No sólo se trató de cocinar, de hacer uniformes, de asistir a los heridos, de recolectar joyas y donar sus propio dinero y bienes para financiar la causa, sino de roles que muchas veces las ponían en peligro.
“No fueron brazos ejecutores de lo que opinaban y decían sus maridos o los varones de sus casas, sino que ellas mismas asumieron una posición política frente al proceso de la independencia de sus países”.
Así le describe a BBC Mundo la historiadora Inés Quintero, exdirectora de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, el papel que jugaron las miles de mujeres que de una manera u otra participaron en la gesta libertadora de América Latina.
Pese a que se conoce poco, el apoyo logístico que brindaron fue impresionante.
No sólo se trató de cocinar, de hacer uniformes, de asistir a los heridos, de recolectar joyas y donar sus propio dinero y bienes para financiar la causa, sino de roles que muchas veces las ponían en peligro.
Algunas sirvieron de correos, de espías, otras participaron en la planificación de estrategias, escondieron gente y armas y, aunque no fue lo más común, hubo las que rescataron prisioneros y hasta las que combatieron.
Se convirtieron en el sostén de las familias cuando los hombres partían al campo de batalla, y “se encargaron de la siembra, de la producción, de defender las propiedades”, explica Quintero.
Pero al intentar contar la historia de estas mujeres, surge un problema.
La mayoría de los relatos independentistas fueron escritos por hombres, sobre hombres. Quizá por ello, hay una enorme disparidad entre la cantidad de documentos y testimonios que existen sobre ellos y los que hablan de las mujeres.
“Esa invisibilidad nos hace andar un poco en el terreno de la especulación”, le dice Marta Martín, investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), a BBC Mundo.
Aunque “eso no quiere decir que su rol no haya sido importante”, aclara.
“Las historias de las independencias no sólo fueron los hechos políticos y los actos heroicos de los próceres, que quedaron en los libros de historia, sino que fueron posibles gracias a todo un contexto y un entramado en el que las mujerestuvieron participación activa“, indica la académica.
En septiembre, un mes clave en los procesos independentistas de muchos países latinoamericanos, BBC Mundo destaca el perfil decuatro mujeres que lograron trascender, y que de alguna manera representan a las miles que fueron olvidadas.
“Por la libertad de mi pueblo he renunciado a todo. No veré florecer a mis hijos”.
Eso fue lo último que habría dicho antes de morir estrangulada Micaela Bastidas Puyucahua, precursora, prócer y mártir de la emancipación peruana y una inspiración en las luchas independentistas hispanoamericanas.
Junto a su esposo, José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, lideró en 1780 una rebelión que buscaba terminar no sólo con el dominio colonial, sino con los abusos de los que eran víctimas las poblaciones nativas.
Esa insurrección es considerada la base fundamental de la emancipación peruana, que culminó con la proclamación de la Independencia el 28 de julio de 1821 y la batalla de Ayacucho el 9 de diciembre de 1824.
Mientras Túpac Amaru II realizaba su marcha triunfal en Puno, y manteniéndose en constante comunicación con él, Bastidas se encargó de las operaciones militares en el Cusco, evocaría el diputado Demetrio Carranza en un acto en su honor celebrado en 1980.
Bastidas era zamba: de raíces africanas e indígenas.
Se casó siendo una adolescente con quien había sido su amigo de la infancia y tuvieron tres hijos.
Cuando Túpac Amaru II se ausentaba, dado su rol de líder, ella era quien asumía las riendas del hogar así como también de los negocios, pues era una gran administradora.
Ya antes de la insurrección, la líder había hecho solicitudes formales “a las autoridades coloniales de Tinta, Cusco y Lima, para que los indígenas fueran liberados del trabajo obligatorio en las minas y exonerados del cumplimiento de la mita, obteniendo siempre negativas”.
Así lo señala Bernardino Ramírez Bautista, investigador de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en el artículo “Próceres campesinos en la guerra de la Independencia del Perú”, de la revista Investigaciones Sociales.
Y en ocasiones era ella quien definía la estrategia a seguir y su esposo quien la implementaba.
De hecho, se cree que perdieron la batalla decisiva contra el ejército español, en parte porque Túpac Amaru II se demoró mucho en seguir los consejos de Bastidas, quien quería tomar la ciudad de Cusco con mucha anticipación, pues consideraba que “era un objetivo central para su movimiento”.
Lo cuenta la investigadora Mary G. Berg en el capítulo “Micaela Bastidas y su época”, del libro “Mujeres y emancipación de la América Latina y el Caribe en los siglos XIX y XX.
Tal era la determinación y la personalidad de Bastidas, que las autoridades coloniales la llegaron a considerar incluso más peligrosa que su esposo.
