Kathleen Mangan-Valle estaba recelosa del tiempo que pasaba su esposo en línea.
Como le ha ocurrido a muchas parejas desde que internet entró en nuestros hogares, Kathleen Mangan-Valle estaba recelosa del tiempo que pasaba su esposo en línea.
Él estaba usando su computadora, ya que la suya se había dañado, así que instaló un software espía pues sospechaba que estaba teniendo una aventura amorosa con otra mujer.
Jamás sospechó qué era lo que iba a encontrar.
Además de imágenes de mujeres torturadas y agredidas sexualmente, descubrió búsquedas en línea de frases como “cómo secuestrar a una mujer”, “recetas de cocina con carne humana” y “esclavitud blanca”.
También había publicado en un foro web dedicado a fetiches sexuales relatos detallados de agresión sexual y canibalismo bajo el nombre de usuario “Girlmeat hunter” (cazador de carne de chica).
Peor aún, su esposo había estado charlando en línea con otros hombres sobre dónde, cómo y con qué exactamente raptar, matar y comerse a mujeres que conocía, entre ellas amigas de la universidad, una adolescente local y ella misma.
“Me iban a atar los pies y me cortarían la garganta, y disfrutarían viendo la sangre brotar”, dijo, sollozando, en el estrado de los testigos durante el juicio que se le hizo a su esposo en febrero de 2013, luego de que fuera arrestado en el octubre anterior.
Las fantasías eróticas de estos hombres incluían a otras dos mujeres que serían “violadas una frente a la otra para aumentar” sus temores; una más sería quemada viva y dos iban a ser puestas en un asador y cocinadas en turnos de 30 minutos para prolongar más su sufrimiento.
Gilberto Valle también lloró al escuchar el testimonio de quien fuera su esposa.
Hasta que su mundo se derrumbó, había sido un oficial de la policía de Nueva York, que tenía 28 años, un título en psicología y una bebé nacida unos meses antes.
Fue acusado de conspirar en internet para secuestrar, violar, matar y canibalizar a mujeres víctimas y de haber utilizado una base de datos federal para buscar la información de contacto de varias de las mujeres.
La evidencia era irrefutable.
Mangan-Valle, tras haber huido despavorida a la casa de sus padres, se había comunicado con la Oficina Federal de Investigaciones, y les había dado acceso a su computadora portátil y a otra computadora en su casa.
La fiscalía contaba con ejemplos como “una conversación en la que el Sr. Valle habla de una mujer real específica que él conocía, y de la logística de meterla en un horno”, citado por el fiscal federal Randall W.Jackson en su discurso de apertura.
En charlas en la web oscura había discutido hasta los más mínimos detalles de las estrategias para cometer los crímenes.
La defensa no negó que las pruebas fueran verídicas. Es más, concordó con que eran impactantes y espantosas… como salidas de una película de terror.
Sin embargo, señaló la abogada Julia L. Gatto, tenían otra cosa en común con los filmes de horror: “Son pura ficción. Son unas fantasías aterradoras”.
Ese caso, alegó, ponía a prueba “principios fundamentales, la libertad de pensar, la libertad de decir, la libertad de escribir incluso los pensamientos más oscuros de nuestra imaginación”.
Y es que, a pesar de todo lo hallado, no había evidencia de que alguna de las mujeres mencionadas por el oficial Valle hubiera sufrido ni la más mínima agresión.
El caso del que la prensa bautizó “el policía caníbal” se estudia en escuelas de Derecho, pues genera preguntas fascinantes sobre la frontera psicológica y legal entre pensamientos “normales” y los peligrosos.
En nombre de la prevención del delito, ¿en qué momento es correcto intervenir? ¿Puede una fantasía por sí sola ser un crimen?
Para el jurado de ese juicio, la respuesta fue “sí”.
Valle fue declarado culpable de “conspiración para secuestrar” y “realizar una búsqueda informática no autorizada de una base de datos federal”, y fue encarcelado, a pesar de que nunca hizo ninguna de las cosas que describió, solo escribió sobre ellas.
¿No es lo mismo que hacen los autores y libretistas de libros, películas y series de televisión que son tan exitosas?
