Aprender a convivir con el virus ha sido base de la estrategia de Japón.
Es un punto medio entre las medidas draconianas de China y la temeraria permisividad de Suecia.
En Japón, ocho meses después de registrar los primeros casos de coronavirus, todavía no se han impuesto confinamientos obligatorios, multas o cuarentena y, sin embargo, la vida vuelve poco a poco a la normalidad.
Las escuelas, restaurantes y bares están abiertos, sus puntuales trenes vuelven a estar repletos y el gobierno implementa campañas nacionales para incentivar a la población a viajar dentro del país o comer afuera, como estrategias para recuperar la economía.
Es, según sus autoridades, el resultado de un “acercamiento único” a la pandemia que les ha ayudado a mantener el virus a raya y reducir el impacto económico.
Según datos oficiales, hasta este miércoles, la nación asiática había registrado unas 1.500 muertes y poco más de 82.000 casos, mientras el índice de mortalidad por 100.000 habitantes rondaba el 1% (en Estados Unidos, por ejemplo, es 59%).
No es el mejor resultado entre naciones asiáticas: Tailandia, Corea del Sur o Vietnam, a merced de medidas más drásticas, han tenido menos casos.
Pero la nueva estrategia de Japón ha mostrado ser única por su mezcla de enfoque científico, flexibilidad y sentido común.
“En Japón estamos usando un acercamiento diferente al que se ha utilizado en la mayor parte del mundo”, le dice a BBC Mundo el doctor Hitoshi Oshitani, profesor de virología de la Facultad de Medicina de la Universidad Tohoku.
“En casi todo el mundo, la estrategia ha sido intentar contener el corovirus. Desde el principio, nosotros no tuvimos ese objetivo. Optamos por algo diferente: decidimos aprender a vivir con este virus“, agrega.
De acuerdo con Oshitani, para ello, “se trató de disminuir la trasmisión tanto como fuera posible, a la vez que se mantenían las actividades sociales y económicas”.
“Aceptamos que este virus es algo que no se puede eliminar. De hecho, la gran mayoría de las enfermedades infecciosas no se pueden eliminar, por lo que entendimos que la mejor forma de combatirlo era coexistir con él”, señala.
Ahora que una segunda ola amenaza Europa y los pronósticos de nuevos casos son cada vez más preocupantes para el invierno, Japón espera que su experiencia pueda servir a otros países para pensar nuevas formas de lidiar con la pandemia mientras se trata también de salvar la economía.
De acuerdo con Oshitani, uno de los elementos que llevó a Japón y otros países asiáticos a estar mejor preparados para hacer frente al coronavirus es que, a través de la historia, han sufrido otras epidemias y, contradictoriamente, a que están muy cerca de China.
“Como estamos relativamente cerca de Wuhan, que fue donde tuvo su origen la pandemia, nos preparamos muy rápido porque sabíamos que podríamos tener muchos casos”, recuerda el experto, que ha sido uno de los principales asesores del gobierno en la estrategia contra el covid-19.
Pocas semanas después de que se conociera sobre el virus en China, Japón también registró su primer contagio.
Era apenas el 16 de enero y faltaba poco para que la situación en el país se agravara por un crucero, el Diamond Princess, que se volvió un foco de infecciones en el puerto de Yokohama.
“Luego, a mediados de marzo tuvimos otro brote, que fue desencadenado por viajeros que llegaban de Europa, del Medio Oriente, América del Norte y muchos otros países”, recuerda el también exasesor de la Organización Mundial de la Salud en materia de enfermedades transmisibles.
“Este brote estuvo bajo control para mediados de mayo. El gobierno había decretado el estado de emergencia y lo levantó ese mes, pero para ese entonces ya había comenzado otra ola de contagios desde Tokio, que ahora comienza a disminuir”, agrega.
Fue en este contexto, recuerda Oshitani, cuando las autoridades de Japón comprendieron que necesitaban una forma diferente de aproximarse al covid-19.
“Sabíamos, por lo que pasó en Wuhan, que el virus es posible de contener, pero que es extremadamente difícil hacerlo. En Japón, sin embargo, no teníamos ninguna forma legal de implementar una cuarentena o de obligar a las personas a permanecer en casa”, dice.
El país, pese a ser uno de los más desarrollados de Asia, tampoco contaba con la capacidad para producir y realizar pruebas masivas, como lo estaba haciendo la vecina Corea del Sur.
“Estaba claro que necesitábamos una aproximación diferente”, señala Oshitani.
En mayo pasado, cuando el entonces primer ministro Shinzo Abe levantó el estado de emergencia anunció también que la estrategia de Japón para enfrentar el virus sería “un nuevo estilo de vida” en la que el coronavirus comenzaría a ser visto como parte de la cotidianidad.
“Ahora, vamos a aventurarnos en un nuevo territorio. Por lo tanto, necesitamos crear un nuevo estilo de vida. Necesitamos cambiar nuestra forma de pensar”, dijo.