“Y ofrecieron cantidades de dinero, premios y títulos nobles a personas que las ayudaran a capturar a Túpac Amaru, pero sobre todo, a su mujer”, indica Berg.
Tras el fracaso de la sublevación, en la que participaron decenas de mujeres más, fue capturada y condenada a la muerte junto a su esposo y uno de sus hijos.
“Micaela Bastidas entró en la plaza arrastrada por un caballo, atados pies y manos, mientras su sentencia se leía en voz alta”, relata Berg.
En la Plaza de las Armas del Cusco, se cumplió la tormentosa sentencia. Se cuenta que tuvo que ver la ejecución de su hijo y que le cortaron la lengua.
A pesar del tamaño de su gesta, Bastidas “fue ignorada en las páginas de la historia hasta que la literatura del siglo XX le hizo justicia”, reflexiona la historiadora Ana Belén García en el artículo “Las heroínas calladas de la Independencia Hispanoamericana”.
Con el tiempo, las autoridades peruanas también reconocieron el papel de otras mujeres que en otras etapas del largo proceso independentista, como por ejemplo, María Parado de Bellido, quien murió fusilada por negarse a delatar a los patriotas.
Otro nombre que también logró trascender fue el de Juana Azurduy. Y, aunque murió en el olvido, hoy se la considera una de las heroínas de la independencia tanto en Argentina como en Bolivia.
Nació en el Virreinato del Río de La Plata, en un territorio que hoy forma parte de Bolivia.
Su madre fue mestiza y su padre, que era propietario de varias tierras en la región, era de raza blanca.
Quedó huérfana siendo niña, por lo que su infancia la pasó conviviendo con unos tíos y en conventos.
Con 25 años, se casó con Miguel Asencio Padilla, quien era el hijo de unos vecinos, y tuvieron cinco hijos.
Los dos se alimentarían sus ansías por la independencia.
“Juana Azurduy fue una mujer muy valiente, que mezclaba su rol de madre con el militar y el político”, le dice a BBC Mundo Fernando Cajías, historiador boliviano y profesor de la Universidad Mayor de San Andrés.
“En la segunda etapa del proceso de la independencia, cuando fueron derrotados todos los movimientos urbanos, la mayoría de los patriotas que mantenían la causa formaron pequeñas repúblicas en el área rural y una de ellas fue la que encabezó el matrimonio de Padilla y Azurduy”.
Los esposos formaron parte de una organización conocida como “Los Leales”.
Su capacidad de mando era destacada, hasta tal punto que le valió el nombramiento de teniente coronel en 1816.
Ese año, embarazada de su quinto hijo, Juana resultó herida en combate. Cuando Padilla intentó rescatarla, murió.
“Luego de dar a luz, la soldada se unió a la guerrilla de Martín Miguel de Güemes, que operaba en el norte del Alto Perú defendiendo en seis ocasiones las invasiones realistas”, se recoge en una breve biografía del Ministerio de la Cultura de Argentina.
Azurduy luchó hasta el final del proceso de la independencia.
Y “tras caer el último reducto realista del exvirreinato del Río de la Plata en el Alto Perú, el 1 de abril de 1825, Simón Bolívar la ascendió a coronel y le otorgó una pensión que recibió durante cinco años”, indica el Ministerio.
Sin embargo, murió en la pobreza y fue enterrada en una fosa común.
Cada 12 de julio, en honor a su nacimiento, Argentina conmemora el “Día de las Heroínas y Mártires de la Independencia de América”.
Francisca Javiera Carrera Verdugo formó parte de la aristocracia de la Chile colonial.
Perteneció a una familia de destacados militares patriotas, pero fue mucho más que la hermana mayor de José Miguel, Juan José y Luis Carrera.
De hecho, se la considera una decisiva influencia en ellos.
Se sabe que asistía a reuniones de los patriotas y que fue de las que escondió soldados y armas.
En un terreno dominado por hombres, se convirtió en una de las figuras más emblemáticas del proceso independentista chileno.
Fue ella quien diseñó una de las primeras banderas de Chile, dejando claro “la inminente desvinculación” con los españoles.
Carrera rompió con los estereotipos de la mujer de su época. En el relato histórico, trasciende como una mujer ambiciosa y muy astuta.
“Era como una ave rara”, señala la historiadora chilena Alejandra Araya.
“Fue una mujer que se involucró quizás de una manera poco frecuente en la vida política del esposo”, a la que se le atribuye una gran inquietud intelectual y un interés por la implementación de las llamadas “escuelas de amigas”, espacios en los que las mujeres aprendían a leer y a escribir.
Se casó en dos oportunidades. De su primer marido quedó viuda a los 19 años.
“Abandonó a su (segundo) esposo y a sus hijos para autoexiliarse con los hermanos (tras la reconquista). Se hizo parte de la causa, cruzó la cordillera, tiene una historia que la pone a la par de lo que los hombres hacen y que se supone las mujeres no hacen”, indica la historiadora de la Universidad de Chile.
