En Brasil, miles de personas mueren cada año debido a la violencia policial, pero rara vez aparecen en los titulares de la prensa nacional, y mucho menos en los de la prensa internacional.
En el año en que Black Lives Matter se convirtió en un grito de guerra en todo el mundo, BBC News Brasil, en colaboración con una ONG local, el Foro Brasileño de Seguridad Pública (BFPS), se propuso investigar estas muertes.
¿Cuál es la verdadera magnitud de la violencia policial letal en Brasil y quién está en mayor riesgo?
Advertencia: este artículo contiene imágenes y descripciones que algunos lectores pueden encontrar perturbadores.
João Pedro tenía 14 años cuando le dispararon por la espalda mientras jugaba en casa con sus primos.
Guilherme Guedes, de quince años, desapareció afuera de la casa de su abuela antes de recibir un disparo en la boca.
E Igor Rocha Ramos, de 16 años, murió cuando se dirigía a comprar pan, mientras su madre estaba en casa recuperándose del coronavirus.
¿Qué conecta a estas muertes? Se alega que los tres adolescentes fueron asesinados por la policía brasileña en 2020 y más de seis meses después, sus familias dudan que se haga justicia.
“Había perdido tanta sangre que corría a lo largo de toda la calle. Desde la parte superior, donde yacía, hasta abajo”, dice Ana-Paula Rocha, la madre de Igor.
“No me dejaron acercarme. Me retuvieron todo el tiempo. Luego lo llevaron al hospital. No me dejaron ir en la ambulancia”.
Como madre soltera que trabaja, Ana-Paula crió a sus cuatro hijos con un salario mensual de solo US$300.
Junto a sus tres hijas, Bruna, Barbara y Beatriz, y su hijo menor Igor, compartían casa en Jardim São Savério, un suburbio en las afueras de Sao Paulo, cerca de donde Ana-Paula trabaja como conductora de autobús.
El día que un agente de policía disparó a Igor, Ana-Paula estaba en casa recuperándose del coronavirus. Sufría de síntomas graves, incluidos problemas respiratorios, y se había estado aislando durante 11 días en su dormitorio.
Igor se ofreció como voluntario para ir a la panadería a comprar pan y papas fritas para almorzar con unas salchichas que habían quedado.
Salió de la casa alrededor de la 1:15 de la tarde, y solo 10 minutos después, Ana-Paula escuchó un grito ensordecedor que venía de la calle.
“Han matado a un niño. Han matado a un niño y se parece a Igor“, dice Ana-Paula que gritó el vecino. Aterrorizada, se quitó las zapatillas, bajó corriendo las escaleras y salió por la puerta principal a la calle.
Luchando por respirar, recuerda que se arrancó su barbijo.
Decenas de vecinos ya estaban en la calle, maldiciendo y filmando a la policía con sus teléfonos. Entonces recuerda el grito aterrorizado de su hija Bruna.
“¡Fue en la cabeza, mamá! El disparo fue en la cabeza”, gritó Bruna. Ana-Paula dice que fue entonces cuando entró en pánico.
Filmadas por varios testigos, las gráficas imágenes de los teléfonos móviles muestran cómo tanto Bruna como Ana-Paula son contenidas agresivamente mientras intentan pasar entre el número cada vez mayor de policías que rodean el cuerpo de Igor.
“Me dolió tanto verlo así. Me quitó una parte de mí”, dice, mientras se funde en lágrimas.
Diez meses después, nadie ha sido arrestado por la muerte de Igor, pero la policía militar de Sao Paulo dice que su caso aún está bajo investigación.
Ana-Paula dice que mientras estaba en el lugar, uno de los agentes le dijo: “Fue un tiroteo, señora”, dando a entender que Igor tenía un arma.
Pero ella insiste en que Igor no tenía pistola y que simplemente estaba en camino a comprar pan. Los testigos también le dijeron a la BBC que no vieron a Igor con un arma.
El departamento de policía de Sao Paulo dice que aún deben investigar a fondo las afirmaciones del agente de que Igor estaba armado.
Los informes del hospital confirmaron que Igor murió en la calle de un solo disparo en la nuca. Las imágenes y los informes de testigos muestran que cayó cerca de la panadería.
Ana-Paula dice que seguirá luchando para conseguir justicia para Igor, pero le preocupa que el sistema judicial también esté predispuesto en contra de quienes viven en los barrios más pobres de la ciudad.
“Si mi hijo fuera el hijo de un hombre rico, el agente ya estaría en la cárcel. Pero este policía, está ahí afuera, sigue trabajando con normalidad”.
