"Los niños con los niños, las niñas con las niñas", cantaba un humorista español en los años 70 en unos versos que definitivamente no han superado la prueba del tiempo, y a la luz de los debates contemporáneos sobre sexo y género pueden llegar a parecer un mal chiste.
En las discusiones sobre el tema parece haber más dudas que certezas, y hay quienes creen que es hora de acabar con esas definiciones. O al menos con la manera en que las usamos actualmente.
Una de las últimas polémicas se inició hace unos meses cuando declaraciones de algunas feministas, que fueron tildadas de discriminatorias hacia las personas transgénero, abrieron una caja de Pandora en la que distintos grupos cruzan muchas acusaciones y parecen poco dispuestos a escucharse.
En la controversia, que bien podría derivar en nuevo paradigma en el que sexo y género cambien de significado, o directamente lo pierdan. participan el movimiento feminista, el movimiento LGBTIQ+ (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, intersexo, queer y más), teóricos queer, y políticos de uno y otro color.
Pero vayamos por partes. ¿A qué nos referimos con las palabras sexo y género?
En una acepción común, sin entrar en ámbitos más especializados o academicistas, el sexo es una etiqueta que nos asigna el doctor al nacer, según una serie de factores fisiológicos como los genitales, las hormonas y los cromosomas que tenemos.
A la mayoría de las personas se les asigna el sexo masculino o femenino, y eso es lo que suele aparecer en el certificado de nacimiento.
Los factores que determinan nuestro sexo asignado al nacer empiezan tan pronto como la fertilización:
Esto no excluye que se den otras combinaciones de cromosomas, hormonas y órganos que pueden dar lugar a que una persona sea intersexual.
En esos casos, lo más habitual es que los padres o tutores decidan criar al bebé como niño o niña, aunque cada vez hay más países en los que no es necesario definir el sexo -femenino o masculino- en la partida de nacimiento.
Alemania, Países Bajos, Australia, Nueva Zelanda, India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y algunos lugares de México y Argentina permiten que haya un sexo diverso, tercero o sin identificar.
El género es todavía más complejo que el sexo. Incluye roles y expectativas que tiene la sociedad sobre conductas, pensamientos y características que acompañan al sexo asignado a una persona.
Por ejemplo, las ideas sobre cómo se espera que hombres y mujeres se comporten, se vistan y se comuniquen contribuyen a construir la concepción del género.
Este también suele ser masculino o femenino, pero en lugar de referirse a partes del cuerpo, alude a cómo se espera que actuemos según el sexo.
El sexo asignado y la identidad de género de algunas personas son prácticamente iguales o están alineados. Se las conoce como personas cisgénero.
Otras personas sienten que su sexo asignado es distinto a su identidad de género. Se les llama transgénero o trans y no todas viven su proceso de la misma manera.
Hay quienes no se identifican con un sexo o género. Estas personas pueden elegir etiquetas como genderqueer, no binarias, de género variable o de género fluido.
En el eje del debate actual se encuentra la batalla por establecer quién determina el género y qué efectos tiene esto en términos legales y políticos.
En España, por ejemplo, se discute un proyecto de ley trans que contempla la autodeterminación del género; es decir, que cualquier persona pueda establecer su género y que este sea reconocido legalmente sin necesidad de atravesar ningún proceso médico o psicológico.
Ciertos sectores del feminismo, e incluso así lo han expresado algunas mujeres con cargos en el actual gobierno español, temen que este tipo de legislación priorice el género por encima del sexo y desdibuje la categoría de mujer, con los consecuentes efectos en las políticas destinadas específicamente a proteger sus derechos.
Del otro lado, los defensores de esta ley, que ya existe en el ámbito regional, alegan que se trata de incluir y ganar en derechos para todos y todas, sin ánimo de borrar a nadie.
En Reino Unido, una discusión similar dio lugar a la pelea entre feministas encabezadas por la autora de Harry Potter, JK Rowling, y un sector de movimiento trans que las acusan de intolerantes y excluyentes.
Al comentar un texto que hablaba de “personas menstruantes”, Rowling afirmó: “Si el sexo biológico no es real, la realidad que viven globalmente las mujeres queda borrada. Yo conozco y amo a personas trans, pero borrar el concepto de sexo biológico elimina la capacidad de muchas personas de analizar el significado de sus vidas. Decir la verdad no es discurso de odio”.
Su afirmación fue duramente criticada y tachada de transfóbica.
El género como construcción social es un concepto extendido pero relativamente reciente, según explica Maria Trumpler, directora de la oficina LGBTQ de la Universidad de Yale (EE.UU.) y profesora de estudios de mujeres, género y sexualidad.
“La creencia de que la gente es masculina o femenina solo tiene 200 o 300 años. Diría que apareció en Europa en el siglo XVIII cuando los gobiernos empezaron a querer clasificar a la gente”, le cuenta Trumpler a BBC Mundo.
“Las personas que no encajaban claramente en la categoría de hombre o mujer aparecían ante el juez, se sometían a un examen médico y se les preguntaba si querían casarse con un hombre o con una mujer; dependiendo de la respuesta se les asignaba un género“.
Trumpler afirma que observa con fascinación la variedad de identidades y géneros con los que se presentan sus estudiantes en la universidad, de edades comprendidas entre los 18 y los 25 años.
