El presidente entrante de Estados Unidos, Joe Biden, ha repetido una frase desde que ganó las elecciones en noviembre: “Estados Unidos está de vuelta”.
El presidente entrante de Estados Unidos, Joe Biden, ha repetido una frase desde que ganó las elecciones en noviembre: “Estados Unidos está de vuelta”.
Se trata de un mensaje dirigido tanto al resto del planeta como al interior de su país.
A nivel global, su intención declarada es que Washington vuelva a “liderar el mundo” después que el presidente saliente, Donald Trump, replegara a EE.UU. de acuerdos internacionales, tensara viejas alianzas y debilitara organismos multilaterales.
En el plano interno, Biden pretende enterrar los tiempos de polarización y conflicto que caracterizaron al gobierno de Trump, con el propósito también declarado de “sanar” y “unificar” al país.
Cualquiera de esos objetivos por sí mismo luce ambicioso. Pero plantearlos en simultáneo supone una tarea titánica.
EE.UU. quedó estremecido por el ataque al Capitolio, fracturado políticamente, diezmado por una pandemia de covid-19 que ha matado más de 400.000 personas, castigado por una colosal crisis económica y cuestionado por sus aliados.
Entonces, ¿podrá Biden reparar la unidad y credibilidad de EE.UU. tras la era Trump?
Parece evidente que para recuperar el liderazgo de Washington en el tablero internacional, Biden debería lograr primero cierto orden en casa.
De lo contrario, todo será aún más arduo para el demócrata.
¿Qué países seguirían a una potencia sacudida ella misma por varias crisis a la vez? ¿A cuántos gobernantes puede persuadir un presidente incapaz de liderar en su propio país?
Sin embargo, algunos expertos creen que el contexto actual de EE.UU. puede permitir a Biden avanzar su agenda interior con una eficacia impensable poco tiempo atrás.
No se trata tan sólo de que las crisis del coronavirus y la economía plantean urgencia para que el gobierno actúe.
Biden prevé por ejemplo impulsar un plan de estímulos y ayudas por US$1,9 billones con la mayoría que tendrá en ambas cámaras del Congreso.
Además, Trump ha perdido parte de su capital político al evitar reconocer el triunfo de Biden, denunciar un fraude electoral sin presentar pruebas, y sobre todo después que una turba de sus seguidores invadiera el Congreso el 6 de enero.
El Partido Republicano pasa a la oposición dividido entre quienes toman distancia de Trump y quienes aún lo apoyan.
“Biden tiene la oportunidad de atraer a un espectro más amplio de estadounidenses que el 4 de noviembre, el día después de las elecciones. Trump, al comportarse tan mal, le ha dado al presidente entrante un regalo, o al menos una oportunidad. Y ahora veremos cómo la aprovecha”, señala William Galston, un experto en política interior de EE.UU. en la Institución Brookings que asesoró al expresidente Bill Clinton.
“Será muy difícil para Biden unir al país, pero no imposible. Detrás de los desacuerdos obvios hay acuerdos subyacentes en el pueblo estadounidense sobre lo que debe hacerse (…). Distintas encuestas indican que muchos estadounidenses desean un término medio, más compromiso, más progreso práctico”, dice Galston a BBC Mundo.
Algunos creen que la persona indicada es Biden, un demócrata moderado que fue vicepresidente de Barack Obama tras acumular años de experiencia en el Senado y que ha buscado eludir la polarización política.
Pero lo cierto es que reducir las enormes grietas políticas, económicas y raciales de EE.UU. demandará el compromiso de mucho más de una persona, aunque ésta sea el presidente.
Biden también tiene una vasta experiencia en política internacional, por su pasado en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado y sus ocho años como segundo de Obama.
Además, el presidente entrante ha elegido a veteranos del gobierno de Obama para puestos clave de política exterior, incluido Antony Blinken como secretario de Estado y John Kerry, quien ocupó ese cargo en el pasado, como enviado especial para el clima.
No obstante, distintos expertos advierten que el mundo actual es diferente al de cuatro años atrás.
Por un lado, China ha ganado mayor peso geopolítico. Por otro, EE.UU. bajo Trump parece haber perdido toda reminiscencia de su “excepcionalismo” o idea de faro de la democracia liberal en el mundo, sobre todo luego del ataque al Capitolio.
“Será enormemente difícil para el presidente Biden restaurar el brillo y la confianza en el liderazgo global de EE.UU.”, advierte Stewart Patrick, director del programa de Instituciones Internacionales y Gobernanza Global en el Concejo en Relaciones Exteriores (CFR, por sus siglas en inglés), un centro de análisis con sede en Nueva York.
A su juicio, Biden tendrá límites de política nacional para avanzar en la cooperación exterior. Y los dos cambios radicales de rumbo que EE.UU. tuvo en cuatro años, con las elecciones de 2016 y 2020, pueden generar dudas en viejos aliados sobre la credibilidad del país.
Biden prometió regresar a la Organización Mundial de la Salud, al Acuerdo de París sobre cambio climático y al pacto nuclear con Irán, de los que Trump retiró a EE.UU. durante su presidencia.
Pero en los últimos días el gobierno de Trump complicó aún más la agenda exterior de su sucesor.
El secretario de Estado saliente, Mike Pompeo, sostuvo por ejemplo sin ofrecer pruebas claras que Irán es una nueva base de operaciones de Al Qaeda, e incluyó a Cuba en la lista de países patrocinadores de terrorismo, después que Obama la sacara en 2015.
Algunos analistas advierten que Biden deberá adaptarse a las restricciones internas y externas que tendrá para actuar en el tablero global.
“En estas circunstancias, lo mejor que se puede esperar es que Joe Biden aborde el papel de EE.UU. en el mundo con mayor humildad y reconozca que los días del liderazgo global incuestionable de EE.UU. han terminado”, dice Patrick a BBC Mundo.
“EE.UU. necesita sentirse cómodo como una gran potencia más normal”, agrega, “y estar preparado para (e insistir en) compartir el liderazgo global, particularmente con aliados de ideas afines en Europa y Asia que comparten ampliamente su visión de un mundo abierto”.