No existen soluciones simples para problemas complejos como el cambio climático. Pero ha habido momentos en el pasado en los que el mundo se ha unido para tratar de solucionar una crisis medioambiental.
¿Cómo lidiamos con la lluvia ácida, por ejemplo, o el agujero en la capa de ozono?
¿Nos dejaron estos temas lecciones que nos ayuden ahora a abordar el problema más importante del calentamiento global?
Es la década de los 80 y los peces están desapareciendo en los ríos de Escandinavia.
Árboles en partes de los bosques están despojados de hojas, y en América del Norte algunos lagos están tan desprovistos de vida que sus aguas se vuelven de un inquietante azul traslúcido.
La causa es que las nubes de dióxido de azufre de las centrales eléctricas que queman carbón viajan largas distancias en el aire y regresan a la Tierra en forma de lluvia ácida.
“En los años 80, el mensaje fue que este era el mayor problema ambiental de todos los tiempos“, dice Peringe Grennfelt, un científico sueco que jugó un papel clave al destacar los peligros de la lluvia ácida.
Los titulares que advertían sobre las amenazas de la lluvia ácida eran comunes.
Durante años hubo confusión, negación y enfrentamientos diplomáticos, pero una vez que la ciencia resolvió todas las dudas, los llamados a la acción cobraron rápidamente impulso.
Al final todo condujo a acuerdos internacionales para frenar los contaminantes de la quema de combustibles fósiles que acidifican la lluvia.
Las enmiendas a la Ley de Aire Limpio en Estados Unidos introdujeron un sistema de límites y de comercio, dando a las empresas un incentivo para reducir las emisiones de azufre y nitrógeno, y comercializar cualquier exceso de derechos.
Cada año, el límite se iba reduciendo hasta que las emisiones empezaron a caer drásticamente.
Entonces, ¿funcionó?
La lluvia ácida es ahora en gran parte una cosa del pasado en Europa y América del Norte, aunque sigue siendo un problema en otros lugares, particularmente en Asia.
Sin embargo, el científico canadiense John Smol, un joven investigador de la década de los 80, dice que en muchos sentidos la lluvia ácida fue una “historia de éxito”.
Mostró que los países pueden unirse y abordar un problema internacional.
“Si no se le pone precio a la contaminación, la gente contaminará. Eso aprendimos”, expresa.
En 1985, la noticia de otro problema ambiental inminente llegó a los titulares.
Los científicos del British Antarctic Survey (BAS) alertaron al mundo sobre un gran agujero en la capa de ozono sobre la Antártica que además se estaba expandiendo.
Fue causado por los clorofluorocarbonos, gases de efecto invernadero más conocidos como CFC, que se usaban en aerosoles y refrigerantes.
“De repente hace ‘boom’, y empieza a caer muy rápido”, dice la científica polar de BAS Anna Jones, refiriéndose al dramático adelgazamiento de la banda de gas que protege al planeta de los dañinos rayos ultravioleta.
El ozono sobre la Antártica había disminuido desde la década de los 70, pero la noticia de que el agujero ahora cubría todo el continente antártico causó una alarma mundial.
En 1987, los líderes mundiales firmaron el histórico Protocolo de Montreal, aclamado como uno de los tratados ambientales más exitosos de todos los tiempos.
Los productos químicos que agotan la capa de ozono se eliminaron gradualmente y la industria cambió a latas de aerosol “sin CFC” que atraían a los consumidores ecológicos.
“Era un problema mundial, pero la industria, los científicos y los políticos se unieron“, recuerda Jones.
“Actuaron con rapidez y con un mecanismo que permitió ajustar de forma continua ese protocolo. Es un ejemplo muy importante sobre cómo hacer que las cosas funcionen”.
A pesar del éxito del Protocolo de Montreal, ha habido retrocesos.
