Las ventas de armamento ruso en América Latina se desplomaron desde hace varios años.
Unos años atrás, Rusia se erigía como un vendedor clave de armamento en América Latina: proveía desde aviones cazas a Venezuela hasta helicópteros de combate a Brasil y distintos tipos de misiles a Perú o Ecuador.
Esto fue visto como una señal del interés del presidente ruso, Vladimir Putin, en cultivar lazos con la región y responder a Washington en su propio hemisferio por la expansión de la OTAN en Europa.
Pero, de súbito, las ventas de productos militares rusos a Latinoamérica se desplomaron.
“En los últimos cinco años no hay casi nada”, observa Siemon Wezeman, investigador senior del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (Sipri, por sus siglas en inglés) que mide las transferencias de armamento.
“Es una tendencia muy a la baja“, dice Wezeman a BBC Mundo sobre el envío de armas rusas a países latinoamericanos.
La pregunta entonces es por qué ocurre este giro tan marcado.
Uno de los motivos citados por especialistas para que América Latina dejara de comprar armamento ruso es meramente económico.
Durante la primera década de este siglo, la región vivió una bonanza comercial con fuertes ingresos de divisas que le permitieron equipar sus fuerzas armadas.
Sudamérica fue la región del mundo donde más creció el gasto militar durante 2010, con Brasil liderando ese fenómeno.
Pero el fin del boom de las materias primas trajo problemas económicos al subcontinente desde 2014 y, sin mayores conflictos entre sí, los estados recortaron sus adquisiciones de material bélico.
Entre 2017 y 2021 las importaciones de armas por parte de estados sudamericanos alcanzaron su menor nivel comparadas con cualquier otro quinquenio del último medio siglo, según el Sipri.
Sin embargo, Wezeman advierte que en los cinco años pasados los estados de la región aún compraron y recibieron equipamiento militar de varios otros países —Estados Unidos, Suecia, Italia, Francia y Corea del Sur entre otros— mientras dejaban de adquirir de Rusia.
Venezuela es un ejemplo paradigmático de este vaivén.
Mientras presidió el país entre 1999 y 2013, Hugo Chávez usó las grandes rentas petroleras venezolanas para comprar armas por valor de miles de millones de dólares a Rusia, que junto con China se volvió su principal proveedor en el ramo.
Venezuela se convirtió así en el país latinoamericano que recibía más productos militares rusos, incluidos sofisticados cazas Su-30, sistemas de misiles antiaéreos S-300, helicópteros, tanques, morteros y bombas guiadas.
Pero cuando la economía venezolana comenzó a desmoronarse en los años siguientes, el arsenal “hecho en Rusia” paró de crecer en el país sudamericano.
“Parte de esto tiene que ver con la capacidad de América Latina de comprar armas”, explica John Polga-Hecimovich, un profesor de ciencia política en la Academia Naval de EE.UU.
“Venezuela no ha podido comprar nada durante seis años y sospecho que eso (el poder adquisitivo) está relacionado”, añade el analista en diálogo con BBC Mundo.
Rusia asegura que sus vínculos con América Latina se basan en el pragmatismo, no en la ideología.
Pese a la caída de sus ventas de armamento a Latinoamérica, Moscú mantiene su cooperación técnico-militar con aliados regionales como Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Como muestra de apoyo al presidente venezolano, Nicolás Maduro, en su enfrentamiento con Washington, Moscú envió a ese país en diciembre de 2018 dos de sus bombarderos Tu-160 con capacidad para acarrear armas nucleares.
Y, poco antes de que Putin ordenara invadir Ucrania en febrero, su vicecanciller Serguéi Riabkov evitó descartar un despliegue de infraestructura militar en Cuba y Venezuela si la tensión con EE.UU. seguía en aumento.
“Todo esto, en cierto sentido, forma parte del objetivo geopolítico de Rusia en América Latina de replicar a la percepción de una intrusión estadounidense en la propia esfera de influencia de Moscú”, dice Polga-Hecimovich.
Washington ha medido su respuesta.
El asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, Jake Sullivan, sugirió que los dichos de Riabkov eran una “fanfarronada” y sostuvo que EE.UU. actuaría de forma “decisiva” si Rusia buscase desplegar tropas o equipos militares en la región.
Pero EE.UU. ha buscado también debilitar las exportaciones rusas de armas, algo que puede darle réditos por ser el mayor exportador mundial de armamento.
En 2017, Washington aprobó una ley “para contrarrestar a adversarios a través de sanciones”, conocida por sus siglas de Caatsa, que prevé posibles penas para países que realicen transacciones con Rusia, Corea del Norte e Irán.
Cuando el canciller ruso, Serguéi Lavrov, dijo en 2020 que México evaluaba comprar helicópteros a su país, un funcionario de EE.UU. advirtió en el Congreso que el país latinoamericano podía recibir sanciones por Caatsa.
“A nivel de Washington, hemos planteado esto a nuestros homólogos en Ciudad de México”, dijo Hugo Rodríguez, entonces subsecretario adjunto del Departamento de Estado para asuntos del Hemisferio Occidental.
De hecho, tras aprobación de esa ley y las presiones de Occidente a potenciales clientes de Moscú, las exportaciones rusas de armas cayeron 26% entre 2017 y 2021 respecto al quinquenio previo, indicó el Sipri.
En el mismo período, las ventas globales de armas estadounidenses crecieron hasta ser más del doble que las de Rusia, el segundo mayor exportador.
A su vez, han surgido reportes de dificultades para mantener algunos equipos de fabricación rusa en América Latina.
Casi en paralelo a una visita del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, a Putin en febrero, se filtró la decisión de la Fuerza Aérea brasileña de desactivar sus 12 helicópteros de combate Mi-35 debido a los costos operacionales y retos logísticos de esas aeronaves compradas a Rusia en 2008 por unos US$380 millones.
La guerra en Ucrania también ha enfriado los vínculos de Rusia con países e instituciones de Latinoamérica.
La Organización de los Estados Americanos (OEA) suspendió el jueves a Rusia como observador permanente hasta que “retire todas sus fuerzas y equipos militares de Ucrania”, algo que Moscú lamentó y atribuyó a un empuje “antirruso” de EE.UU. y Canadá.
Y en los próximos tiempos se redoblarán los esfuerzos de EE.UU. y Europa para disuadir a compradores de armamento ruso, anticipa Wezeman.
“Es notable que no se conocen pedidos en curso de Rusia —o de China— para ningún Estado sudamericano”, señala el investigador. “Tampoco parece haber (en la región) discusiones serias sobre adquisiciones a Rusia”.