La mayoría de los padres nunca tienen por qué preocuparse de ser atacados por un hijo violento. Pero si sucede, enfrentan un dilema: no pueden simplemente irse y quizá teman que el buscar ayuda tenga repercusiones para el menor. Las investigaciones señalan que el problema muchas veces se queda en las sombras y es mucho más común de lo que imaginamos.
El verano pasado, Aidan*, de 10 años, decidió que iba a matar a la perrita de la familia. La atrajo con una salchicha detrás del sofá antes de apretarle el hocico y el cuello con las manos.
“Lo más descabellado es que él realmente ama a la perra y a mí más que a cualquier otra” persona, dice Hazel, la madre de Aidan. “Pero nosotras somos el blanco que escoge y algunas veces le hace daño [a la perra] para hacerme reaccionar”.
Aidan patea y golpea, y solía morder. Le dice a Hazel que la odia y que quiere que muera, que va a conseguir una pistola y matarla a tiros. Ha intentado empujarla por las escaleras y ahora que se ha percatado de sus puntos ciegos -ella tiene una discapacidad visual- le arroja cosas que la mujer no puede ver venir.
Recientemente fue una tetera eléctrica, que afortunadamente no estaba hirviendo, pero Aidan no sabía que estaba fría cuando la levantó para arrojarla.
“Parece como si fuera un comportamiento abusivo e intimidatorio”, comenta Hazel. “Siento como si estuviera en una relación violenta. Se suele decir que si tu marido te pega te puedes ir, pero no vas a hacer eso si quien te pega es tu hijo, ¿verdad? Porque tú eres la protectora de tu hijo, al mismo tiempo que la víctima”.
Todos los cuchillos en la casa están bajo llave lejos de su alcance desde que Aidan se armó con unos cubiertos y atacó a otro miembro de la familia. Pero utiliza cualquier objeto afilado, desde tijeras, hasta cortauñas.
“Todo lleva a la violencia”, indica Hazel. “Está atraído por la violencia y ve violencia en cualquier situación. Ni siquiera podemos ver un simple programa infantil, porque si hay apenas un poco de violencia, la quiere recrear, recrear y recrear”.
“Desde el primer día supimos que había problemas serios”, dice Hazel. “Pero pensamos: ‘Bueno, está en un entorno muy extraño, el hogar de acogida donde estuvo no era saludable… Veamos cómo nos va'”.
Pero las cosas no marcharon bien. Desde el comienzo, Aidan golpeaba, tiraba del pelo y escupía.
Hazel y su esposo tenían la esperanza de que la violencia mermara con el tiempo, pero solo empeoró. Para cuando tenía 5 años, Aidan había enviado al hospital en dos ocasiones a la maestra asistente de la unidad especial donde iba en la escuela, la primera vez con patadas que le dio de lleno en la cara cuando ella se agachó a recoger algo que él había tirado al piso en una rabieta.
El personal de la escuela había recibido capacitación especial para saber cómo agarrar a Aidan de manera segura cuando se pusiera violento.
Hazel recuerda la primera vez que vio a Aidan después de una “contención prolongada”, de hasta 50 minutos de duración.
“Estaba sentado en un sofá pequeño en su salón de clases desvestido hasta la camiseta porque estaba sudando -con una maestra asistente al lado- y estaba temblando y estremeciéndose… fue horroroso”, cuenta. “Me senté y él se enroscó en mi rodilla, al estilo fetal. Fue realmente angustiante”.
En retrospectiva, Hazel se pregunta si debió haber permitido que el personal escolar pudiera restringir a Aidan así, pero no estaba segura de cómo lo hubieran podido contener de otra manera.
“Eso lo debió haber traumatizado, pero yo sé lo violento que era”, indica. “Vi los moretones que tenían todas las maestras asistentes y no sé que otra cosa podían haber hecho para mantenerse seguras”.
Entonces, la escuela construyó un cuarto acolchonado, un espacio suave y seguro al cual Aidan podía ir cuando se volvía un peligro para él y para otros.
“Entraba allá todos los días”, dice Hazel, “y se ponía tan furioso que rompió el vidrio reforzado de la puerta tres veces”.