Se descubrió que los hidrofluorocarbonos (HFC), desarrollados como alternativas a los productos químicos que agotan la capa de ozono, eran potentes gases de efecto invernadero.
Y hubo un aumento misterioso en los CFC en China.
Ambos descubrimientos llevaron a adoptar nuevas medidas.
Y aunque el agujero de ozono está “en camino a la recuperación”, hay que tener en cuenta que los químicos que dañan la capa permanecen en la atmósfera durante mucho tiempo, lo que significa que la reparación es un proceso largo y lento.
Durante décadas, la humanidad utilizó la gasolina con plomo como combustible.
Las empresas añadían aditivos de plomo para ayudar a que la gasolina se quemara de manera más eficiente.
Pero la gasolina con plomo libera partículas de este metal pesado a través de los escapes de los vehículos.
Respirarlas genera una variedad de problemas de salud, incluidos ataques cardíacos, accidentes cerebrovasculares y deterioro del desarrollo mental en los niños.
Después de una larga batalla entre científicos, autoridades reguladoras e industria, surgió un consenso en torno a los riesgos para la salud.
Las naciones ricas prohibieron la gasolina con plomo desde la década de 80 en adelante.
Ahora, dice la ONU, la gasolina con plomo ha sido erradicada en todo el mundo.
Sin embargo, el uso en los países en desarrollo persistió debido a que el combustible era más barato de producir que la gasolina sin plomo.
Después de una larga campaña de ONG, grupos industriales y gobiernos, bajo el paraguas del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), la última gota de gasolina con plomo se bombeó al tanque de un automóvil hace solo unos meses.
Y aunque el mundo ha erradicado oficialmente el combustible con plomo, la contaminación por plomo persiste en el medio ambiente en el polvo y el suelo, donde puede persistir durante mucho tiempo.
Con el cambio climático dominando la agenda de noticias, hoy en día escuchamos muy poco sobre temas como el agujero en la capa de ozono.
Sin embargo, existen paralelos entre estas crisis y la emergencia monumental que supone el cambio climático.
Durante mucho tiempo, la lluvia ácida fue una fuente de conflicto internacional, algunos negaron su propia existencia y la industria de los combustibles fósiles se enfrentó a los ambientalistas.
¿Te suena familiar?
Según el profesor Smol, los debates y las discusiones sobre la lluvia ácida fueron un entrenamiento para los problemas más complejos del cambio climático.
“La primera lección que aprendí fue que teníamos que comunicar de manera eficaz los resultados de nuestros estudios, no solo a otros científicos, sino también a los encargados de formular políticas y al público en general”, dice.
“Si hay un vacío de información, será llenado inmediatamente por grupos con intereses propios“.
Smol dice que la situación es aún más complicada hoy, debido al crecimiento de las redes sociales y la difusión de información errónea.
Cuando se trata del impulso internacional para eliminar el combustible con plomo, Rob de Jong, jefe de la unidad de Movilidad Sostenible del Pnuma, dice que una lección clave fue el valor de un enfoque armonizado.
“Toda la campaña de gasolina con plomo invirtió fuertemente en la conciencia pública, en la acción social y comunitaria, en concentrarse en el impacto que esto tiene en los niños”.
Y las medidas adoptadas por la comunidad internacional para reducir las sustancias químicas que agotan la capa de ozono muestran, en menor escala, el tipo de cooperación que será necesaria para abordar el calentamiento global.
“El problema del cambio climático es mucho más complicado de resolver que el problema del ozono porque no tenemos alternativas inmediatas a los combustibles fósiles de la forma en que teníamos alternativas a los CFC”, señala la doctora Jones.
“Pero esa no es una razón para no hacer algo: el problema es demasiado importante, es demasiado grande y necesitan seguir adelante.
“Cuando la industria y los gobiernos se unieron en el pasado, resolvieron un problema ambiental que amenazaba a todo el mundo; ahora deben demostrar que pueden hacerlo de nuevo”.