El caso conmocionó a Kenia, y al mundo entero: cientos de seguidores de una secta cristiana del apocalipsis dejaron de comer hasta morir de hambre con la esperanza de encontrarse con Jesús. Las instrucciones llegaron de su pastor.
Pero, ¿cuáles son las características de una secta y cómo las personas caen bajo su influencia? Lebo Diseko, corresponsal de Religión Global de la BBC, habló con un hombre que en el pasado fue miembro de una secta y ahora dedica su vida a ayudar a la gente a que salga de ellas.
“En ese momento, no creía que me hubieran lavado el cerebro. No pensaba que estuviera en una secta”, me dice Streven Hassan, de 69 años, mientras hablamos a través de una videollamada.
Hassan ahora describe al grupo al que pertenecía en su adolescencia como una secta peligrosa.
El hombre, que con 19 años se unió a la Iglesia de la Unificación, dice que la experiencia de abandonar el grupo religioso fue“como despertar de una pesadilla”.
“Sentía mucha vergüenza”, cuenta.
Los seguidores de la Iglesia de la Unificación eran llamados “Moonies” por sus críticos, en referencia al antiguo líder del grupo, el pastor Sun Myung Moon, quien murió en 2012.
La Federación de Familias para la Paz y la Unificación Mundial, como se llama ahora a este grupo, insiste en que es una “religión de buena fe” y no una secta, pero Hassan asegura que su experiencia demuestra lo contrario.
Si bien la definición exacta de secta es controvertida, el psiquiatra Robert Jay Lifton identifica tres características. Debe contar con un líder carismático que se convierte en objeto de culto. Tiene que existir un proceso de persuasión coercitiva, llamado “lavado de cerebro”. Y sus miembros deben ser víctimas de explotación económica, sexual o de otro tipo por parte los miembros del mismo grupo.
Hassan asegura que fue reclutado por la Iglesia de la Unificación “de forma gradual”.
Primero, se le acercó un grupo de mujeres jóvenes en la cafetería de la universidad. Dado que su novia lo había “abandonado bruscamente” hacía poco, Hassan se sintió vulnerable y halagado por la atención. “Recuerdo que les pregunté si eran parte a algún grupo religioso. Me dijeron ‘no, para nada’. Resultó ser mentira”.
Después empezó un proceso de “bombardeo amoroso”, dándole afecto para atraerlo al grupo y para manipularlo, según dice Hassan. En ese momento, lo invitaron a cenar y le dijeron que querían presentarle “a nuestros amigos de todo el mundo”.
Finalmente, lo invitaron a asistir a una charla donde le contaron que se iban de viaje. “Deberías venir, va a ser muy divertido“.
Fue ese fin de semana que “se me metieron en la cabeza”, dice Hassan. “Era un momento especial de la historia, ante las puertas de una Tercera Guerra Mundial entre Rusia y Estados Unidos, había varias propuestas espirituales dando vueltas“.
Más tarde, le enseñaron sus otras creencias. Entre ellas, dice Hassan que el líder del grupo, el pastor Moon, nacido en Corea del Norte, se presentaba como “el Mesías, más grande que Jesús” y decía que los coreanos eran “la raza superior”.
Si bien Hassan había nacido en una familiar judía, a los tres meses de unirse a la Iglesia de la Unificación “llegó a creer que el Holocausto estaba justificado”. “Estaba totalmente radicalizado”, dice.
La Iglesia niega rotundamente estas afirmaciones. “No hay ninguna sugerencia en las enseñanzas del grupo de que el Holocausto esté justificado”. Además, dicen que cuentan con “muchos miembros que también nacieron y se criaron como judíos”.
Desde el grupo religioso dijeron que no había “ninguna sugerencia” en sus enseñanzas de que el reverendo Moon “fuera más grande que Jesús” o “que los coreanos fueran una especie de ‘raza superior'”.
La Iglesia también niega haber utilizado el bombardeo de amor, diciendo que mientras que los miembros de la Iglesia salían y hablaban con los estudiantes, ellos “eran bastante abiertos y no había ningún engaño involucrado“.
Hassan dice que en ese momento abandonó la universidad y se convirtió en uno de los líderes del grupo. Incluso ayudó a sumar a nuevos fieles.
Para eso, evaluaba a los posibles nuevos miembros en función de si eran “pensadores, sentidores, hacedores o creyentes”, con el fin de utilizar el discurso adecuado para convencerlos.