“Son jóvenes de mente muy abierta que se plantean cuestiones como ¿qué significa tener rasgos femeninos o tener rasgos masculinos?, ¿quién los etiquetó así en cualquier caso? Es un diálogo doloroso a veces, pero también es alegre, creativo. Creo que es totalmente fascinante y adoro la energía que traen”, expresa la profesora.
Así las cosas, hay voces que se preguntan si los términos sexo y género, tal como los conocemos, siguen estando vigentes.
“El problema de base es que pensamos con el pensamiento binario”, le dice a BBC Mundo Coral Herrera, escritora y doctora en Humanidades y Comunicación por la Universidad Carlos III de Madrid, España.
“Yo rompí hace mucho con ese binomio cultura-naturaleza (género-sexo) porque todas las oposiciones que se plantean en términos contrarios no permiten ver la complejidad de la realidad.
“Hay otras culturas que piensan de otra manera. Las culturas orientales te unen el yin y el yang, lo masculino y lo femenino y también incluso te dicen que la enfermedad y la muerte son parte de la vida, no lo contrario a la vida”, afirma Herrera, que se define como feminista radical abolicionista trans-incluyente.
Herrera subraya esta última palabra para que no se confunda con el término feminista radical trans-excluyente (TERF, por sus siglas en inglés) que ha cobrado una enorme relevancia en este debate sobre sexo y género.
“En esta era del pensamiento complejo y del pensamiento en red no tiene sentido estar atascados en una discusión de contrarios. ¿Qué quiere decir esto? Que yo pienso que el sexo por supuesto es una cuestión biológica, pero también es una cuestión social y cultural porque el ser humano ya nunca más se puede considerar ni solo un animal ni solo un ser cultural.
“Si nos atascamos en esa contradicción de cultura vs. naturaleza o sexo vs. identidad de género no salimos de ahí”, subraya.
Pero si el sexo es algo fisiológico, ¿cómo puede ser una cuestión social y cultural, como apunta Coral Herrera?
Así lo defiende también la teoría queer, una corriente surgida a finales de los años 80 en EE.UU. que se sitúa en la intersección entre el feminismo y el movimiento LGBTQ y cuya representante más destacada es la filósofa estadounidense Judith Butler.
Desde esta teoría se dice que el sexo es una construcción, lo que no quiere decir que sea algo falso o artificial.
“Lo queer no dice que no existan características sexuales biológicas, sino que ordenar estas características del cuerpo en dos únicas categorías es una construcción sociopolítica“, escribe la antropóloga Nuria Alabao en el sitio ctxt.es.
Para el periodista Ilya Topper, emplear la palabra género para describir “estereotipos asociados al sexo” es un error, un neologismo derivado del inglés.
“‘Género’ tiene en español varias acepciones: puede describir una categoría de animales (el género bovino), puede ser simplemente sinónimo de ‘mercancía’ (reponer género), y puede usarse para las categorías gramaticales. Pero nunca significa ‘sexo'”, sostiene.
Para él, el uso de la palabra género en expresiones como “violencia de género”, “enfoque de género” e “identidad de género” es una trampa en la que cayó el feminismo en los años 90.
“El patriarcado oprime a la mujer por su sexo, no por su género”, denuncia Topper.
El sociólogo y sexólogo Erick Pescador, especialista en género, masculinidades e igualdad, no está del todo de acuerdo.
“En nuestra cultura sexo y género van juntos, y se discrimina a las mujeres por la institución del género“, le dice a BBC Mundo.
“¿Cuándo no se discrimina a una mujer? Cuando se ‘masculiniza’, como por ejemplo pasa con [la canciller alemana] Angela Merkel, que representa justo lo que el patriarcado quiere en cuanto a su gestión política y económica”.
¿Podemos seguir utilizando los mismos conceptos?
“El género sigue teniendo actualidad”, opina Pescador. “El desdibujamiento de los géneros, que desaparezcan las estructuras de diferenciación cultural, es el final, no el principio”.
“La teoría queer está muy bien siempre y cuando antes desmontemos las estructuras de discriminación del patriarcado. Si construimos la casa por el tejado, los cimientos serán los mismos”, añade.
Para Coral Herrera, la categoría de mujer tampoco debe borrarse.
“Es totalmente necesaria porque es una categoría de lucha y no se puede diluir hasta que no logremos acabar con la opresión, la discriminación y la violencia“, expone.
El debate sobre qué lenguaje emplear está muy presente en el reciente enfrentamiento entre algunos sectores del feminismo y el movimiento trans, que se ha vuelto particularmente violento en las redes sociales.
“Creo que la situación de guerra se debe a la forma en que nos estamos comunicando”, apunta Herrera. “No hay espacios seguros, libres de violencia, para hablar de esto. La violencia la percibo en ambos bandos, pero creo que viene de un dolor y rabia fortísimos”.
Para Pescador, no hay que dejar que ese enfrentamiento sirva de distracción de “los verdaderos problemas”.
“Si se fija el foco en la pelea entre feministas y trans, se consigue debilitar al feminismo y se le da una victoria real al patriarcado”, opina.
“La pelea real está en desmontar la estructura que sostiene las desigualdades entre los sexos“.
¿Cuáles son esos sexos? El camino para llegar a una respuesta consensuada promete ser largo y combativo, pero también interesante y enriquecedor.