A José Luis le toca lidiar con la muerte todos los días.
Es un sepulturero en Bolivia que ya tiene la espalda muy cansada por la cantidad de trabajo debido a los fallecimientos por el coronavirus.
Vive en Santa Cruz de la Sierra, la ciudad que es el motor económico de ese país y que, por mucha distancia, es la más castigada por la pandemia.
Tiene dos hijos y su mayor terror es que alguno de ellos se contagie.
Este es el relato que compartió con BBC Mundo.
Tengo dos hijos y soy casado. Tengo 28 años de edad. Vivo el en barrio La Cuchilla, por el cementerio (uno de los de Santa Cruz).
Mi señora y mis hijos se van donde mi suegra, más distante del cementerio. No tienen casi contacto conmigo. Ellos no están cerca, pero no les fallo para mandarles la platita.
Cuando comenzó esta pandemia y llegó a Bolivia, casi no nos parecía tan creíble. Yo soy trabajador del cementerio y tomé todas las recomendaciones que nos dio el gobierno para mantenernos en cuarentena.
Sin embargo, como la plata ya no daba, mis compañeros del cementerio me llamaron porque precisaban personal, ahí realmente me di cuenta que el virus era muy mortal.
Fue cuando comencé a ver la tristeza de los familiares que perdían gente. Era harto el dolor. Ahí sí ya cambió mi vida. Pero era lo que tenía que hacer para llevar el pan a mi familia.
Estamos bien golpeados por esta pandemia que ha llegado acá. Estamos viviendo el brote más fuerte aquí.
Trabajando en el cementerio, antes de la cuarentena, entraban uno, dos, tres. Máximo cuatro llegaban donde nosotros teníamos que enterrar. Cuando ya llegó la pandemia se ha duplicado o triplicado. Se necesitaba sí o sí personal. Pasé de cavar tres tumbas a 15 por día.
Mi fuente económica era ver lo de los fallecidos. Hacíamos turnos con mi sindicato. Ahora cuando llegó el virus todo ha cambiado, prácticamente todo ha cambiado. Tenía mucho más trabajo y yo tenía que llevar a mis amigos para que nos ayuden. Hay poca gente que quiere tomar ese riesgo.
Tengo varios amigos que no tienen ni un peso para llevar el pan a su hogar, por eso prefieren arriesgarse. Se atreven por eso.
Uno al verlo al virus a la cara, le cambia todo. Ver a la persona que estamos sepultando y a los familiares que pueden estar infectados nos asusta. Pero por la necesidad que tenemos con mis amigos vamos con ese riesgo. Es el riesgo que podemos correr, pero tenemos que llegar con plata a nuestra casa. La necesidad obliga.
Yo quiero que ya pase esto. Que exista una pronta solución, con tantos profesionales en el mundo. Espero ver que aparezca el medicamento necesario para afrontar este virus que está golpeando fuertemente a Santa Cruz. Aquí ha brotado hartísimo. Los muertos son bastantes.
Yo que estoy trabajando acá, veo de los familiares el dolor que sienten al enterrar a una persona. Veo el dolor que sienten al enterrar a varias personas. El llanto. Por eso tomo todas las precauciones para no sufrirlo.
Vi el dolor, el sufrimiento de tanta gente.
Vi que mucha gente no tenía muchos recursos.
Los primeros días no podía soportar el dolor. El cuerpo se va acostumbrando, pero los primeros días era algo que asfixia. Uno siente que ya no puede ni respirar… pero con el trabajo constante uno se acostumbra.
Mis compañeros ya no pueden más cavar fosas. Ya no quieren cavar porque ya no se sienten con tanta energía.
Yo para mis hijos voy a darlo todo. Todo, todo. Espero que tengan todo lo que nunca tuve… como un padre que esté a su lado. Que esté siempre adelante para ellos.
No quiero tropezar, no puedo. Por eso quiero que esta pandemia se acabe.