¿Tendré que llevar mascarilla después de la vacuna contra la covid-19?
Recapitulando lo que sabemos de inmunología, tras ser inmunizados (ya sea de forma natural –infección– o artificial –vacuna–) nuestro sistema inmune adaptativo se activa y produce anticuerpos.
Para ello, el sistema inmune desarrolla un tipo de células productoras de anticuerpos llamados plasmablastos en un proceso dependiente de la generación de linfocitos T y B específicos.
Este proceso dura aproximadamente unos 10 días. Si nos fijamos en los resultados de la vacuna, aquí es precisamente donde se separan las curvas de los pacientes que han recibido la vacuna (quedan protegidos) y los que han recibido el placebo (se siguen contagiando).
Dicho esto, hemos de recordar que esta protección empieza 10 días tras la segunda dosis. Por tanto, empezar la pauta de la vacunación no quiere decir ni mucho menos que ya esté todo hecho, sino que falta un mes para que esta haga efecto pues la segunda dosis se administra 21 días después. Ahí es cuando nuestro sistema inmune empieza la cuenta atrás de 10 días para quedar protegidos.
Probabilidad de reinfección
Dicho esto, ¿son posibles las reinfecciones de gente que ya ha superado la enfermedad? Hace unas semanas, en las noticias salía que los anticuerpos de la gente que había superado la infección disminuyen con el tiempo. Esto es un mecanismo normal.
Nuestro cuerpo produce a diario anticuerpos frente a sustancias extrañas. Si estos no decayesen con el tiempo, cuando tuviésemos 40 años nuestra sangre sería gelatina de la cantidad de proteína que tendríamos (los anticuerpos al fin y al cabo son proteínas).
Si hemos generado anticuerpos, no importa que decaigan con el tiempo porque para ello hemos generado linfocitos T y B específicos, algunos de los cuáles se diferencian hacia células de memoria y nos acompañarán durante el resto de nuestra vida para volver a activarse si fuese necesario.
Esto también explica por qué apenas hay casos de reinfecciones. A día de hoy, hemos tenido más de 70 millones de infecciones confirmadas en el mundo, y menos de 100 casos confirmados de reinfección.
Pero es que la mayoría de estos casos han sido asintomáticos. Por ejemplo, si hemos pasado la varicela (que solo se pasa una vez en la vida) y medimos los niveles de anticuerpos en nuestra sangre frente a la enfermedad probablemente sean indetectables. Pensaremos que no estamos protegidos. Sin embargo, no es el caso, porque nadie (o casos muy excepcionales como gente con inmunodeficiencias o inmunocomprometidos) pasa la varicela dos veces.
¿Por qué sucede esto? Porque tenemos linfocitos T y B de memoria, que tan pronto se encuentren el virus de la varicela se activarán y pondrán el sistema inmune en marcha (incluyendo la producción de anticuerpos que es sólo una pequeña parte de nuestro sistema inmune adaptativo) y se detendrá la infección antes de que nos demos cuenta.
De hecho, si nos encontramos al lado de una persona que está infectada de la varicela, el virus no va rebotar en nosotros. Por supuesto que va a entrar en nuestro cuerpo, pero nuestro sistema inmune lo neutralizará antes de que nos enteremos.
Sin embargo, si nos hacemos una PCR saldrá un resultado positivo para el virus. Por supuesto que lo somos, pero no desarrollamos la enfermedad. Esto es precisamente lo que esta pasando con los casos de “reinfecciones por covid-19”.
Obviamente habrá casos puntuales de reinfecciones reales donde la gente desarrolle patología, pero serán muy puntuales, al igual que la gente que pasa 2 veces las paperas, la varicela o el sarampión. Las excepciones no son ni mucho menos la norma.
Qué hacer si ya hemos pasado la covid-19
Si ya hemos pasado la covid-19 no es necesario vacunarse. Esto es debido a que, en primer lugar, la inmunidad otorgada por una vacuna nunca va a ser tan efectiva como la inmunidad otorgada por una inmunidad o infección natural.
Por tanto, no sería necesario vacunar a las personas que tengan un diagnóstico previo confirmado de covid-19, aunque la hayan pasado de forma asintomática, ya que han activado su sistema inmune adaptativo y, por tanto, presentan células de memoria.
Es cierto que vacunar a estas personas no les hará mal, pero tampoco otorgará ninguna ventaja. De hecho, esta estrategia generaría un gasto adicional de vacunas y retrasaría la vacunación a gente no inmunizada y que realmente lo necesita.
Dicho esto, en este punto es importante tener en cuenta que el diagnóstico debe haberse validado con una PCR o con un test rápido de antígenos, ya que la presencia de anticuerpos reactivos frente al SARS-CoV-2 no es necesariamente indicativo de haber pasado la enfermedad. Podría deberse a un mecanismo de inmunidad cruzada donde no sabemos si este mecanismo confiere una inmunidad total o bien sólo parcial.
¿Podremos decir adiós a la mascarilla?
Cuando nos hayamos vacunado, tanto la mascarilla como las medidas de distancia social seguirán siendo necesarias hasta que hayamos conseguido la ansiada inmunidad de grupo.
Esto es debido en primer lugar a que aún no sabemos si los vacunados, pese a estar inmunizados, son un foco transmisor de la enfermedad. Parece bastante improbable, pero aún no lo podemos descartar.
Pero hay otro aspecto mucho más importante, y es la discriminación biológica subyacente similar a la que se propuso con el “pasaporte biológico” para los que hayan superado la infección.
Si permitimos una serie de prebendas y ventajas para los individuos inmunizados, estaríamos cruzando una barrera ética y legal muy peligrosa. Pensemos al revés. ¿Qué opinaríamos si en una entrevista de trabajo preguntamos si la persona es portadora del HIV? La situación es la misma, ya que estaríamos haciendo discriminación positiva en base a parámetros biológicos.
Hay que tener en cuenta además que no todo el mundo se puede vacunar, como son algunos pacientes inmunocomprometidos o, por ejemplo, personas con alergias severas (y aquí me refiero a personas que llevan consigo la aguja de adrenalina todos los días).
Esto es precisamente lo que sucedió en dos personas del Reino Unido, pero es que para este tipo de personas no está recomendada ni esta ni ninguna otra vacuna. ¿Estamos, por tanto, dispuestos a discriminar a los que no puedan ponerse la vacuna, o decidan en su libertad individual no ponérsela?
Si cruzamos esta barrera, ¿dónde ponemos el límite? Finalmente, pero no por ello menos importante, hay otro aspecto a tener en cuenta. Si permitimos que las restricciones se levanten para las personas vacunadas, mucha gente trataría de conseguir la vacuna de forma privada para volver a su antigua libertad (algo que no todo el mundo se puede permitir económicamente). Por no hablar del mercado negro que surgiría no solo de falsas vacunas, sino de falsos certificados de inmunización.
Por tanto, y lamentablemente para todos, hasta que no hayamos logrado alcanzar la inmunidad de grupo la respuesta es que sí. Las medidas de seguridad y distancia social deberán seguir manteniéndose para que todos podamos disfrutar de una desescalada segura y no discriminatoria.
David Bernardo, Personal Docente e Investigador en Inmunología Humana. Instituto de Biología y Genética Molecular (IBGM), Universidad de Valladolid-CSIC, Universidad de Valladolid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.