Fue cuando la escuela le comunicó a Hazel que no podía lidiar más con su hijo.
En 2010, investigadores de la Universidad de Oxford, Reino Unido, realizaron el primer análisis de los datos de la policía respecto a la violencia de hijo a padre, y encontraron 1.900 casos registrados en Londres a lo largo de un período de 12 meses.
La profesora de criminología Rachel Condry, que encabezó el proyecto, estima que a nivel nacional hay decenas de miles de casos al año, muchos de los cuales pasan desapercibidos.
“Es un problema muy escondido -simplemente hay muchos padres que no se sienten capaces de reportarlo a la policía o no reciben asistencia o no encuentran servicios”, afirma.
Frecuentemente, los padres le han contado que soportan años de violencia antes de denunciar a sus hijos y solo hacen el llamado cuando realmente sienten miedo.
“Tienen razón de estar preocupados por criminalizar a su hijo y las consecuencias que esto puede traer”, señala.
Antes del estudio de Condry era muy poca la investigación que se había hecho de la violencia de hijo a padre y, de hecho, había muy poca consciencia al respecto.
“No estaba en ningún sito web oficial, no era parte de la política de ningún gobierno -no se mencionaba en ninguna parte”, asegura. “Sin embargo, cuando hablé con gente que había trabajado con menores y familias en todo tipo de áreas, decían que encontraban este tipo de casos todo el tiempo, así que existía este silencio muy intrigante”.
Las familias ni siquiera les cuentan a sus amistades lo que sucede.
“Esto acarrea una enorme vergüenza“, señala Helen Bonnick, una extrabajadora social que ha escrito un libro sobre la violencia de hijo a padre.
“Si eres padre, tu papel es criar a tu hijo para que sea un miembro responsable de la sociedad y un ser humano amoroso y preocupado. Si todo eso sale mal, las personas creen que han fallado. Realmente no quieren hablar al respecto. Y como nadie habla, tal vez pienses que tú eres la única persona que lo está viviendo”.
Al igual que la violencia doméstica y la violencia de género, la violencia de hijo a padre afecta a personas de todos los estratos, ricos y pobres, y sería equivocado suponer que solo ocurre cuando los niños han estado en hogares de acogida.
De hecho, Michelle John, de la organización caritativa que aborda la violencia de hijo a padre Parental Education Growth Support, dice que su grupo ayuda más a la familias biológicas que a las adoptivas.
Como en el caso de la familia de Hazel, las madres son el blanco más probable.
“Es mucho más probable que las mujeres sean las víctimas de la violencia doméstica de todo tipo y ese es el caso también con esto”, indica Rachel Condry. “Aunque le puede ocurrir al padre, la violencia de hijo a madre es la manifestación más común”.
Ahora, ninguna escuela local acepta a Aidan -todas las unidades especializadas lo han rechazado o expulsado. La más cercana que lo acepta queda a media hora en auto y no tiene la capacidad de atender sus necesidades complejas.
“Lo contienen, pero no resuelven nada”, comenta Hazel. “El chico todavía tiene problemas”.
Académicamente ya está unos tres o cuatro años retrasado en comparación con otros niños de su edad, aunque su caligrafía es hermosa.
Hazel ha pagado por sesiones de entrenamiento para aprender técnicas para reducir la intensidad del comportamiento violento de Aidan, para evitar que le haga daño.
Una táctica es sostener en frente de ella un gran cojín de sofá para evitar que Aidan la lastime.
“La primera vez, me lo sacó y me pegó con él”, relata Hazel. “Así que pensé: ‘Bueno, tengo que agarrarlo más firmemente’. La segunda vez funcionó bastante bien, logré interponerlo entre los dos y él lanzaba puños y pateaba, tratando de ir por los lados, sin conseguirlo”.
Hazel hace énfasis en que su hijo no es malvado, que es así debido al trauma que sufrió en el pasado, y eso no es culpa suya.
“Aunque parezca que es un abusador, no lo es realmente, no puede evitarlo”, asegura. “En realidad es un niño de naturaleza dulce, es adorable y gracioso y en verdad nos amamos”.