Su actuar, reflexiona, se pudiese comparar con el de las guerrilleras durante los gobiernos de facto latinoamericanos.
Fuera de su país, enfrentó penurias económicas, además del dolor de las muertes de sus hermanos que habían vuelto al campo de batalla.
Tras la abdicación de Bernardo O’Higgins, Carrera regresó a Chile en 1824 para dedicarse a una vida doméstica en su hacienda de El Monte. Murió a los 81 años.
Araya recuerda que en el Museo Histórico Nacional Javiera Carrera comparte una vitrina con O’Higgins, considerado el padre de la patria.
“De Javiera Carrera podríamos decir que sería la madre de la patria. Allí se ven sus zapatos y su vestuario, pero sin mayor indicación de lo que pudo significar esta mujer más allá de ser la acompañante de, la hermana de o lo que la tradición popular nos ha transmitido: que tuvo cierto reconocimiento público, incluso de los líderes de la revolución”.
“Solo sabemos de ella, y de Paula Jaraquemada Alquízar, porque forman parte del grupo que protagoniza las luchas. De esa forma ingresan en el panteón con el mismo código que los hombres”.
Y se pregunta qué pasó con las mujeres que no entraron en los registros históricos y que no calificaron como heroínas, pero que también fueron protagonistas de la independencia.
En la construcción de ese relato heroico de las mujeres de la independencia, hay un caso que ha logrado cautivar a los mexicanos de varias generaciones:
El de María Ignacia Rodríguez de Velasco, mejor conocida como “la Güera Rodríguez”.
En la versión de algunos historiadores, su figura eclipsa a otras más emblemáticas como Leona Vicario (declarada “Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria” en 1842) y Josefa Ortiz de Domínguez, incluso se le llegó a llamar “madre de la patria”.
Criolla perteneciente a la alta sociedad -por eso lo de “güera”, como se le llama en México a quien tiene los cabellos o la piel clara-, se le atribuyen ideas liberales que chocaron con los cánones conservadores de la época.
Asistió a reuniones políticas clandestinas con personajes como el cura Miguel Hidalgo, considerado el “padre de la patria” en México por su llamado a la emancipación contra el gobierno de la Nueva España.
“En 1811 la Santa Inquisición la acusó de estar relacionada con el cura Hidalgo, así como su tendencia al adulterio, mancebía y bigamia. A raíz de esto fue expulsada a Querétaro, donde estableció amistad con doña Josefa Ortiz de Domínguez y la academia literaria, adhiriéndose al grupo de conspiradores”, cuenta Gaspar Hernández Ranulfo, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.
Diversos historiadores la han descrito como una mujer de gran belleza, “la Venus mexicana”.
Algunos la hacen ver como “una mujer liberada, de gran inteligencia y con ansia de conocimiento, una gran seductora”, señala Marta Martín, la investigadora de la UNAM.
Se casó tres veces y se dice que hasta tuvo una relación fugaz con Simón Bolívar.
Martín le explica a BBC Mundo que Rodríguez ha trascendido “sobre todo por su relación con Agustín de Iturbide y en concreto por un impulso muy decisivo que ella aparentemente le dio para que completara la causa de la independencia mexicana”.
“Se llega a decir que ella organizaba las tertulias en las que se vislumbró el Plan de Iguala. Incluso se le ha atribuido la redacción parcial o una intervención muy directa en ese plan, que abrió el camino a la recta final de la independencia de México”, indica la experta.
Sin embargo, es una versión que varios expertos ponen en duda.
Hay quien se pregunta si sus contribuciones a la causa patriota fueron realmente voluntarias y no la consecuencia de la coacción para salvaguardar su patrimonio, incluso quien apunta a sus posibles vínculos con los adversarios de la independencia.
“Entre la leyenda y la realidad, se le ha atribuido un papel de espía”, señala la investigadora, por el acceso a la información política que le habría permitido tener el hecho de que su padre fuera regidor perpetuo de Ciudad de México, así como también su relación con ciertos personajes.
Pero de lo que sí hay información es que “en una de sus haciendas hubo una importante reunión en la que se cree que se dirimieron algunos asuntos decisivos para la culminación de la independencia de México”.
Afirmar que participó en la redacción del Plan de Iguala, es entrar en un terreno “un poco más oscuro”.
“Quizás es decepcionante (…) pero es que todos caemos en contradicciones y no por eso, nuestros actos o los de la Güera Rodríguez son menos valiosos”, reflexiona la doctora.
Y lo interesante es que su “reivindicación contemporánea y muy reciente” la ha convertido en una especie de “ícono protofemenista” en pleno siglo XXI.
*Edición: Carolina Robino y Leire Ventas/Ilustraciones Cecilia Tombesi