La muerte de Isabel II pone fin a una era. El mundo ha cambiado de arriba abajo desde que una joven reina de 25 años asumiera el trono en 1952, pero una constante se mantiene: el apoyo mayoritario de los británicos a la monarquía.
En sus 70 años de reinado, Isabel II pudo ser testigo de un tremendo cambio social. En muchos aspectos, el Reino Unido de hoy se parece poco a aquel país de posguerra. Ha pasado de ser una sociedad conservadora y tradicional a un país diverso, donde la mayor parte de los niños que nacen lo hacen fuera del matrimonio y solo uno de cada cuatro personas se consideran creyentes.
La monarquía, sin embargo, un sistema basado en la herencia de poder y privilegio, sigue manteniendo una popularidad constate. Un 62% de los británicos la apoya como sistema político, según la encuesta que “YouGov” publicó el pasado mes de junio.
El propio Carlos III, que no había sido hasta ahora de los miembros de la familia real preferidos por los británicos, ha podido sentir el efecto de la corona: su popularidad se ha duplicado desde que es rey.
Ese amor mayoritario de los británicos por su monarca tiene estos días su reflejo más claro en la fila que se ha formado para entrar en la capilla ardiente de Isabel II, donde miles de ciudadanos están dispuestos a pasar hasta 14 horas de peregrinación para dar su último adiós a la reina.
En un país que no tiene fiesta nacional, son las citas reales como los jubileos o los cumpleaños del monarca los que han acabado por asumir ese espacio de exaltación de la identidad británica, de su idiosincrasia, de aquello que los diferencia del resto del mundo, señalan expertos consultados por BBC Mundo.
La asociación entre monarquía y lo británico llega a su máximo apogeo con la muerte de Isabel II, donde una nación de luto celebra la vida de su reina y, a la vez, su propia historia.
¿De dónde viene este apoyo tan mayoritario?
“Los británicos han valorado el hecho de tener un jefe del Estado distinto y separado de la política del día a día“, apunta a BBC Mundo el constitucionalista Craig Prescott, profesor en la Universidad de Bangor, en Gales.
Mientras que la Cámara de los Comunes puede llegar a ser un lugar brutal, y el enfrentamiento político y la crispación acaban generando desazón entre los ciudadanos, la monarquía -argumenta el experto- se presenta generalmente como una figura unificadora, que representa a todos los británicos, sean estos del bando que sean.
“A esto se suma la forma en la que Isabel II ha llevado a cabo sus tareas desde 1952, su dedicación al servicio del país y de la Commonwealth. Ha sido una monarca muy popular, incluso muchos republicanos están de acuerdo en que ha hecho un gran trabajo“, añade Prescott.
Las razones para apoyar la monarquía son diversas, aunque para algunos pueden reducirse al viejo refrán de “mejor malo conocido que bueno por conocer”.
Quién sustituiría al monarca -y no tanto quién la representa ahora mismo- genera una incógnita a la que no todos están dispuestos a enfrentarse. “Muchos, cuando se hacen la pregunta de quién sería presidente, no parecen encontrar ejemplos demasiado buenos en otros países”, argumenta el constitucionalista.
Para la socióloga Laura Clancy, la monarquía ha mantenido un apoyo estable a lo largo de los años por tres razones principales: “primero, hay una fuerte asociación con la identidad nacional, la historia y la nostalgia. Esto se puede ver, por ejemplo, en cómo se enseña la historia en Reino Unido, centrada a menudo en los monarcas“.
Además, “los británicos han desarrollado un fuerte afecto con ciertos miembros de la familia real, principalmente la reina. Y, por último, la monarquía ha sabido proyectarse muy bien en los medios de comunicación, presentando una ideología particular al público, como los valores familiares, la caridad, las ideas de servicio y deber”, razona Clancy.
La monarquía, sin embargo, no está exenta de críticas, a pesar de que el peso del republicanismo en Reino Unido apenas ha variado en las últimas décadas.
En 1969, un 18% de los británicos se consideraba republicano. Esa cifra hoy apenas ha ganado cuatro puntos, hasta el 22%, según datos de Ipsos Mori. Entre las generaciones más jóvenes, sin embargo, se eleva al 31% de acuerdo con los datos de “YouGov”.
Para Prescott, “la cuestión está en saber si esos jóvenes serán siendo republicanos cuando crezcan o cambiarán de opinión”.
Uno de los principales argumentos en contra de la monarquía es que “por principio, no es democrática”, arguye Graham Smith, presidente de “Republic”, quizás el principal grupo de presión que aboga por un cambio de sistema en Reino Unido.
