Cuando Candice Mama tenía nueve años, abrió en secreto una página de un libro que no debía haber mirado.
La imagen que vio allí reveló algo terrible: el cadáver de su padre asesinado. Pero años más tarde, Candice conoció y perdonó a su asesino, un hombre conocido como “Prime Evil”, (Demonio Supremo), Eugene de Kock.
“¿A dónde fue la niña de Soweto, a dónde fue la niña de Soweto …?“
Cada vez que The Girl from Soweto (“La niña de Soweto”) de Clarence Carter suena en la radio, Candice Mama, de 29 años, sonríe: esta era una de las canciones favoritas de su padre.
Sin embargo, nunca llegó a verlo cantar ni bailó con él.
Glenack Masilo Mama murió cuando Candice tenía solo ocho meses, por lo que pasó su infancia reconstruyendo una imagen de él a partir de los recuerdos de otras personas.
“Era alguien que realmente amaba la vida”, dice Candice. “Era alguien que vivía el momento. Si escuchaba una buena canción, sin importar dónde estuviera, comenzaba a saltar y bailar”.
Candice nació en Sudáfrica en 1991, cuando el sistema del apartheid que imponía una estricta segregación de razas estaba siendo lentamente desmantelado.
Su madre, Sandra, era mulata.
Glenack, su padre, era negro y miembro del Congreso Panafricanista, un grupo que luchaba contra el apartheid junto con el Congreso Nacional Africano (CNA), pero que se oponía al principio del CNA de igualdad de derechos para todas las nacionalidades en Sudáfrica.
Candice siempre supo que su padre había sido asesinado.
Incluso conocía el nombre del asesino: Eugene de Kock, el notorio comandante de la unidad policial de Vlakplaas, un escuadrón responsable de la tortura y asesinato de activistas negros contra el apartheid.
Pero su madre le había ahorrado conocer los horribles detalles.
Cuando tenía 9 años, ella misma descubrió algunos de estos detalles cuando se dio cuenta de que un libro llamado Into the Heart of Darkness – Confessions of Apartheid’s Assassins (“En el corazón de las tinieblas – Confesiones de los asesinos del Apartheid”) causaba un fuerte impacto entre los visitantes de su madre.
“Cada vez que la gente venía a la casa, me pedía que fuera a buscar este libro, y la gente lloraba y yo oía gritos”, dice Candice.
“Escuché todas estas reacciones extrañas, o al menos lo que consideré extraño en ese momento, y pensé: ‘Sé que mi papá está en este libro, pero quiero saber por qué está incitando estas reacciones”.
Sabía que una página específica causaba esas respuestas.
“Así que me dije a mí misma: ‘cuando tenga la oportunidad, pasaré a esta página y veré'”.
Aproximadamente una semana después, cuando su madre fue de compras, Candice se subió a una silla y tomó el libro de la parte superior de un armario en el dormitorio de su madre.
Encontró la página que había oído mencionar y vio la horrible imagen de un cuerpo quemado, su padre, agarrado al volante de un automóvil.
“En mi mente relacioné de inmediato el hecho de que este era mi padre, de que así fue como había muerto y que él [Eugene de Kock] era la persona que lo había hecho”.
“Y debido a que yo sabía que lo que hice estaba mal, que yo no tenía permitido abrir ese libro, guardé todo dentro de mí “.
Sin decirle nada a su madre, Candice cuenta que el resentimiento dentro de ella comenzó a “crecer y convertirse en otra cosa”.
Pero su deseo de saber más sobre su padre aumentó.
“Encontré uno de sus álbumes de fotos. Vi sus fotos, su personalidad y citas que él simplemente había pegado al libro. Parecía tan tolerante, especialmente para alguien que vivía en la situación en la que él estaba viviendo”, dice.
“Algo que decía fue: ‘El hecho de que seas negro no significa que no puedas salir adelante en la vida'”.
“Fue fascinante darme cuenta de que este hombre de 25 años tenía todo este conocimiento dentro de sí mismo, y hubiera querido ver en qué se habría convertido”.
Pero el dolor y la ira que Candice estaba reprimiendo dentro de sí misma finalmente comenzaron a afectar su salud.
Una noche, cuando tenía 16 años, la llevaron de urgencia al hospital con un dolor en el pecho tan severo que se temía que estuviera sufriendo un infarto.
“Al día siguiente, el médico nos sentó a mí y a mi madre y me dijo: ‘No estabas teniendo un ataque cardíaco, pero en mis más de 20 años de experiencia, nunca había visto síntomas de estrés tan graves en alguien de tu edad'”, cuenta Candice.
