En un día frío a principios de 1942, una joven se presentó en un edificio grande pero anónimo a orillas del río Mersey en Liverpool.
La mañana comenzó desfavorablemente para Janet Okell, de solo 19 años: en su primer día en un nuevo trabajo se había olvidado su uniforme.
Después de que se examinara su tarjeta de identidad pasó a través de cortinas antigas hacia un búnker revestido de concreto, y rápidamente se perdió en un laberinto de habitaciones y pasillos abandonados.
Con una creciente sensación de consternación, vagó, desorientada, hasta que un infante de marina que pasaba se apiadó de ella y le preguntó a quién buscaba.
Cuando su nuevo jefe, Gilbert Roberts, bajó a recogerla, Okell estaba llorando.
Ella tomó su pañuelo, se sonó la nariz y luego se puso a trabajar en un proyecto que cambiaría el curso de una de las batallas más largas e importantes de la Segunda Guerra Mundial.
El exterior sin identificación de Derby House hoy oculta su importancia pasada: dentro de su núcleo reforzado se encontraba el centro de mando desde el cual se orquestó la guerra de Reino Unido contra los submarinos nazis en el Atlántico.
Okell había llegado para unirse a la recién formada Unidad Táctica de Aproximaciones Occidentales (WATU, por sus siglas en inglés).
WATU estaba formado por un grupo selecto de “Wrens”, como se llamaba a las integrantes del Servicio Naval Real de Mujeres (WRNS, en inglés), y era liderado por un excapitán de la marina a quién se le había encomendado averiguar por qué los submarinos alemanes lograban hundir a tantos barcos británicos en el Atlántico y cómo se les podía detener.
Había mucho en juego. Durante los dos años anteriores, los submarinos de Hitler habían hundido cientos de barcos aliados mientras transportaban alimentos y combustible desde Estados Unidos, el salvavidas transatlántico de Reino Unido.
En 1940, no menos del 95% del combustible llegó al país desde socios comerciales y colonias, y el 70% de su suministro de alimentos fue importado.
Unas 68 millones de toneladas de alimentos y combustible fueron transportados por una flota de 3.000 buques mercantes.
Tanto los británicos como los alemanes sabían que romper esas líneas de suministro llevaría a los primeros a la derrota.
El primer ministro británico Winston Churchill describió el transporte marítimo mercante como “a la vez la llave estranguladora y el fundamento de nuestra estrategia de guerra”.
Los submarinos alemanes atacaban a los convoyes en grupos, como manadas de lobos rodeando rebaños de ovejas.
A medida que aumentaban las pérdidas (2.603 barcos mercantes británicos se hundieron en el transcurso de la guerra en el Atlántico, así como 175 barcos navales), también crecía el miedo de Reino Unido a las manadas de lobos.
Para 1941, Churchill estaba convencido de que el resultado de toda la guerra dependía de ganar la batalla por el Atlántico y, noche tras noche, la batalla se estaba perdiendo.
Alguien tenía que averiguar qué hacía que los submarinos fueran tan eficaces y qué se podía hacer -si es que se podía hacer algo- para revertir ese éxito.
Gilbert Roberts había sido dado de baja de la Royal Navy en 1938, cuando todavía estaba en sus treintas, luego de un ataque de tuberculosis. Después de recuperarse, Roberts se encontraba a la deriva, un oficial retirado sin barco ni propósito.
Pero en la primera semana de 1942 le dijeron que se presentara en las oficinas del Ministerio de Marina con equipaje para viajar.
Allí conoció a dos de los oficiales de mayor rango de la Marina, quienes detallaron las pérdidas de Reino Unido en el Atlántico, cuya extensión era desconocida para la mayoría de la gente en ese momento, y la urgente necesidad de encontrar una solución.
Roberts debía tomar un tren a Liverpool y presentarse en Derby House, donde le darían una habitación grande en el último piso. Allí se haría cargo de un equipo de personal joven y, utilizando todos los medios necesarios, se le encomendó resolver el problema de los submarinos.
Su tarea era triple: descubrir cómo funcionaban los submarinos, desarrollar contramedidas efectivas y, finalmente, enseñar estas nuevas tácticas a cada capitán que navegaba por el Atlántico.
Antes de que Roberts saliera de Londres ese día, lo llevaron a una oficina en la que le esperaba Winston Churchill, quien le dijo simplemente: “Averigua qué está sucediendo y hunde los submarinos”.
En Liverpool, a Roberts se le asignaron diez Wrens que habían sido elegidas por su aptitud en matemáticas y estadística.
Armadas con poco más que bolas de hilo, tizas y un rollo de lienzo, las mujeres se pusieron a trabajar en el diseño de un juego que podría aproximarse a las caóticas batallas de gato y ratón que se libraban a unas pocas decenas de millas mar adentro.
Con la ayuda de los informes de testigos presenciales, comenzaron a recrear las batallas del Atlántico sobre el suelo, algo que podía parecer divertido para un observador casual, pero era un trabajo serio con consecuencias serias.
“El Juego“, como fue bautizado, se apoderó del último piso del edificio, que llegó a parecer una mezcla entre un gimnasio de escuela y una guardería infantil. El piso estaba cubierto de linóleo y dividido en sectores pintados.
En este océano de fantasía, las Wren movían convoyes en miniatura -modelos de barcos mercantes y sus guardaespaldas acorazados-, de acuerdo con las instrucciones dadas por los oficiales que participaban en el ejercicio.
