Expresidente llegó en los 60 para acompañar a su padre, un jornalero atraído por la zafra.
Todavía le faltaban unos cuantos años para convertirse en dirigente sindical y décadas para llegar a ser el hombre que más tiempo gobernaría Bolivia.
Desde este jueves, Evo Morales ha vuelto a vivir a Argentina, ahora como refugiado. Pero esta ocasión no se parece en nada a la primera vez que residió en aquel país en 1966.
Su vida cambió tanto en los casi 54 años que pasaron entre una y otra estadía que, a simple vista, cuesta creer que ese niño que vendía helados mientras su padre trabajaba como zafrero ahora sea un exmandatario en el exilio.
En el medio de ambos momentos están sus días de pastor de ovejas en las alturas del occidente de Bolivia, sus desventuras como panadero, la época en la que se ganaba unos pesos tocando la trompeta para una banda y su decisivo desembarco en esa incandescente selva en el centro de su país donde se convirtió en el máximo líder de los cocaleros.
Y, sobre todo, su largo mandato de 13 años, 9 meses y 18 días al frente del gobierno de su país que terminó el 10 de noviembre, tras semanas de protestas callejeras, acusaciones de fraude electoral en las elecciones de octubre y con los militares y policías quitándole el respaldo.
Tras dejar el poder, después de hacer paradas en México y Cuba, Evo pasó su primera noche en Argentina. Y en este país fue donde, de alguna forma, todo comenzó hace 53 años.
“Yo no entendía castellano, era aymara cerrado. Sentadito atrás de todos los compañeros de curso. La profesora qué hablaría, yo no entendía”, contó Morales durante una visita que hizo en 2014 a su primera escuela y recordó cómo eran sus clases en la ciudad de Campo Santo.
Con 6 años de edad, Evo llegó a esta ciudad del norte argentino en abril de 1966 acompañado de su hermana mayor, Esther, y su padre, Dionisio.
Campo Santo, a 50 kilómetros de Salta, tenía y tiene extensos terrenos para la zafra azucarera y el papá de Evo fue uno de los cientos de bolivianos que llegaron a mediados de los 60 para emplearse como jornaleros.
“Muchas familias de Bolivia mejoramos nuestra economía por la zafra argentina”, recordó el expresidente hace unos años y añadió que la condición de zafrero de su padre le permitió a él ingresar a la escuela Julio Argentino Cornejo.
Su primera maestra se llamaba Elva del Valle Kutny, de quien Morales guarda un muy buen recuerdo. No solo por iniciarlo en la lectura y escritura, sino también por la paciencia que tuvo con el niño al que todavía le costaba mucho articular frases en español.
“Tal vez se dio cuenta que yo era el tímido, el asustado. Me agarraba de mi cabello, me acariciaba y decía ‘Evito, Evito‘. Era lo único que entendía”.
En esa visita de 2014, el exmandatario pudo saludar y abrazar a la mujer que volvió a la escuela donde hace décadas tuvo un alumno boliviano.
“Aquí empecé el ‘a, b, c’. No entendía, pero aquí empezamos”, sentenció aquella vez Evo con la profesora Elva a su lado.
En ese entonces, la familia Morales todavía residía la mayor parte del tiempo en Orinoca, una población en el oeste de Bolivia que ni siquiera salía en los mapas oficiales y en la que sus habitantes se dedicaban a criar ovejas y trabajar la tierra de sol a sol.
La dieta cotidiana del expresidente durante esa época estaba basada en los granos que se producían en la zona como el maíz o la quinua (cuando había suerte) y refrescos que preparaba su madre hirviendo cáscaras de fruta.
Por eso, no fue hasta su llegada a Argentina que Evo conoció la lechuga, el tomate y otros vegetales, además de lo que más le gustaba en ese tiempo: los helados de agua.
Cuando no se encontraba en la escuela, a Morales se le olvidaba algo de su timidez y le gustaba correr por las calles de Campo Santo con una cajita llena de helados que vendía a los sedientos zafreros.
Además de ayudar a sus padres en la cría de ovejas, ese fue el primero de los muchos trabajos que tuvo Morales a lo largo de su vida.
La mayor recompensa que recibía no era el dinero que se ganaba con las ventas, sino que tenía derecho a tres helados por día para aplacar la sed que le provocaba el intenso calor y las carreras que hacía con su cajita.
“Y de paso ganaba la plata que le daba a mi hermana y mi papá“, recordó Morales con humor en varias ocasiones.
Evo pasó su séptimo cumpleaños en el norte argentino y, a finales de aquel mismo año 1966, emprendió el retorno a Bolivia junto a su padre y hermana.
Los tres volvieron a su comunidad para seguir trabajando la tierra y para que el niño que después sería presidente continuara con sus estudios.
Desde ese entonces, el joven Evo desarrolló un respeto muy grande por su padre y lo mantuvo hasta que falleció en 1983, cuando Morales ya daba sus primeros pasos como dirigente sindical.
Fue Dionisio Morales el que decidió que la familia debía abandonar su casita en Orinoca porque allí morirían de hambre.
También el que consiguió el dinero para comprar el primer terrenito en el Chapare, esa selva donde muchos ciudadanos pobres de Bolivia migraron para comenzar a cultivar coca y donde el exmandatario se forjó como político.
Mucho tiempo antes, en medio de las largas jornadas de zafra en Campo Santo, también fue quien decidió que había llegado el momento que Evo regresara por primera vez a Bolivia.