Las autoridades confirmaron que el policía involucrado sigue cumpliendo sus funciones habituales.
En los primeros seis meses de 2020, la policía mató a 3.148 personas en Brasil. Eso es un promedio de 17 personas muertas cada día.
Incluso en el relativamente pequeño estado de Río de Janeiro (población: 16 millones), la policía mató a más personas en los primeros seis meses del año que en todo Estados Unidos (población: 328 millones).
Pero en Brasil, la violencia policial letal se ha normalizado tanto que rara vez desencadena protestas masivas como las que se ven en EE.UU. o Nigeria.
Además, se estima que solo alrededor de 1 de cada 10 muertes a manos de la policía resulta en un cargo criminal.
Cuando se trata de la brutalidad policial en Brasil, la regularidad con la que las personas pierden la vida es tratada, tanto en las calles como en los medios de comunicación y los tribunales, con apatía y evasión de responsabilidades.
Para comprender quién está más en riesgo, la BBC, en colaboración con el Foro Brasileño de Seguridad Pública, examinó los perfiles de más de 1.000 personas que murieron a manos de la policía en el estado natal de Igor, Sao Paulo, y en Río de Janeiro, durante los primeros seis meses de 2020.
Lo que descubrimos fue que en Sao Paulo, el estado más poblado y rico de Brasil, donde una gran mayoría de personas se autoidentifican como blancas, casi el 60% de todos los fallecidos eran brasileños negros.
Más del 99% de todos los muertos eran hombres y casi el 30% tenían menos de 24 años.
Pero en Río de Janeiro, el estado más mortífero de Brasil en términos de brutalidad policial, el 75% de todos los fallecidos por la acción policial son negros, una proporción aún mayor.
En Río, si eras joven, negro y del sexo masculino, tenías cinco veces más probabilidades de morir a manos de la policía en 2020 que un joven blanco.
Es importante señalar que, en nuestra investigación, todas las estadísticas sobre personas vivas utilizan categorías raciales autoidentificadas. En el caso de los fallecidos, se determina su raza según consta en los registros policiales.
En Brasil, la descripción racial de una víctima de asesinato es designada por el forense o el oficial de policía investigador, utilizando las categorías amplias de negro, blanco, otro o desconocido.
Negro, en este caso, suele incluir tanto a individuos negros como a individuos ‘pardos’ (mestizos).
Como el último país de las Américas en abolir la esclavitud, Brasil sigue siendo profundamente desigual, y los brasileños negros y mestizos tienen más probabilidades de experimentar una menor esperanza de vida, educación y nivel de vida.
Una de las muertes más atroces de 2020 en Brasil fue la de Guilherme Guedes, quien desapareció fuera de la casa de su abuela y luego fue encontrado muerto a tiros.
“Hubiera preferido que mi hijo tuviera covid-19 en lugar de morir como lo hizo”, dice su madre, Joyce da Silva dos Santos.
“Mucha gente me dice: ‘Es el plan de Dios’. No, para mí este no es el plan de Dios. ¿Es el plan de Dios que una persona muera de dos balas en la cabeza?”.
La última vez que Joyce vio a su hijo fue en una barbacoa familiar. Cuando empezó a hacerse tarde, Guilherme (Gui) se ofreció a acompañar a su abuela a casa.
En el camino recogieron pasteles de pollo, los favoritos de Gui, cuenta Joyce.
Después de ayudar a su abuela a meterse en la cama, Gui volvió a salir a la calle y se encontró con otro chico de su edad. El niño le advirtió que había dos “policías vestidos de civil” que se dirigían hacia ellos.
“Pero Gui dijo: ‘No. No me iré, porque no he hecho nada malo‘”, dice Joyce. “Así que se quedó. Y ahí es cuando llegaron los dos”.
Imágenes de la cámara de seguridad frente a la casa de la abuela de Guilherme muestran a dos hombres rodeando a Guilherme en la calle.
Su cuerpo fue descubierto seis horas después, arrojado a 6 kilómetros de distancia en una ciudad cercana. Los informes forenses muestran que le dispararon una vez en la boca y otra en la nuca.
Siete meses después, la Oficina de Seguridad Pública de Sao Paulo dice que ambos sospechosos en el video han sido identificados.
Actualmente en prisión y esperando un juicio, el sargento Adriano Fernandes de Campos niega todos los cargos. La policía sigue buscando al segundo sospechoso, el exoficial Gilberto Eric Rodrigues.
Joyce dice que creciendo Guilherme siempre temió a la policía, pero que ella le decía que no había razón para tener miedo.