A los capitanes navales solo se les permitía echar un vistazo ocasional a través de agujeros en cabinas de lona colocadas al costado del campo de juego, con la intención de recrear las limitaciones de visibilidad en el mar.
Una Wren se movía de mesa en mesa, pasando información útil entre los capitanes para aproximarse a la charla de radio.
Mientras cada oficial escuchaba esto, otra Wren llegaba a su lado y pasaba información urgente relacionada con la batalla -“barco torpedeado aquí”, “proyectil disparado allí” – aumentando la presión. Cada turno para “jugar” duraba dos minutos.
Durante el análisis que se realizaba después, todos los jugadores podían ver la batalla completa.
Los oficiales podían ver por fin las huellas de los submarinos dibujadas en el suelo con tiza verde, contrastadas con los movimientos de sus propios barcos dibujados en blanco, y aprender de los árbitros si habían logrado hundir algún submarino o no.
A menudo, los oficiales se daban cuenta de que habían cometido numerosos y terribles errores durante el Juego, que podrían haber resultado en la pérdida de sus barcos en un combate de verdad.
“Comete tus errores aquí sobre el linóleo”, decía Roberts, “y no los cometerás en el mar“.
Se aprendieron varias lecciones y los oficiales se fueron envalentonando por la experiencia, listos para poner en práctica las tácticas discutidas.
Al participar repetidamente del Juego y contrastar lo aprendido con el testimonio de los capitanes que habían sobrevivido a los ataques de los submarinos alemanes, Roberts y su equipo comenzaron a desentrañar las formas en que la flota británica había entendido mal el comportamiento de los nazis y a formular un conjunto de tácticas defensivas.
Momento “eureka“
Una noche, después de una ronda de sándwiches de carne curada y café, el equipo experimentó un momento “eureka”. Se dieron cuenta de que los submarinos no estaban atacando a los convoyes desde la distancia.
Más bien, se deslizaban sigilosamente por debajo y entre los acorazados por la noche y creaban estragos desde el interior del “rebaño”, como zorros en un gallinero.
Habiendo expuesto este error cardinal en las tácticas antisubmarinas británicas, la WATU pudo desarrollar una contramedida que permitió a los barcos de escolta de la Royal Navy cazar los submarinos basándose en su presunto escondite debajo del convoy.
Jean Laidlaw, la Wren de 21 años que manejaba el análisis estadístico, apodó la operación “Raspberry“ (Frambuesa), ya que era una “razz”, o burla, de desprecio hacia Hitler y sus submarinos.
Raspberry fue una táctica revolucionaria y su impacto en la guerra en el mar fue inmediato.
En tan solo un mes, en el verano europeo de 1942, los barcos de escolta hundieron cuatro veces más submarinos alemanes que en el mes anterior, iniciando una tendencia ascendente que continuaría, a grandes rasgos, durante el resto del año.
En los meses que siguieron al desarrollo de Raspberry, Roberts y las Wrens idearon muchas otras maniobras para adaptarse a la creciente variedad de ataques tipo manada de lobos, cada una con el nombre de una fruta o verdura: “Piña”, “Grosella”, “Fresa”, “Alcachofa”.
Muchos de los involucrados en el trabajo de WATU nunca hablaron de su papel en la guerra, y la contribución del grupo apenas se recuerda en Reino Unido (a diferencia de, por ejemplo, la participación de mujeres en el criptoanálisis en Bletchley Park).
Sin embargo, para la caída de Berlín en 1945, los comandantes de los submarinos nazis estaban íntimamente familiarizados con las tácticas de Gilbert Roberts y su equipo.
Roberts, que hablaba alemán con fluidez, fue uno de los primeros oficiales navales británicos en llegar a Alemania tras su rendición en mayo de 1945, y el 23 de mayo viajó con entusiasmo a la base de submarinos en Flensburg, en el extremo norte de Alemania.
En la sala de operaciones principal, agrandada y pegada a una pared, vio su fotografía, tomada de un artículo de revista. Debajo de la imagen había una leyenda escrita a mano: “Este es su enemigo, el capitán Roberts, director de tácticas antisubmarinos”.
Entre la primera semana de febrero de 1942 y la última de julio de 1945, cuando la WATU cerró oficialmente, un total de 66 Wrens habían completado el curso para convertirse en personal de la WATU o sus unidades hermanas.
Y unos 5.000 oficiales navales tomaron parte del Juego de guerra dirigido por el capitán Roberts y su equipo, que dieron más de 130 cursos.
Muchos graduados del Juego atribuyeron a las batallas que libraron en el piso de linóleo un factor decisivo en sus victorias posteriores durante los encuentros con submarinos en el mar.
Al final de la guerra, el almirante Sir Max Horton, descrito como “la mayor autoridad en la guerra submarina” de Reino Unido, envió un mensaje personal a todos los que habían servido en la unidad, un poderoso tributo a su silencioso pero trascendental logro:
“En el cierre de la WATU, deseo expresar mi gratitud y gran aprecio por el magnífico trabajo del capitán Roberts y su personal, que contribuyó en gran medida a la derrota final de Alemania“.
Simon Parkin es escritor y periodista. Su último libro es A Game of Birds and Wolves: The Secret Game that Won the War (Un juego de pájaros y lobos: El juego secreto que ganó la guerra) (Sceptre, 2019)
Puedes leer el artículo completo (en inglés) aquí