“Comenzó a señalar todas las cosas que se estaban manifestando en mi cuerpo, todas las úlceras, todos los síntomas, y dijo: ‘No sé cómo decirte esto, pero tu cuerpo te está matando y si no haces cambios creo que realmente vas a morir’ “.
Candice reconoció entonces que había un problema. “No era feliz, no estaba sana y, para ser honesta, ni siquiera estaba viviendo”, dice.
Comenzó a buscar formas de curarse a sí misma y supo que el problema se remontaba a la fotografía que le había mostrado lo que le había ocurrido a su padre.
Se dio cuenta de que tenía que afrontar el hecho para hacerlo menos tóxico, y empezó a averiguar más sobre el asesino de su padre.
En 1995, un año después de las primeras elecciones democráticas de Sudáfrica que llevaron al poder al CNA y a su líder, Nelson Mandela, se estableció la Comisión de la Verdad y la Reconciliación para escuchar el testimonio de quienes habían cometido violaciones de derechos humanos bajo el apartheid.
Todas las transcripciones se pusieron en línea para la posteridad, por lo que Candice pudo escribir el nombre Eugene de Kock y leer cualquier documento en el que apareciera.
En uno, llamado “Audiencia de Amnistía de Nelspruit”, de Kock hablaba en detalle sobre lo sucedido el día en que el padre de Candice fue asesinado.
Al descubrir el documento sintió “un vacío en el estómago”, escribe Candice en un libro de memorias que publicó.
Mientras leía, se estremecía de ira. No podía entender cómo un hombre podía actuar de esta manera.
Al poco tiempo, llegó a la conclusión de que necesitaba hacer lo que para algunos sería impensable: tenía que perdonar al hombre que le había quitado a su padre.
“Comenzó como una venganza de alguna manera, porque pensé: ‘cada vez que pienso en este hombre es como si él me controlara, me provoca estos ataques de pánico. Es como si yo no tuviera el control de mis propias emociones'”.
“Yo pensaba: ‘no, él ya mató a mi padre y ahora me está matando a mí también'”.
“Entonces, para mí, el perdón no era algo que pensaba que tenía que hacer, era algo que era crucial”.
Todavía era una adolescente, pero Candice tomó el control de sus emociones.
“Cuando decidí eliminar el apego emocional que tenía hacia Eugene y el hecho que había ocurrido, comencé a darme cuenta de que estaba perdonando a esta persona”.
“Y en eso se convirtió el perdón para mí, en no tener una respuesta emocional a ese trauma”.
Y encontró eso enormemente liberador.
“Yo pensaba: ‘vaya, puedo sentir la luz, puedo sentir alegría, puedo ser feliz'”.
“Esas eran cosas en las que nunca había pensado y la ironía es que, hasta que logré perdonar a Eugene, en realidad nunca pensé que necesitaba esas cosas”.
En 2014, la Autoridad Fiscal Nacional se puso en contacto con la madre de Candice para preguntarle a la familia si le gustaría participar en un diálogo entre víctima y perpetrador y conocer a Eugene de Kock.
Candice tenía 23 años en ese momento y, cuando su madre le preguntó si deberían hacerlo, ella respondió al instante.
“Dije que sí, y no sé por qué”, dice. “Supe instintivamente que si no decía que sí, esto sería algo que iba a cuestionar por el resto de mi vida”.
La experiencia de entrar en la sala donde se iba a realizar la reunión fue surrealista, dice Candice.
“Entras y ves una larga mesa de comedor que ha sido preparada, donde hay bollos y galletas, ya sabes, como si fueras a visitar a tu tía”.
La familia comenzó a hablar con los guardias y el consejero de la prisión y con un sacerdote. En cierto momento Candice se giró. “Y lo vi, lo vi sentado allí, como si hubiera aparecido de la nada”.
Dos cosas la sorprendieron. “Parecía que se había congelado en el tiempo. Las fotos que había visto de niña y el que estaba sentado allí eran una réplica exacta de la misma persona, era irreal”, dice.
Pero también esperaba que este hombre de 65 años, el hombre conocido como “Demonio Supremo” tuviera un aura, un aura maligna. Y se sorprendió al descubrir que no la tenía.
Mientras el sacerdote presentaba a la familia una por una, Eugene de Kock se inclinaba hacia adelante y decía: “Encantado de conocerle”.
La madre de Candice comenzó preguntando qué le había sucedido realmente a su esposo el 26 de marzo de 1992, el día en que murió.
Eugene les dijo que él y su equipo habían enviado a un infiltrado al campamento de su padre para identificar a los activistas más radicales y hábiles, las personas más “peligrosas” dentro del Congreso Panafricanista, cuenta Candice.
