Alimentos para adelgazar y otros falsos milagros
Piña, batidos de verduras o café para adelgazar.
Té verde, jengibre o bayas de Goji para desintoxicar. Canela, cúrcuma o linaza para controlar la diabetes. Internet está lleno de este tipo de afirmaciones. En el mejor de los casos son “erróneas”, y en el peor, el resultado de intereses comerciales.
¿Cuál es la función de los alimentos?
Los alimentos actúan a modo de transportadores de nutrientes. El sistema digestivo se encarga de liberar estos nutrientes de la matriz alimentaria para que el intestino pueda absorberlos. Una vez en nuestras células, los nutrientes participan en numerosos procesos biológicos que permiten su funcionamiento adecuado.
Por mencionar algunos de ellos, las vitaminas B, el magnesio o el zinc asisten en las reacciones bioquímicas que tienen lugar en nuestras células. Las vitaminas C y E son antioxidantes que las protegen del daño oxidativo. El hierro es imprescindible para que la hemoglobina pueda transportar oxígeno en la sangre. Y así una lista infinita.
Si nos centramos en la popular vitamina C, por ejemplo, como consecuencia de sus funciones contribuye al funcionamiento del sistema nervioso, al del sistema inmunitario y al metabolismo energético. Lo que no hace la vitamina C, por muy antioxidante que sea, es prevenir el envejecimiento o los resfriados.
Relación directa entre alimentos y enfermedades
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una dieta malsana es un factor de riesgo fundamental para las Enfermedades No Trasmisibles, responsables del 70% de las muertes en el mundo. Las cuatro ENT más frecuentes son: enfermedades cardiovasculares, cáncer, diabetes y enfermedades respiratorias.
En 2017, un meta-análisis concluyó que el aumento del consumo de verduras y hortalizas, fruta, frutos secos y pescado disminuye el riesgo de mortalidad. Otra revisión en 2019 concluyó que el patrón alimentario de la Dieta Mediterránea puede ser recomendado para la prevención de la diabetes tipo 2 a largo plazo. Por cierto, que la Dieta Mediterránea también ha mostrado efectos beneficiosos en la prevención de enfermedades cardiovasculares.
No acaba ahí la cosa. La Fundación Mundial de Investigación en Cáncer (WCRF) reflejó en su informe de 2018 que hay evidencias importantes de que los cereales integrales (grano entero), los alimentos que contienen fibra y los productos lácteos disminuyen el riesgo de cáncer colorrectal. De la misma manera, relaciona ingestas elevadas de verduras, hortalizas y frutas con menor riesgo de varios tipos de cáncer que afectan el tracto respiratorio y la parte superior del aparato digestivo.
En cuanto al peso corporal, la WCRF nos dice que el “consumo de alimentos con fibra dietética probablemente protege contra la ganancia de peso, el sobrepeso y la obesidad”. Tras la revisión de la evidencia, llegaron a la misma conclusión con respecto a los patrones dietéticos de “tipo Mediterráneo”.
Es muy tentador convertir los cuatro párrafos anteriores en afirmaciones del tipo “la fruta prolonga la vida”, “la fibra previene el cáncer” o “la Dieta Mediterránea previene la diabetes”. Pero debemos ser conscientes de que, si lo hiciéramos, estaríamos dotándolas de un cariz categórico que los estudios no sustentan y que, por lo tanto, serían erróneas.
Generalizar es un error
Además de las evidencias ya citadas, existen multitud de trabajos publicados donde se estudian los efectos de alimentos, extractos o principios activos presentes en los alimentos. Para demostrar efectos beneficiosos no basta con un solo trabajo de investigación, sino que son necesarios varios de ellos cuyos resultados apunten en la misma dirección.
La libre disposición de estos trabajos en Internet puede provocar confusión entre la población que los consulta. Porque para poder interpretar adecuadamente los resultados obtenidos en esos estudios es necesario un cierto bagaje en investigación.
Por ejemplo, la búsqueda de los efectos sobre la salud del jengibre en una base de datos especializada (Pubmed) devuelve más de 800 artículos, de los cuales más de 200 son revisiones. Las conclusiones de una de ellas, de 2019, nos dice que son necesarios más estudios para determinar los beneficios del jengibre sobre las náuseas y los vómitos, el síndrome metabólico y el dolor.
Para evaluar otros beneficios del jengibre habría que leer el resto de artículos y revisiones. Dudo que todo aquel que habla en internet de las maravillas para la salud de este alimento lo haya hecho. De hecho, posiblemente no haya leído ninguna.
Por lo tanto, es fundamental interpretar adecuadamente los resultados de la investigación para evitar generalizaciones incorrectas. Además, hay que ser especialmente cuidadosos con el lenguaje, porque un mal uso puede sugerir o dar a entender efectos beneficiosos no sustentados por la evidencia.
Dónde deben buscar información los no especialistas
Si queremos informarnos del uso terapéutico de los alimentos, extractos o principios activos, la Agencia Española del Medicamento y los Productos Sanitarios es la encargada oficialmente de autorizarlos con este fin. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) evalúa los efectos beneficiosos no terapéuticos de los alimentos y la Comisión Europea los publica en el registro de declaraciones de propiedades saludables.
A nivel divulgativo, las páginas institucionales de la OMS, la EFSA, el Ministerio de Sanidad, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) son fuentes fiables de información. También lo son las de universidades o sociedades científicas libres de intereses.
A modo de conclusión, quien suscribe recomienda ignorar cualquier información que indique, sugiera o dé a entender que algún alimento tiene magníficos efectos sobre la salud. Lo que sí está demostrado es que un patrón alimentario saludable es un factor importante para reducir el riesgo de enfermedades. Aunque aplicarlo al día a día requiere un gran esfuerzo, los resultados hacen que valga la pena.
Ana Belén Ropero Lara, Profesora Titular de Nutrición y Bromatología – Directora del proyecto BADALI, web de Nutrición, Universidad Miguel Hernández
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.