Aunque el Pacto Climático de Glasgow es un ambicioso intento de frenar el aumento de las temperaturas en el planeta, la disputa de última hora sobre el carbón trajo sombras al acuerdo.
India, apoyada por China, presionó para que se diluyera ese compromiso clave. La petición específica fue cambiar en el documento la frase “eliminación progresiva” por “reducción progresiva”.
Esa, sin duda, fue una demostración descarada de fuerza geopolítica que dejó a los países en desarrollo y a los Estados insulares con pocas opciones fuera de aceptar los cambios.
El nuevo pacto llega pocos días después de otro notable logro chino, pues el miércoles pasado, la agencia de noticias Xinhua anunció que el país había producido más carbón que nunca en un solo día.
De acuerdo con el informe, solo ese día se extrajeron unas 12 millones de toneladas del material cuyo consumo representará emisiones de dióxido de carbono aproximadamente equivalentes a las que produce Irlanda durante todo un año.
Esta es la realidad del carbono que llega a nuestra atmósfera cada día.
Visto así, el acuerdo alcanzado el sábado tras largas negociaciones, parece una simple curita ante la profunda herida que amenaza la vida en el planeta.
No obstante, los negociadores que trabajaron día y noche para alcanzar el pacto no estarían, en lo absoluto, de acuerdo con esta valoración.
El acuerdo final es bastante progresista y prevé que los países vuelvan a presentar planes reforzados el año que viene.
También, el texto se destaca por nombrar al carbón como causa del problema por primera vez en 30 años de diplomacia de la ONU.
En él hay además una duplicación significativa de los fondos para ayudar a los países pobres a adaptarse a los impactos del cambio climático, así como la perspectiva de un fondo nuevo con US$1 billón al año a partir de 2025, en comparación con el objetivo actual de US$100.000 millones al año.
Los observadores también afirman que existe el “inicio de un avance” en la cuestión clave de las “pérdidas y los daños”, el mecanismo firmado en 2013 que establece que los países más ricos deben compensar a los más pobres por los efectos del cambio climático a los que no pueden adaptarse.
Pese a estas luces de esperanza, el acuerdo también presenta algunas deficiencias importantes.
Una de ellas son las cláusulas engañosas que permitirán a algunos países evitar la actualización de sus planes de reducción de emisiones en función de las “diferentes circunstancias nacionales”.
Existe la preocupación de que algunas de las mayores economías en desarrollo, como India y China, utilicen esta cláusula para evadan la actualización de sus planes el año que viene.
A los países que están en primera línea todavía se les hace demasiado hincapié en la reducción de las emisiones de carbono a expensas de ayudarles a adaptarse a un clima cambiante.
Algunas de las promesas del mundo real que se firmaron aquí iban más allá de una broma.
Corea del Sur fue nombrada como un país que debía abandonar el carbón en la década de 2030, pero el gobierno de Seúl señaló tímidamente una cláusula en el compromiso que decía “en la década de 2030 o tan pronto como sea posible después” para decir que dejarán de quemar carbón en 2049.
En la misma línea, el lanzamiento de una iniciativa mundial para abandonar los motores de gasolina y diésel fue un fracaso debido a que los principales países automovilísticos, como Alemania y Estados Unidos, no se adhirieron.
Pero la principal pregunta que surge es si el paquete global acordado en Glasgow evitará que el mundo se caliente más de 1,5 grados, el objetivo declarado de la COP26.
Y aunque esa respuesta no la tenemos todavía, podemos pensar con certeza que el texto ayudará a reavivar el sentido de la colaboración internacional muy dañado en los últimos años por las tendencias nacionalistas en todo el mundo.
En última instancia, este pacto —por defectuoso y tardío que sea— mantiene viva la llama de la esperanza de que las temperaturas puedan mantenerse bajo control este siglo, entre 1,8 y 2,4 grados.
Pero, por otro lado, esa es una perspectiva aterradora en un mundo que ya se ha calentado algo más de la mitad de esa cantidad, con impactos masivos en todo el planeta.
La triste realidad, al igual que la producción récord de carbón en China, es que la atmósfera sólo responde a las emisiones y no a las decisiones tomadas en una conferencia como la COP26.
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La imagen arriba es de Getty Images. La visualización de colores representando el clima es cortesía del profesor Ed Hawkins y la universidad de Reading.
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