Su padre y otros tres hombres fueron elegidos.
Ese día, debía conducir hasta Nelspruit, una ciudad a 350 km al este de Johannesburgo (rebautizada como Mbombela en 2014).
“Lo que él no sabía era que Eugene De Kock y su equipo habían preparado una emboscada”, explica Candice.
“Así que cuando mi padre conducía bajo el puente (de Nelspruit), el equipo comenzó a disparar contra el minibús”.
“Cuando Eugene de Kock, desde el puente, se dio cuenta de que el auto no se detenía, corrió por el terraplén y vació su arma sobre mi padre. Y cuando vio que todavía había señales de vida en el vehículo, los roció a todos con combustible y les prendió fuego”.
“Nos decimos a nosotros mismos que los seres humanos normales no son capaces de cometer tales atrocidades”, afirma Candice.
Pero en ese momento, a la joven le quedó claro que aunque Eugene de Kock era un ser humano normal, era alguien capaz de llevar a cabo “cosas extraordinariamente terribles”.
“Esto te obliga a ponerte en su lugar y decir: ‘¿sabes qué? Si me hubiera tocado otro destino, si me hubiera criado un padre militante en una familia militante, si hubiera ido a la academia de policía y vivido en un ambiente en el que me decían que este era el enemigo y que esto era lo correcto, y luego me hubieran elogiado mis amigos y mis compañeros por ser la mejor en lo que hago… quiero decir, ¿habría sido yo alguien diferente?”.
“Yo, personalmente, no creo que hubiera sido alguien diferente de Eugene”.
Durante la reunión, toda la familia de Candice tuvo la oportunidad de hacerle a Eugene cualquier pregunta que quisieran.
Candice sabía lo que quería preguntar. “Le dije: ‘Eugene, quiero decirte que te perdono, pero antes de hacerlo, quiero saber una cosa'”.
“Y él dijo: ‘¿claro, que cosa?’. Le dije: ‘¿te has perdonado a ti mismo?'”.
“Por primera vez en todo el encuentro se mostró notablemente sorprendido y dijo: ‘Cada vez que una familia viene aquí, rezo para que no me hagan esa pregunta'”.
“Él miró hacia otro lado y se secó una lágrima que le había caído, volteó hacia nosotros y dijo: ‘Cuando has hecho las cosas que yo he hecho, ¿cómo te perdonas a ti mismo?'”.
Candice comenzó a llorar, no por ella ni por su padre, sino porque se dio cuenta de que De Kock nunca tendría paz.
“Los dos éramos personas rotas, sentadas una frente a la otra, por lo que fue un momento muy transformador”, expresa.
Al final de la reunión, Candice se puso de pie primero, se acercó a Eugene de Kock y le preguntó si podía abrazarlo.
“Se puso de pie con dificultad, me abrazó y me dijo: ‘Siento mucho lo que hice. Y tu padre se habría sentido muy orgulloso de la mujer en la que te has convertido'”.
En 2015, a Eugene se le concedió la libertad condicional, algo que, según Candice, ella y toda su familia apoyaron.
Sabía que él había estado trabajando con la Autoridad Fiscal Nacional tratando de encontrar a las personas que habían desaparecido o ayudando a localizar los cadáveres para brindar algo de consuelo a las familias de las víctimas.
“Me habían dicho: ‘Es muy difícil seguir haciendo este trabajo porque hay tantos lugares donde nos ha dicho que hay cuerpos enterrados que simplemente no podríamos llegar sin él'”.
“Así que pensé que iba a ser más beneficioso para ciertas familias que él estuviera fuera de la prisión”.
“Y eso para mí era más justo que dejarlo que se pudriera en una celda y tener a familias llorando porque nunca podrían enterrar físicamente a sus seres queridos”.
Para muchas de las víctimas de las atrocidades de Eugene, el perdón nunca será posible.
Pero para Candice, el perdón la ha liberado del trauma que sintió cuando siendo una niña inocente de nueve años miró con incredulidad el horror de aquella imagen.
“Puedes experimentar un trauma increíble y no es tu culpa, y mucha gente dirá: ‘bueno, ¿por qué tienes que perdonar cuando no hiciste nada?'”, afirma Candice.
“Pero yo diría que cada vez que le das poder a ese hecho o a esa persona, te estás infligiendo más daño a ti mismo, por lo que te estás volviendo a traumatizar, y de muchas maneras le estás dando a esa persona un poder continuo sobre tu vida”, concluye.
Candice escribió un libro sobre su vida titulado “Perdón Redefinido”.