“Le quité el miedo”, dice Joyce. “Pero hoy prefiero que mis hijos le teman a la policía”.
“Creo que para ellos, todo el que vive en las afueras es un criminal. Creen que un niño de 15, 16, 17 años no puede tener zapatillas de marca en sus pies”.
¿Por qué la policía de Brasil es tan agresiva? Parte de la respuesta se encuentra en el pasado del país.
Saliendo de dos décadas de dictadura militar, en las que miles fueron torturados y cientos asesinados, Brasil heredó dos fuerzas: la militar y la policía civil.
Los cadetes de la policía militar continúan recibiendo una formación más parecida a los reclutas del ejército, a pesar de ser los principales responsables de la vigilancia callejera diaria.
En tanto, la policía civil asume funciones más judiciales y administrativas.
El exjefe de policía del estado de Río de Janeiro, Robson Rodrigues da Silva, dice que la presión sobre los agentes de policía en Brasil no puede subestimarse.
Con una de las tasas de criminalidad más altas del mundo, argumenta que la policía en Brasil está mal pagada y no recibe suficiente apoyo.
Con el tiempo, la imprevisibilidad y la volatilidad del trabajo pueden causar un “daño psicológico significativo” a muchos agentes.
“La suposición general de cualquier policía es que es muy probable que alguien esté armado“, dice Robson, “porque la disponibilidad de armas de fuego en estas áreas refleja cuán ineficiente es el sistema para evitar que tales armas lleguen fácilmente a manos de delincuentes”.
“Esto genera tensión y miedo, y cuando esto se manifiesta en un policía, es mucho más probable que reaccione mal ante una situación”.
Para Robson, en ningún lugar es más peligroso ser policía que en las favelas de la ciudad de Río.
Rodeando la ciudad, apiladas precariamente en las laderas de las montañas, las miles de favelas de Río carecen no solo de una presencia policial permanente, sino también de escuelas y hospitales.
Muchos están bajo el control de bandas del crimen organizado, lo que los convierte en lugares volátiles para todos los que viven y trabajan allí, incluida la policía.
El año pasado, Río de Janeiro fue, por lejos, el estado más mortífero de Brasil en términos de violencia policial letal, contribuyendo con una cuarta parte de todas las muertes a manos de la policía en el país.
¿Por qué Rio es tan mortal? La respuesta: redadas antidrogas. Son operaciones en las que decenas de agentes ingresan a las favelas, a menudo con el apoyo de helicópteros y vehículos blindados, en persecución de bandas delictivas organizadas.
En esta guerra civil entre la policía y las bandas de narcotraficantes, las personas inocentes tienen más que perder.
Atrapados entre la violencia y el virus
Como periodista que vive y trabaja en las favelas, Bruno Itan suele ser el primero en entrar en escena cuando estalla una pelea entre la policía y las pandillas.
Pero el año pasado, en medio de la creciente pandemia de coronavirus, Bruno describe una redada policial que sacudió a su comunidad hasta la médula.
“Tan pronto como llegué, vi muchos cuerpos esparcidos por las calles. Fue tan terrible, creo que por un momento la gente se olvidó del virus. Era una escena de guerra, con sangre por todas partes y agujeros de bala”.
Era el mediodía del viernes cuando más de una decena de policías ingresaron al Complexo do Alemão en busca de narcotraficantes. Dos horas después, los lugareños dicen que al menos 12 personas habían muerto y la policía dejó atrás cinco cuerpos.
Atrapados entre la violencia policial y el virus, muchos residentes se vieron obligados a romper la cuarentena para retirar los cuerpos, que según dicen habían comenzado a oler en unas pocas horas debido al calor abrasador del verano de Río.
“Todos estaban ayudando. Algunas personas estaban limpiando la sangre, otras repartían sábanas, alguien más prestó su auto, mientras que otras estaban ayudando a llevar los cuerpos.
“Necesitaban ayudarse a sí mismos y a los demás. Una madre no iba a poder cargar el cuerpo de su hijo por sí misma”.
Creciendo en las favelas, Bruno dice que ha aprendido a convivir con la violencia. Sabe qué hacer cuando el grupo de WhatsApp de la comunidad advierte de una redada.
Sabe dónde esconderse -en el piso del baño o detrás de una puerta- pero siempre lejos de cualquier vidrio o ventana.
Pero para Bruno, a pesar de haber vivido cientos de redadas, la escalada de violencia policial el año pasado, en combinación con la pandemia, fue reprensible.
