados por permanecer anónimos y no están preparados para defender sus derechos ante instituciones públicas como la Policía o los tribunales.
La psicoterapeuta y sexóloga Yulia Klymenko explica que para las víctimas masculinas, la salida psicológica del abuso puede ser un proceso largo. Después de todo, la sociedad no ayuda mucho con frases como “los chicos no lloran” o “los hombres son físicamente más fuertes”.
Una persona que ha sufrido un trauma por un abuso sexual psicológico o físico puede parecer algo inusual.
Según Klymenko, los pacientes con traumas complejos que implican distintos tipos de abusos necesitan ser “resucitados” durante un largo periodo, independientemente de su género o edad.
Yo evalué denunciarla ante los tribunales. Los abogados dijeron que había la posibilidad de obtener una orden de alejamiento. Pero ahora no la necesito.
Durante un largo periodo, solamente quise admitiera lo que había hecho y se disculpara.
Yo aún no salgo a trabajar y me resulta muy difícil levantarme de la cama cada mañana. No tengo nada por lo que vivir. Ni siquiera sé qué he estado haciendo todo el año.
Yo sé que nunca tendré una relación y que nunca tendré hijos. Me di por vencido.
Pero, maldición, estuve callado durante tanto tiempo y eso llevó a tremendo desastre. Quizás hay un hombre en una situación parecida en este momento y él leerá mi historia.
Es importante que él entienda: eso no va a terminar, nada se va a arreglar, es un verdadero desastre, nunca va a desaparecer y te va a matar. Si tú entiendes esto, entonces, al menos, tienes una oportunidad.
Si estás viviendo una situación de violencia de género, en esta nota encontrarás datos sobre líneas de ayuda existentes en varios países de habla hispana.