Las exigencias, no obstante, eran parte del sentido común: usar mascarilla, mantener la distancia social, lavarse las manos, no gritar, no conversar en alta voz, no besar o dar la mano…
De acuerdo con Oshitani, el razonamiento detrás de la estrategia japonesa de convivir con el virus no solo estuvo alentado por razones políticas o de infraestructura.
“Se basó en el conocimiento que teníamos del virus y en lo que íbamos descubriendo de él”, dice.
Aunque actualmente el rol de los pacientes asintomáticos en la transmisión del covid-19 es un hecho conocido en todo el mundo, fue base de la estrategia de Japón antes de que fuera aceptado en otros lugares .
Ya desde mediados de febrero el equipo de Oshitani había recomendado tomar en consideración que el virus podía trasmitirse por personas aparentemente sanas.
“Sabíamos que hay muchos casos asintomáticos o con síntomas muy ligeros. Esto hace muy difícil localizar todos los casos positivos. Y por eso, nuestro propósito no fue contenerlo desde el principio ,sino que tratamos de suprimir las trasmisiones lo más que pudiéramos”, dice.
Oshitani recuerda que la experiencia de Japón con el Cruise Princess los llevó a entender mejor cómo funcionaba el virus.
“Sabíamos que la mayor parte de los contagiados con el virus, casi 80%, no lo trasmite a nadie. En cambio, una pequeña proporción, infecta a muchos otros”, dice.
El efecto, conocido actualmente como “eventos de supercontagio” y que han sido posteriormente documentado en otros países, dio paso al equipo de Oshitani a entender que “la trasmisión de este virus no puede contenerse si no se controlan los clúster” de infecciones (grupo de eventos de salud similares que han ocurrido en la misma área al mismo tiempo) .
“El control de estos clústers ha sido también la base de nuestra estrategia para convivir con el virus“, señala.
Los expertos de Japón pronto llegaron también a otra conclusión que algunos países todavía no aceptan y que la OMS, aunque no lo ha descartado, tampoco ha reconocido de forma categórica: que el coronavirus se puede trasmitir por vía aérea.
“La evidencia muy pronto nos hizo entender que el coronavirus no solo se transmite a través de la tos, los estornudos y el contacto, sino también en micropartículas que flotan y circulan en el aire”, dice.
Fue así como surgió la estrategia conocida como como “san mitsu“, una recomendación de salud pública que se ha vuelto la regla de oro para convivir con el virus:
Como parte de este principio, los eventos deportivos, por ejemplo, están permitidos, pero la gente no puede gritar. En muchos bares y restaurantes, se les pide a los clientes hablar en voz baja o escuchar la música en lugar de conversar.
De acuerdo con Oshitani, varios aspectos culturales e idiosincráticos de Japón también han contribuido a la respuesta local para aprender a vivir una vida “normal” durante la pandemia.
“Es conocido que los japoneses somos más propensos a mantener distancia física que en Occidente y otro elemento que ha tenido mucho impacto es la presión social, a nadie en Japón le gusta ser señalado como responsable de que trasmitió el virus”, dice.
Según un estudio de la Facultad de Psicología de la Universidad de Doshisha, el uso generalizado de la mascarilla en el país, no obedece al deseo de prevenir la propagación del coronavirus, sino a la presión social: la mayoría de los japoneses prefiere no ser cuestionados por no llevarla.
“La presión social sin dudas ha ayudado a contener el virus en Japón, pero también ha creado situaciones de discriminación para las personas enfermas o para trabajadores del sector de la salud”, señala Oshitani.
La estrategia, sin embargo, ha resultado poco popular: las encuestas de opinión muestran una insatisfacción generalizada de la población con el gobierno central, al que señalan de haber dado una respuesta lenta y confusa.
El bajo nivel de pruebas para detectar el virus en un inicio y las trabas que todavía existen para su acceso ha llevado también a que muchos medios de prensa y expertos locales aseguren que ha sido un impedimento para rastrear la enfermedad de forma efectiva.
Y con los Juegos Olímpicos pospuestos hasta, idealmente, 2021, los ojos del mundo seguirán en los próximos meses en la forma en la que el país continúa combatiendo la pandemia.
Sin embargo, Oshitni duda que, pese a sus resultados y su estrategia de convivir con el virus, Japón pueda celebrar un evento deportivo de esta magnitud el próximo año.
“No estamos combatiendo este virus por los Olímpicos, porque sabemos que para algo así, debemos considerar también lo que hacen otros países. O sea, sabemos que sin el control de este virus en la mayor parte del mundo no es posible tener los Olímpicos”, señala.
“Si los celebramos, tenemos que hacerlo de una forma segura y buscar la mejor forma para hacerlo. Y en este momento, no estoy muy seguro que tengamos la capacidad de hacer eso”, agrega.