En la noche del 15 de noviembre de 2019, la pequeña isla de Upolu, en Samoa, en el océano Pacífico, entre Hawái y Nueva Zelanda, declaró el estado de emergencia.
Tres meses antes, un habitante local había desarrollado una erupción con manchas de color marrón rojizo después de volar desde Nueva Zelanda, donde había una epidemia de sarampión.
Para el 2 de octubre había otros siete casos de sarampión y, poco más de un mes después, el brote se había disparado, con 716 personas infectadas, de una población total de alrededor de 197.000.
Pero con el nuevo estado de emergencia, el país intensificó radicalmente sus esfuerzos para detener la propagación. Se impuso una cuarentena y los médicos fueron casa por casa administrando vacunas obligatorias a quienes no estaban inoculados contra el virus.
Finalmente, las infecciones disminuyeron y el estado de emergencia terminó el 28 de diciembre de 2019. En total, se infectaron 5.667 personas, incluido el 8% de la población menor de 15 años.
De ellos, 81 murieron, incluidos tres niños de una misma familia.
Sin embargo, aunque la epidemia había terminado, el virus no necesariamente se había llevado a su última víctima.
Porque el otro peligro del sarampión es lo que los científicos llaman “amnesia inmune”: un fenómeno misterioso que ha estado con nosotros durante milenios, aunque solo se descubrió en 2012.
Tras la infección con el virus del sarampión, el sistema inmunológico olvida abruptamente todos los patógenos que ha encontrado antes: cada resfriado, cada brote de gripe, cada exposición a bacterias o virus en el medio ambiente, cada vacunación.
La pérdida es casi total y permanente.
Una vez que la infección ha terminado, la evidencia actual sugiere que el cuerpo tiene que volver a aprender qué es bueno y qué es malo casi desde cero.
“En cierto modo, la infección del virus del sarampión básicamente resetea el sistema inmunológico, llevándolo nuevamente al modo default“, dice Mansour Haeryfar, profesor de inmunología en la Western University, en Canadá.
“Es como si nunca hubiera encontrado microbios en el pasado“.
¿Cómo ocurre esto? ¿Cuánto dura el efecto? ¿Y podría estar impulsando otras epidemias?
El sarampión es un virus respiratorio antiguo, transmitido a través de aerosoles y gotitas, que, se cree, saltó del ganado a los humanos hace unos 2.500 años, posiblemente aprovechando las abarrotadas ciudades que estaban surgiendo en todo el mundo.
Durante milenios, el sarampión tuvo rienda suelta para plagar a los niños del mundo, especialmente en los primeros años de vida, infectando a casi todo el mundo antes de cumplir los 15 años.
Cuando los colonos europeos cruzaron el Atlántico por primera vez, se cree que el virus fue una de sus nuevas importaciones, junto con otras como la viruela y la fiebre tifoidea, que acabaron con el 90% de la población indígena de las América Latina y el Caribe en un siglo.
Los científicos han sabido durante décadas que, incluso después de recuperarse, los niños que han sido infectados con sarampión tienen muchas más probabilidades de enfermarse y morir por otras causas.
De hecho, un estudio de 1995 encontró que la vacunación contra el virus (que se introdujo en la década de 1960) reduce la probabilidad general de muerte entre un 30% y un 86% en los años posteriores.
Sin embargo, no estaba claro exactamente por qué el sarampión era un impulsor tan potente de enfermedades infantiles.
Luego, en 2002, un grupo de científicos japoneses descubrió que el receptor al que se une el virus del sarampión para ingresar al cuerpo no está en los pulmones, como cabría esperar de un virus respiratorio.
Está en células del sistema inmunológico.
“Realmente fue una gran sorpresa si lo comparas con lo que sabíamos hasta ese momento sobre cómo actúa el sarampión”, dice Rik de Swart, profesor asociado de Virosciencia en el Centro Médico de la Universidad Erasmus en Países Bajos.
Una década más tarde, un equipo internacional de investigadores, incluido Swart, decidió analizarlo más de cerca.
Marcaron el sarampión con una proteína verde fluorescente, infectaron monos macacos con el virus y rastrearon dónde terminaban las partículas virales verdes.
“[Vimos que] infecta muchas células de forma sistémica”, dice Swart. “Entonces, este virus causa una viremia, lo que significa que luego hay virus en la sangre; más concretamente, los glóbulos blancos se infectan y llevan el virus a todos los tejidos linfoides, que son los ganglios linfáticos, el bazo, el timo [una glándula en el pecho que es parte del sistema inmunológico]”, dice.
Esto confirmó que el sarampión es una infección del sistema inmunológico, explica.
Un brote de sarampión en Países Bajos en 2013 brindó la oportunidad de comprobar esta teoría.
Comenzó entre una comunidad protestante ortodoxa, que se negó a vacunarse por motivos religiosos y, finalmente, infectó a 2.600 personas.
Años más tarde, los científicos investigaron muestras de sangre tomadas de pacientes y confirmaron que el sarampión había infectado un tipo específico de células inmunitarias conocidas como células T de memoria.
