Todos los días a las nueve de la mañana, Ilona Taimela se reúne con sus estudiantes y les explica las tareas que les va a asignar durante la clase.
Desde marzo de 2020, su rutina ha sido como la de muchos maestros alrededor del mundo debido a la pandemia: dar sus clases de manera remota.
Pero con una excepción: sus pupilos están en un campo de desplazados en Siria, bastante lejos de la casa de Ilona en Finlandia.
Con mensajes enviados a través de Whastapp, logra dar clases que van desde matemáticas hasta geografía. Todo en inglés y finés.
Sus alumnos son 23 niños que viven en el campamento de Al Hol, una ciudad hecha de carpas donde están retenidas personas que han sido vinculadas con el autodenominado grupo Estado Islámico (EI).
Cerca de 60.000 personas viven allí y en su mayoría son mujeres y niños que son originarios de varios países, incluidos algunos europeos.
Algunos de esos niños son sus estudiantes.
“No importa donde estén, todo niño tiene derecho a la educación”, le dijo Taimela a la BBC.
Antes de que se iniciaran las clases con Taimela, los estudiantes del campo de refugiados solo podían acceder a educación informal que era ofrecida por entidades de caridad.
Después de la derrota territorial de EI a principios de 2019, el campamento se convirtió en su prisión y las fuerzas lideradas por el ejército kurdo se volvieron sus ‘carceleros’.
Durante estos años, niños de distintas nacionalidades han sido retenidos allí mientras sus países de origen evalúan los riesgos de seguridad que implicaría la repatriación de sus madres, de quienes se teme podrían continuar apoyando la ideología extrema que las llevo a apoyar a EI.
Mientras tanto, los niños han crecido en condiciones críticas, calificadas de inhumanas por varias ONGs de alrededor del mundo.
A finales de 2019, la coalición de centroizquierda que gobierna a Finlandia dijo que traería al país a los 30 niños originarios de su país que estaban en el campamento.
Sin embargo, el anunció causó un revuelo nacional, pero sobre todo expuso el problema legal de separar a los niños de sus madres. Para resolver este problema, el gobierno envió a un representante, Jussi Tanner, para negociar con las autoridades kurdas que manejan el campo.
Fue un proceso difícil. Lo que se pensaba que serían semanas se tornaron meses, por lo que Tanner comenzó a pensar en medidas interinas para salvaguardar los derechos de los niños bajo la ley finlandesa.
Entonces llegó la pandemia y a Tanner se le ocurrió que si a los jóvenes en Finlandia se les podía enseñar de forma remota, se podría hacer lo mismo con los niños que estaban en Al Hol.
El gobierno de Finlandia apoyó la idea y le comisionó a la Fundación Lifelong Learning el desarrollo de un programa de educación a distancia.
Entonces fue cuando contactaron a Taimela, quien tenía experiencia en docencia multicultural.
En pocas semanas, ella y otra docente lograron diseñar un programa especial. Se trataba de enviarles lecciones diarias para ayudarles a mejorar sus competencias en temas fundamentales y también prepararlos para la vida en Finlandia una vez logren regresar.
Pero todo lo tuvieron que hacer a través de WhastApp, que era la única vía para comunicarse con los estudiantes.
“Nunca habíamos hecho nada como esto”, dijo Tammelander, quien señala que este programa podría ser el primero en su género y servir de modelo para el desarrollo de propuestas de aprendizaje más amplias.
Los estudiantes solo pueden participar con el permiso de sus madres, quienes fueron contactadas directamente por Tanner.
Con 23 estudiantes inscritos, en mayo del año pasado comenzaron a enviar las primeras lecciones.
“Buenos días, hoy es jueves 7 de mayo de 2020. Primer día de escuela”, se lee en el primer mensaje enviado por Taimela.
Se presentó como Saara, para proteger su identidad. Y la foto de su avatar era una imagen en la que tenía gafas oscuras y una bufanda que cubría su cabeza.
La mayoría de los mensajes estaban escritos en finés y para algunos deberes se utilizaban emojis en vez de fotos de alta calidad.
La base del programa eran lecciones de lengua y matemáticas y se diseñaban tareas de acuerdo a la edad y las habilidades de cada niño.
Taimela señala que ella comenzó a ver los resultados. Como un niño de 6 años que ya podía leer historias completas en finés, mientras otros aprendían estructuras más complejas de este idioma.
El progreso de los niños se debió en gran parte al material que fue enviado a través de mensajes de texto y de voz. El problema radicaba en que los celulares estaban prohibidos en el campamento, por lo que todo este proceso debía mantenerse en secreto, no solo frente a las autoridades kurdas, sino también frente a la opinión pública en Finlandia.
De todos modos, Taimela siempre creyó que los mensajes los leían los soldados kurdos. Algunas veces, las madres no respondían por semanas, lo que aumentaba la preocupación por su seguridad.
Hacia principios de este año, Taimela perdió el contacto con la mayoría de las familias. A medida que muchos de ellos fueron repatriados o los mudaron al campamento de al Roj, donde la vigilancia era más estricta, las clases fueron recortadas.
Tanner explica que 23 niños y siete adultos habían sido repatriados, mientras que otros 15 permanecen en Siria.
De regreso a Finlandia, las repatriaciones terminaron en polémica. El Partido Nacionalista Finlandés ha criticado el retorno de estas familias que, según ellos, podrían representar una amenaza para la seguridad nacional.
Al preguntarle sobre el programa de enseñanza liderado por Taimela, la líder del partido de oposición, Riikka Purra, dijo que ojalá el gobierno “estuviera tan interesado en salvaguardar la seguridad de los finlandeses” como en enseñarles a estos niños.
Aunque Purra aclaró que los hijos de los combatientes de EI “son, por supuesto, inocentes”.
Pero agregó que estaba perpleja por “lo mucho que ha hecho el estado finlandés para adaptarse a las necesidades” de las familias de los militantes de EI.
Por su parte, Tanner señala que la oposición a las repatriaciones se había “vuelto mucho más silenciosa” y la reacción al programa de enseñanza había sido abrumadoramente positiva
Por ahora, la escuela de Taimela está en receso. Incluso si todos son repatriados y terminan viviendo en el mismo país, sus alumnos en su mayoría seguirán siendo desconocidos para su maestra secreta.
Hasta ahora, solo ha estado en contacto con una de las madres, a quien conoció en un centro de acogida en Finlandia, junto con algunos de sus alumnos.
Esta vez, el uso de WhatsApp no fue necesario.
“Me conocieron por la voz”, dijo. “Al principio eran muy tímidos, pero al final empezaron a venir a mi. Leímos y miramos el teléfono juntos”.