Pero el estrés de todo esto la obligó a dejar su trabajo. Su salud desmejoró. Tuvo frecuentes brotes de herpes zóster (que suelen aparecer por situaciones de estrés) y pulmonía más de una vez en el último año y ahora toma antidepresivos. La relación con su esposo también se vio resentida.
“Cuando nos dimos cuenta de que había problemas y que las cosas eran tan difíciles, los dos sentimos que nos habíamos equivocado y que no podríamos superarlo”, dice. “Pero decirlo en voz alta significaba que teníamos que hacer algo y ninguno de los dos lo dijo en voz alta. Básicamente no nos dirigimos la palabra durante unos seis meses”.
Who’s in Charge?, un programa que aborda el tema de la violencia de hijo a padre y da capacitación, consejos e información de dónde buscar ayuda en Reino Unido, dice que cuando el comportamiento de un menor se vuelve controlador, amenazante, intimidante o inseguro, deja de ser normal. Aquí hay algunas de las señales a las que sugiere estar atentos:
Hace un par de años, después de mucha introspección, Hazel estaba a punto de tomar medidas drásticas.
“El efecto que estaba teniendo en la familia era muy angustiante, así que tomé la decisión de llevarme a Aidan y marcharme”, cuenta.
El esposo de Hazel la convenció de que no lo hiciera y, aunque ahora reconoce que probablemente fue la decisión correcta, no alivia la culpa que siente por los otros niños de su familia.
“Es su infancia la que hemos puesto en riesgo”, afirma.
La familia de Hazel había dejado de visitar las casas de otras personas mucho antes de la pandemia. No celebran ni van a grandes reuniones familiares; Hazel solo ve a sus propios padres mientras Aidan está en la escuela porque no pueden soportar estar cerca de él.
Y Hazel no se encuentra con sus propios amigos con Aidan a cuestas si otros niños también están allí. Ella y su esposo nunca salen por la noche o un fin de semana, no hay nadie con quien puedan dejar a Aidan y que pueda manejarlo.
“Es increíblemente aislante”, reconoce Hazel.
Pero ha encontrado un gran consuelo en una comunidad en internet de padres como ella, en foros donde la gente comparte historias y mecanismos para afrontar la situación al igual que ofrecer apoyo moral.
Descubrir a tanta gente en una situación similar fue una verdadera revelación.
“Hay muchas, muchas, muchas familias así”, detalla.
Hazel mantiene hojas de cálculo y está constantemente persiguiendo a las diferentes agencias involucradas con Aidan para averiguar qué decisiones se han tomado o no.
Ella siempre está tratando de mantener el impulso para encontrar la ayuda que Aidan necesita.
“La violencia de hijos a padres no es asunto de nadie, sino de todo el mundo, en el sentido de que no es la responsabilidad principal de un único servicio u organización; creo que es un problema real”, expone Rachel Condry.
La gran esperanza de la familia es que Aidan ingrese en una escuela residencial que tiene como objetivo rehabilitar por completo a niños como él en un plazo de tres años, permitiéndoles regresar a casa, vivir con sus familias y asistir a escuelas diurnas normales.
“Realmente lo quiero en una escuela terapéutica, una que realmente lo ayude”, dice Hazel.
Pero los criterios de ingreso son estrictos y complicados, por lo que es una posibilidad remota.
Si no aceptan a Aidan, a Hazel le preocupa cómo podrían terminar las cosas para él. “Va a ser una pareja abusiva y tendrá problemas con la policía”, prevé. “Se peleará. Lo veo en prisión”.
Por ahora, sigue tratando de controlar las cosas, Hazel pasea al perro y hace un poco de mindfulness para prepararse para el regreso a la casa.
Allí, Aidan podrá decidir destrozar el lugar, arrojarle el contenido del frutero y saltar de la barandilla.
O, si es una noche tranquila, Aidan escuchará sus audiolibros, las mismas historias, una y otra vez, siguiendo las palabras de la página. Y cuando sea la hora de acostarse, las puertas de la planta baja estarán cerradas para que si se levanta por la noche no pueda molestar a la perrita
*Esta historia usa nombres falsos para proteger la privacidad de Aidan.
Ilustraciones de Owen Gent.