Es cierto que a diferencia de ellos, Valle y los otros con quienes compartía sus pensamientos lo hacían porque les excitaba sexualmente imaginar esas situaciones.
Pero Valle fue declarado culpable, no por escribir lo que imaginaba, sino por escribir correos electrónicos para confabular con otros un crimen.
Lo que cometió fue un “delito incipiente”, que es lo que más se acerca a los delitos de pensamiento en lugares como Estados Unidos, que fue donde se le juzgó.
Se trata de delitos en los que un acto no ha ocurrido o aún no se ha cometido.
Pero, ¿realmente habrían hecho lo que planearon alguna vez? ¿Importa?
Vale la pena tener en cuenta que, aunque las fantasías de canibalismo presuntamente no son muy comunes, las de asesinato al parecer sí lo son.
Se les conoce como “ideación homicida” y hay científicos que las han estudiado.
Uno de los estudios encontró que el 73% de los hombres y el 66% de las mujeres de su muestra habían fantaseado con matar a alguien. Para confirmar los resultados, replicaron el experimento y encontraron tasas similares: 79% de hombres y 58% de mujeres.
¿A quién querían asesinar los participantes?
Los hombres eran más propensos a fantasear con matar a extraños y compañeros de trabajo, mientras que las mujeres fantaseaban con miembros de la familia.
¿Por qué?
La experta psicología criminal Julia Shaw, investigadora asociada del University College London y copresentadora del podcast Bad People de la BBC, señala que algunos psicólogos evolucionistas argumentan que este tipo de fantasías pueden ser adaptativas.
“Tales fantasías son producto de nuestra capacidad de pensamiento abstracto y planificación hipotética. Nos permite preguntarnos: si hiciera algo tan terrible, ¿qué pasaría?
“Cuando ensayamos mentalmente estas situaciones, nos damos cuenta de que asesinar a alguien probablemente no es lo que realmente queremos hacer, que no podríamos vivir con las consecuencias”.
Aunque no sean los pensamientos más dulces, señala la autora de “Hacer el mal”, “aquellos que no tienen esa capacidad para probar mentalmente posibles comportamientos futuros podrían actuar de manera más impulsiva y vivir para lamentarlo”.
Entonces, fantasear con algo tan malo es potencialmente bueno.
Pero, ¿dónde está esa línea que no se debe cruzar?
No donde se la habían pintado a Valle, según un juez de apelación que anuló el veredicto original 21 meses más tarde.
Las “fantasías sexuales depravadas y misóginas acerca de su esposa, excompañeras universitarias y conocidas sin duda reflejaban una mente enferma“, declaró el juez Paul Gardephe. Pero eso, añadió, no es motivo suficiente para una condena.
Ni siquiera los detallados planes convencieron a Gardephe de privarlo de su libertad. En el fallo, citó un caso en el que Valle supuestamente “acordó” con sus amigos cibernéticos secuestrar a tres mujeres diferentes el mismo lunes a principios de 2012: una en la ciudad de Nueva York, otra en Pakistán y la tercera en Ohio.
“Ningún jurado razonable podría haber concluido que Valle realmente pretendía secuestrar a una mujer en esa fecha”, concluyó el juez.
“Sólo es culpable de tener pensamientos muy poco convencionales”, dijo, sonriendo, su abogada Julia Gatto, a la salida del juzgado ese día de julio de 2014.
“No somos la policía del pensamiento… El gobierno no debe meterse en nuestras cabezas”, declaró.
En 2016, se publicó un libro llamado “Raw Deal: The Untold Story of ‘Cannibal Cop‘” (Injusticia: la historia jamás contada del “policía caníbal”). El coautor era Gil Valle y el subtítulo era “Una memoria”.
La editorial Wildblue Press juzgó necesario escribir un prólogo en el que explica las razones para publicarlo, señalando que sentía, como la mayoría de la población, repulsión ante el tratamiento a las mujeres en las fantasías del autor.
Termina diciendo: “¿Cuándo, si es que alguna vez, un ‘pensamiento’ se pasa de la línea y se convierte en un crimen? Vale la pena pensarlo…“.
Para eso, dicen, lanzaron el libro.
Desde entonces, Valle ha publicado cuatro novelas; ahora vende lo que antes escribía en secreto.