“Si alguien pertenece al grupo de los que sienten, le hablaremos del amor y de lo bonito que es tener hermanos y hermanas que se cuidan los unos a los otros. Los hacedores son personas que quieren arreglar las cosas y tener un impacto. En el caso de los creyentes, el abordaje era espiritual: “Recemos juntos y pidamos a Dios que abra tu corazón”. Las estrategias cambiaban según la persona“.
Hassan fue miembro de esta secta durante dos años y medio. La situación cambió después de un accidente en coche, mientras estaba en el hospital, momento en que tuvo tiempo para estar solo y llamar a su hermana.
Ella le pidió que fuera a visitarlo, le prometió que lo cuidaría y le recordó que tenía un sobrino con el que podría pasar tiempo.
Lo que él no sabía era que ella había organizado a sus espaldas una sesión para rescatarlo. La hermana le hizo escuchar las historias de otras personas con experiencias similares, que habían pasado por lo mismo y que habían conseguido liberarse.
“Lloré. Pensé ¿cómo he podido creer esto?, ¿qué le ha pasado a mi mente?“.
La Iglesia de la Unificación dice que las opiniones de Hassan sobre el grupo son “distorsionadas, descabelladas, perturbadoras, inexactas y poco confiables”, y que la acusación de que el grupo pasó a ser cada vez más extremo “no tiene ningún sentido”.
También desde la Iglesia de la Unificación rechazan las acusaciones de lavado de cerebro. Dicen que las acusaciones “parece haber sido utilizadas como una forma conveniente aunque infundada de explicar por qué alguien se uniría a un grupo religioso”. Y aseguran que el término “Moonies” se utiliza para “denigrar y ridiculizar a la Iglesia de la Unificación”.
No obstante, para Hassan, su paso por la Iglesia -y su salida de ella- le llevó a dedicar las décadas siguientes a ayudar a la gente a liberar a sus seres queridos de las sectas. Ahora es consultor titulado y experto en sectas.
Dice que hay cosas que se deben hacer y otras que no a la hora de acercarse a alguien que uno quiere ayudar.
“No hay que gritar, atacar al líder, la doctrina o el grupo”. Dice que este comportamiento puede hacer que la gente redoble su defensa de su sistema de creencias. Por el contrario, sugiere adoptar una actitud de curiosidad, diciendo: “Sé que eres inteligente, pareces muy interesado en esto, cuéntame más”.
Si la persona no es capaz de explicar por completo las creencias del grupo, Hassan dice que se puede sugerir una pausa que puede ser aprovechada. “Vamos a investigarlo juntos. Vamos a averiguar quiénes son“.
“Si alguna vez estás en una situación donde nada tiene sentido y todo es confuso, confía en ti mismo, confía en tu propio juicio, y busca formas científicas de probar la realidad para comprobar las cosas“.
Hassan dice que ya no utiliza el método de confrontación para rescatar a los fieles porque sin la aceptación de la persona es probable que fracase cualquier intento de abandonar el grupo.
Además, dice que los teléfonos móviles hacen casi imposible cortar la comunicación de alguien con un grupo, a menos que la persona esté de acuerdo. “Si están todo el día con el teléfono hablando con la secta, no hay forma de ser eficaz”.
Hassan se centra en ayudar a los familiares y seres queridos de la víctima, lo que busca es “capacitar a las personas para que piensen por sí mismas, para que tome sus propias decisiones”.
“Por ejemplo, le diré a un familiar que le pida a su ser querido que está en una secta religiosa que se siente a ver el documental “El dilema social en las redes sociales”, que no va a hacer que se pongan a la defensiva o se sientan atacados. Pero es una forma de iniciar un debate sobre las tácticas que se utilizan para manipular la atención de la gente”.
Hassan sostiene que los cambios en la vida, como un duelo, una mudanza o, como en su caso, una ruptura de pareja, pueden hacer que una persona sea más susceptible a la influencia de un grupo peligroso.
Pero afirma que el mayor error que comete la gente es pensar que nunca podría ocurrirles a ellos.
Lo llama “el mito de la mente maleable: [la idea de que] ‘mi mente no puede cambiar. La de otra persona sí, pero yo soy demasiado listo o demasiado bueno”. “Estamos programados para encajar con los demás, para seguir a figuras de autoridad que creemos legítimas”.
Hassan ahora ha completado el círculo en su viaje de fe. Lo hizo hace 26 años, cuando pasó a integrar un templo judío progresista. “Lo que me gusta del judaísmo es que es una religión que cuestiona”, dice.