“La institución no es apta para cumplir su propósito, es corrupta, abusa del dinero público y hace lobby por sus propios intereses”, opina Smith.
Su organización, que busca la celebración de un referendo para que los británicos puedan elegir su sistema de gobierno, planea una campaña de protestas para la coronación de Carlos III, que se prevé que tenga lugar el año que viene.
Otra de las críticas recurrentes a la institución monárquica es su coste. Calcular las finanzas reales no es sencillo. La Subvención Soberana, el presupuesto público que cada año se transfiere a la familia real para que gestione sus gastos de representación, superó este años los US$ 100 millones.
A cambio, señalan sus defensores, la familia real se ha convertido en una gran atracción turística para Reino Unido, lo que genera importantes ingresos.
En “Republic” no están de acuerdo. “La monarquía no trae ningún dinero al país, cualquier estimación del dinero que supuestamente aportan es completamente capciosa. Sin embargo, nos cuesta 345 millones de libras al año (US$ 395 millones)”, critica Graham Smith, en cuyo cálculo incluye otros gastos como los de seguridad (no incluidos en la Subvención Soberana).
Para Laura Clancy, que ha escrito “Running the family Firm: How the monarchy manages its image and our money” (Dirigiendo la empresa familiar: cómo la monarquía gestiona su imagen y nuestro dinero), “la institución consagra un sistema de desigualdad y servilismo“.
El pasado imperial y colonial de la Corona también está en la diana de las críticas, algo que, según Craig Prescott, “el nuevo rey y el príncipe de Gales van a tener que abordar”.
Los escándalos de las últimas décadas, entre ellos el del príncipe Andrés, demandado por abuso sexual, o el alejamiento del príncipe Enrique y su esposa Meghan de la familia real, “han dañado mucho a la monarquía y han generado mucho más debate en torno al por qué de la monarquía”, razona Graham Smith.
A pesar de las críticas, seis de cada diez británicos quieren que Reino Unido siga siendo una monarquía. Una cifra que ha descendido en la última década, pero que sigue siendo importante.
¿Qué hace que los británicos mantengan tal afecto por un sistema contrario a los principios meritocráticos y a la democracia liberal moderna?
Uno de los pensadores que intentó dar explicación a esta idiosincrasia británica fue el ensayista y periodista victoriano Walter Bagehot, uno de los primero directores de “The Economist”.
En “La constitución inglesa“, publicado en 1867 y que se ha convertido en una de las referencias canónicas para entender el sistema político británico, diferencia el elemento eficiente de la constitución -el gobierno- y el elemento solemne o “dignificador” de la misma, encarnado por la monarquía.
La monarquía, reconocía Bagehot, no es racional. Pero “la reverencia mística, la lealtad religiosa que son esenciales a toda auténtica monarquía, son sentimientos imaginativos que ninguna legislatura puede fabricar en un pueblo”, escribió. Mientras el imperio iba en declive, argumentó, “el pueblo rinde deferencia a lo que podemos llamar el espectáculo teatral de la sociedad. El climax de esa obra es la reina”, por aquel entonces, Victoria.
Esos rituales y ceremonias, como la apertura del Parlamento, la proclamación, la coronación -el teatro, al fin y al cabo, del que habla Bagehot- “aportan continuidad”.
“Los individuos involucrados cambian, pero las ceremonias siguen siendo las mismas. Isabel II ha tenido todo tipo de gobiernos, conservadores, laboristas o de coalición. Pero, a todos los efectos, las ceremonias siguieron igual, por lo que los cambios no parecen tan radicales. En cierto modo, cuanto más igual permanezcan las cosas, más pueden cambiar“, argumenta Prescott.
El monarca, explica Andrew Marr en “The Diamond Queen” (La reina de diamante), representa la continuidad: “una monarquía constitucional pretende representar los intereses de la gente antes de que eligieran a este gobierno y después de que haya cambiado. Recuerda. Mira hacia al futuro, más allá de las siguientes elecciones”.
Que, en el siglo XXI, un país democrático acepte con naturalidad que las credenciales de su nuevo jefe del Estado se basen en su acta de nacimiento puede desafiar a la lógica. Pero aquí, “la lógica no es el factor más importante”, argumenta el corresponsal de BBC Mark Easton.
“Estamos encantados de aceptar la excentricidad y la extravagancia porque reflejan una parte importante de nuestro carácter nacional. Así que, para intentar explicar el éxito improbable de la monarquía, no debemos esperar que la respuesta esté basada en la razón”, explica Easton.
“La monarquía británica es apreciada porque es la monarquía británica. Somo una sociedad antigua y complicada que rinde deferencia al espectáculo teatral de la sociedad”.
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