Solo cuando el humo se disipó fue posible apreciar la escala de la tragedia.
Una escena de devastación llenó el salón de bodas de Kabul, la capital de Afganistán, blanco de un ataque con bomba del grupo extremista Estado Islámico (EI).
Los futuros novios sobrevivieron al atentado, que mató a 80 personas. Pero el resentimiento de los familiares de quienes murieron los atormenta todos los días.
El sábado 17 de agosto, Mirwais Elmi fue llevado a empujones a una pequeña habitación llena de miembros varones de su familia y amigos cercanos.
Elmi, de 26 años, estaba lleno de sueños y expectativas. Estaba orando por un nuevo amanecer para su vida el día de su boda, en un país que ha vivido en guerra durante más de cuatro décadas.
Cientos de invitados esperaban pacientemente en el inmenso salón de bodas a que terminara la ceremonia, a la que le seguiría una cena de celebración.
Pero nunca llegarían a probar el banquete.
Su futura novia, Rehana, de 18 años, estaba disfrutando de algunos manjares con la hermana y la madre de Elmi en otra habitación.
Ante la llamada del clérigo musulmán al que se le da por nombre Molvi, Elmi se abrió paso rebosante de expectativas para firmar el acta de matrimonio conocido como nikah nama. Fue entonces cuando un sonido atronador sacudió el edificio y detuvo el proceso.
Un terrorista suicida había provocado una explosión dentro del salón de bodas, justo en el medio de la sección donde estaban sentados los invitados masculinos. Arrancó los paneles del techo y rompió los cristales de la fachada del recinto.
El fuerte estallido se escuchó a kilómetros de distancia.
Los amigos y familiares, a quienes Elmi había recibido con una sonrisa radiante unas horas antes, habían quedado reducidos a huesos carbonizados y trozos de carne.
La onda expansiva de la poderosa explosión dejó a Elmi inconsciente. Su novia y otros familiares estaban conmocionados.
Cuando se despertó unas horas más tarde, estaba en su casa.
A los pocos minutos se dio cuenta de que sus amigos y familiares estaban ocupados contando a los muertos.
“La gente venía y me decía que un primo había muerto, un amigo había muerto. Los amigos mencionaban a otros amigos que fueron asesinados. Mi hermano perdió a siete de sus amigos”, recuerda Elmi.
El joven afgano habló con la BBC sobre cómo su vida cambió después de la carnicería en que se convirtió su boda.
“Perdí a mi primo y mi esposa perdió a su hermano menor. La explosión le arrancó la cabeza. Solo pudimos enterrar su cuerpo decapitado”.
Apenas un día después de la explosión, su suegro le dijo a los medios afganos que 14 miembros de su familia habían muerto en el ataque.
“Tenía muchos sueños, esperanzas y expectativas. Nada se cumplió. Estoy en un estado de dolor y pena”, dice Elmi.
Poco después, EI se atribuyó el bombardeo.
El horror de la explosión fue inmenso, incluso para los estándares de Afganistán, un país devastado por la guerra.
Él y su esposa salieron ilesos. Así que, cinco días después de la explosión, Elmi buscó la ayuda de otro clérigo para completar su boda, que había sido detenida abruptamente por la explosión.
El matrimonio tuvo lugar de una manera más que discreta.
Ahora, casi un mes después, las heridas aún están frescas.
“Yo, mi papá y mi hermano nos turnamos durante la noche para proteger nuestra casa. Sentimos que podríamos ser atacados por cualquiera”.
Sus amigos y vecinos los acosan constantemente.
“Cada vez que salimos, la gente nos acusa y abusa. Es como si nos mataran todos los días. Es insoportable”, dice Elmi.
El joven incluso fue recibido con ira cuando asistió a ofrecer sus condolencias a los familiares de las víctimas.
“Una persona incluso me dijo: ‘Perdimos a nuestro hijo en la explosión. ¿Cómo es que tú y tu esposa están vivos?'”
Durante los tres días que siguieron a la explosión, Elmi dice que no podía comer ni beber agua. Incluso ahora permanece en estado de shock y angustia.
“Les digo que esto no está en nuestras manos. Si hubiera sabido que ocurriría la explosión, habría cancelado la ceremonia”, dice Elmi.
“Somos pacientes. Los que creen en Dios entenderán que este es su destino”.
Él dice que su esposa apenas sale de casa.
“Cada vez que apagamos las luces, sufre ataques de pánico. Se asusta mucho”.
La mujer se negó a hablar con la BBC.
La boda de ambos fue un matrimonio arreglado, como la mayoría de las bodas en esa parte del mundo. La madre de Elmi y la madre de la novia son parientes lejanos y desempeñaron el papel de emparejadores.
Elmi pertenece a la minoría hazara, que son musulmanes chiitas.
Los militantes sunitas, incluidos los talibanes y EI, han atacado repetidamente a las minorías chiitas en Afganistán y Pakistán.
Las autoridades en Afganistán quedaron pendientes de informar a Elmi sobre la investigación que se está llevando a cabo sobre lo sucedido.
“No tengo idea de por qué nos atacaron. En nuestra boda no había un solo funcionario local, empresario o político entre los invitados”, dice.
En la explosión murieron personas de diversos grupos étnicos.
Los familiares de algunas de las víctimas obtuvieron una compensación monetaria, como está estipulado según la política del gobierno.
“Un miembro del Parlamento vino a nuestra casa y nos dio medio millón de afganos (unos US$6350)”, dice Elmi.
El joven también dice que guarda buenos recuerdos de amigos y familiares que perecieron en el ataque. A menudo piensa en ellos.
“Incluso si organizamos cientos de reuniones para aquellos que perdimos, no van a volver. Todo terminó”.
Cuando Elmi vio las fotos de su boda que fueron tomadas antes de la explosión, quiso destruirlas.
“Después de ver las fotos me sentí más angustiado. No pude dormir durante toda la noche. Lloré. ¿Qué más podría hacer?”, se pregunta.
“No tengo ningún plan para mí. Estoy harto de todo. Quiero que alguien nos ayude a abandonar el país“.
Elmi también debe devolver los 1,1 millones de afganos (US$14,000) que pidió prestados para la boda.
Para tratar de despejar las emociones negativas, Elmi pensó en reabrir su sastrería, pero la decisión resultó ser contraproducente.
Un cliente le quitó la ropa que le había dado para coser.
Otro dijo: “La explosión mató a tantas personas, pero él todavía está vivo. Su tienda debería estar cerrada”.
Incapaz de enfrentar la hostilidad de vecinos y otrora amigos, cerró la tienda.
Su esposa, Rehana, que estudiaba el décimo grado, se encuentra reacia a regresar a la escuela.
“Mirwais ¿cómo puedo regresar a la escuela?”, le preguntó ella.
Elmi insistió en que no debía renunciar a sus estudios. Pero cuando regresó encontró el aula llena de personas resentidas contra ella.
“Alguien le dijo: ‘Si estás aquí es probable que un terrorista suicida venga'”.
Esas palabras quebraron a Rehana, quien terminó por abandonar la escuela.
“No hay felicidad en nuestra vida. Me he convertido en una persona diferente”.
El joven lamenta haber sobrevivido.
“Mi esposa y yo pensamos que ojalá nos hubiéramos muerto”.