“La violencia siempre llega, pero nunca 12 personas mueren en una mañana. Tal vez una o dos. Una o dos muriendo, puede que le resulte extraño, pero desafortunadamente para nosotros esto se ha vuelto normal. ¿Pero 12?”
A principios del año pasado, un aumento en las muertes a manos de la policía en Río de Janeiro significó que 2020 parecía bien encaminado para convertirse en el peor año en dos décadas en términos de brutalidad policial letal.
Pero esto se frenó debido a un solo caso, el asesinato de un adolescente en mayo, que paralizó todas las redadas policiales en las miles de favelas de Río.
Justo después de la hora del almuerzo de un lunes, un escuadrón de policías militares sin orden judicial ingresó ilegalmente a la casa donde João Pedro, de 14 años, jugaba con sus primos.
Se dispararon más de 70 rondas de munición dentro de la casa, y João Pedro murió por una bala de la policía en la espalda.
“João era un niño muy hogareño. Dondequiera que iba, siempre estaba con sus padres. Su rutina era la escuela, el hogar, la iglesia“, dice su madre, Rafaela Coutinho Matos, maestra de 36 años.
El día que mataron a su hijo, Rafaela estaba en su casa en São Gonçalo, en las afueras de Río. João había ido a jugar a la casa de este primo, a la vuelta de la esquina.
Aproximadamente a las 2:30 pm escuchó el helicóptero de la policía. “Llamé a João y le dije: ‘Hijo, estoy muy preocupada porque el helicóptero está disparando’. Pero él dijo: ‘Mamá, cálmate, estamos dentro de la casa‘”.
Esa fue la última vez que Rafaela habló con su hijo. Los informes oficiales de la policía y los relatos de testigos han confirmado que, tras arrojar dos granadas, la policía entró en la casa y abrió fuego.
Las autoridades dicen que sus agentes estaban persiguiendo a varios narcotraficantes armados que se cree que saltaron el muro y entraron en la propiedad.
Los primos de João le dijeron a su mamá que corrieron en todas direcciones cuando la policía entró a la casa, tratando de esconderse de las balas.
Tumbados boca abajo en el suelo, los niños se cubrieron la cabeza con los brazos para protegerse. Congelados por el miedo, solo más tarde se dieron cuenta de que João había recibido un balazo en la espalda.
“No imaginé un rifle de asalto. Me imaginé una herida superficial”, dice Rafaela, rompiendo a llorar.
Después de que se descubrieron las heridas de João, lo llevaron al helicóptero de la policía. Las autoridades dicen que aún están investigando cómo fue trasladado su cuerpo.
Pero sus amigos y primos dicen que los obligaron a llevar su cuerpo ellos mismos a un automóvil, antes de que lo cargaran en el helicóptero.
Durante 17 horas, Rafaela no supo adónde habían llevado a su hijo. La familia pasó toda la noche visitando hospitales locales hasta que finalmente a la medianoche les dijeron que su cuerpo estaba en la morgue local.
A pesar de acaparar la atención de los medios brasileños, Rafaela cree que es poco probable que alguien sea arrestado u obligado a rendir cuentas por el asesinato de su hijo.
João no es el primer hijo que se pierde en su comunidad, dice, y no será el último.
“Nunca hablé con João sobre el racismo. Ni siquiera me detuve a pensar en ello, porque nunca imaginé que estaría viviendo lo que vivo hoy. Pero sí, creo que fue un prejuicio”.
“Porque la policía piensa que todos los que viven en la favela son delincuentes. No todos son delincuentes y estos asesinatos suelen ocurrirles a negros“.
El gobernador de Río de Janeiro, Wilson Witzel, declaró públicamente que João era inocente y que su muerte sería investigado a fondo. Pero ocho meses después, las autoridades han confirmado que aún no se ha detenido a nadie.
Sin embargo, impulsado por una gran respuesta en los medios de comunicación brasileños, el caso de João Pedro condujo a una sentencia sin precedentes de la Corte Suprema.
Todas las redadas policiales se suspendieron temporalmente mientras los residentes continuaron en cuarentena en sus hogares durante la pandemia.
Nuestra investigación sobre la cantidad de personas que murieron a manos de la policía en Río el año pasado mostró que antes de que se detuvieran las redadas policiales, en promedio 150 personas fallecieron cada mes.
Pero en junio de 2020, después de que se suspendieran las redadas, solo 34 personas murieron.
Eso es un 80% menos que en junio de 2019.
Todavía son 34 vidas perdidas en un solo mes, pero muestra que al detener las redadas policiales, se pueden salvar cientos de vidas.
Consultada por la BBC sobre si las redadas policiales se reiniciarían después de que terminara la cuarentena, la oficina de seguridad de Río de Janeiro respondió: “Todos los allanamientos se realizan con base en la inteligencia, y siguen estrictos requisitos legales, priorizando siempre la preservación de la vida”.
Para el exjefe de policía del estado, Robson Rodrigues da Silva, quien en su rol anterior solía coordinar operaciones en las favelas de la ciudad, tal caída en el número de muertos no fue inesperada.
“Al interrumpir este círculo vicioso, sucedió algo que esperábamos: una reducción drástica tanto de las muertes de agentes de policía como de las muertes de personas a manos de la policía”.
“Muestra que elegir la guerra como estrategia para enfrentar al enemigo -no importa lo que se haya dicho antes- está completamente mal y necesitamos revisar nuestra estrategia”.
Pero, como señala Robson, no solo se salvan vidas de civiles, sino también la propia policía.
A pesar de representar solo el 34% de la fuerza, los oficiales negros y mestizos representan más del 50% de las muertes policiales.
Son más vulnerables a la violencia letal que sus homólogos blancos, lo que según Robson, se deriva del racismo sistémico en la sociedad.
“El mismo problema de asegurar la movilidad social que enfrentan los negros en nuestro país también existe dentro de la policía. Porque a pesar de tener muchos agentes negros, están más abajo en la escala jerárquica“, señala.
“Este es un aspecto de nuestra sociedad que está mal y es racista. Pero todavía no nos hemos recuperado de ser un país que apoyó la esclavitud durante demasiado tiempo. Todavía tenemos que encontrar una salida y mejorarlo”.
Sin embargo, David Marques del Foro Brasileño de Seguridad Pública rechaza los comentarios de Robson de que el racismo dentro de la fuerza policial es simplemente un producto del racismo en la sociedad brasileña en su conjunto.
El experto en muertes policiales por delitos violentos en Brasil dice que hay otros factores en juego.
“Para que la fuerza policial se convierta en parte de la lucha contra la desigualdad racial violenta es necesario construir un debate más amplio sobre el impacto del racismo en la seguridad pública y que esta discusión motive a los policías a cambiar sus acciones cotidianas en la calle”.
“Además, también es necesario profundizar la discusión sobre la victimización policial. Más policías han muerto fuera de servicio y por suicidio que en el trabajo. Esto significa que abordar el tema de las condiciones de trabajo de la policía es fundamental”, afirma.
Al examinar el número de policías muertos en los primeros seis meses de 2020, la investigación de Marques encontró que de 103 policías asesinados, el 70% estaban fuera de servicio en ese momento.
Para aumentar sus ingresos, muchos agentes de policía tienen un segundo empleo como guardias de seguridad. Pero sin uniforme y sin apoyo operativo, es cuando corren más riesgo de sufrir violencia letal.
En los tres casos -Igor Rochas Ramos, Guilherme Guedes y João Pedro Matos Pinto-, sus familias ahora deben esperar para ver si se hace justicia.
Pero incluso en el caso de más alto perfil, el de João Pedro, el abogado de la familia, Daniel Lozoya, no está convencido de que la investigación vaya a conducir a un arresto.
“Es importante resaltar que en el caso de João, con toda la conmoción mediática, la investigación se llevó a cabo con más diligencia que el caso promedio”, dice Lozoya.
“El patrón que suelen tomar estas investigaciones es que solo escuchan a la policía. Siguen solo las versiones de los hechos de la policía, a veces alargándolo durante años hasta que finalmente son despedidos”.
“Con tantos casos el año pasado, algo que nunca deberíamos tener que considerar normal está sucediendo, lamentablemente, todos los días. En la sociedad, esto genera una insensibilidad, una anestesia en cómo las personas se relacionan con estos casos, y solo los más extremos terminan generando atención. ”
La mamá de João Pedro, Rafaela, dice que antes de la pérdida de su hijo, nunca tuvo miedo de la policía ni de dejar que sus hijos jugaran en las calles.
Pero ahora, afirma, debe aprender a criar a su otra hija, Rebeca.
“Hoy no sabemos cómo vamos a seguir”, dice Rafaela. “A veces la gente me mira y me dice:’ Oh, pero tienes a Rebeca’, pero un niño no reemplaza al otro”.
“No le hemos contado lo que pasó, solo que su hermanito ahora está en el cielo. Pero hace un tiempo, cuando jugaba con un primo de la misma edad, este le preguntó: ¿Dónde está tu hermano João?. Y ella respondió: ‘¿No lo sabes? Mataron a mi hermano‘”.