El equipo descubrió que el receptor del sarampión se une a estas células, cuya función es permanecer en el cuerpo durante décadas después de una infección, buscando en silencio a los patógenos específicos que fueron entrenados para rastrear.
Es decir que el sarampión infecta a las únicas células que pueden recordar los patógenos que el cuerpo ha encontrado antes.
Pero, paradójicamente, el único recuerdo inmune que no se borra es el de sarampión mismo.
Por ello, las infecciones por sarampión generan una potente respuesta inmunitaria contra el virus, lo que lleva a una inmunidad de por vida en la gran mayoría de las personas.
Y, aunque nadie sabe todavía por qué, esto puede ser lo que causa la amnesia inmune en primer lugar.
La teoría es que las células inmunes específicas para el sarampión, que viajan por el cuerpo en busca de células de memoria infectadas, matan sistemáticamente a las células que pueden identificar otros virus.
Así, este virus nos lleva a destruir nuestra propia memoria inmunológica.
Eventualmente, el sarampión termina reemplazando todas sus células de memoria inmunológica normales por otras que pueden identificarlo, y a nada más.
Esto significa que solo eres inmune al sarampión, mientras que todos los demás patógenos quedan en el olvido.
Esta estrategia resulta sorprendente, especialmente desde la perspectiva del virus, ya que no podrá colarse en el cuerpo nuevamente sin ser reconocido.
(Desafortunadamente, no hay evidencia de que este restablecimiento inmunológico pueda ser beneficioso para aquellos que tienen un sistema inmunológico defectuoso, como las personas con trastornos autoinmunes.
Y, aunque lo fuera, Swart señala que los tratamientos basados en el sarampión solo funcionarían en aquellos que nunca contrajeron o fueron vacunados contra ese virus antes.)
“Otro virus que utiliza una estrategia similar es el VIH“, dice Swart. “Infecta las células del sistema inmunológico y, como consecuencia, lo descompone y lo hace menos competente. Pero la gran diferencia es que el VIH lo hace lenta pero persistentemente, de forma crónica, de modo que la descomposición continúa durante períodos de tiempo realmente largos”.
De hecho, aunque el VIH daña el sistema inmunológico, la amnesia generada por el sarampión es única entre las infecciones humanas.
En otros animales, los virus como el moquillo canino en los perros y el morbilivirus de los delfines (DMV) en los delfines también inhiben el sistema inmunológico y podrían tener un mecanismo similar, dice Swart.
Desde el descubrimiento de la amnesia inmune, las piezas han comenzado a encajar.
Una vez que el sistema inmunológico ha perdido sus células de memoria, tiene que volver a aprender minuciosamente todo lo que alguna vez supo.
Un estudio de población realizado en 2015 sugiere que este proceso de recuperación puede llevar hasta tres años, lo que, curiosamente, es el tiempo que tardan los bebés en adquirir inmunidad a los patógenos cotidianos en primer lugar.
“Los niños desarrollan muchos resfríos y enfermedades gastrointestinales y necesitan bastante tiempo para desarrollar su sistema inmunológico”, dice Swart. “Así que esto está en el mismo orden de magnitud en términos de duración”.
Mientras se recupera su sistema inmune, los niños corren el riesgo de infectarse con una amplia gama de patógenos que sus cuerpos alguna vez hubieran podido reconocer.
“Probablemente todas esas infecciones deban experimentarse nuevamente, para reparar realmente todo el daño”, dice Swart. “Y cada infección tiene otro riesgo de desarrollar una enfermedad”.
No es sorprendente, entonces, que el sarampión no solo aumente el riesgo de enfermedad, sino también de muerte.
De hecho, la mortalidad infantil por otros virus está estrechamente relacionada con la incidencia del sarampión.
El estudio de 2015 mostró que cuando aumenta la mortalidad infantil en Reino Unido, Estados Unidos o Dinamarca, esto generalmente se debe a que el sarampión se ha vuelto más prevalente.
Los hallazgos explican por qué vacunar a los niños contra el sarampión tiene el efecto secundario inesperado y beneficioso de reducir las muertes entre los niños, mucho más allá de las cifras de mortalidad relacionadas con el virus mismo.
Todo esto significa que el sarampión puede tener un impacto profundo en la salud de una población, incluso años después de la desaparición de un brote.
Poco después de que las autoridades en Samoa lograron controlar la epidemia de sarampión llegó otro virus: el 27 de noviembre de 2020, el país registró su primer caso de covid-19.
Afortunadamente las islas lograron evitar que la pandemia es esparciera, gracias a un programa integral de vacunación y una nueva cuarentena.
Sin embargo, modelos matemáticos sugieren que, si se hubiera propagado, la población habría tenido un riesgo significativamente mayor como resultado del brote de sarampión.
Según estos cálculos, la amnesia inmune podría haber aumentado el número total de casos en un 8% y las muertes en más de un 2%.
En tanto, otra proyección encontró que los brotes de sarampión que ocurren después de recibir la vacuna contra el covid-19 podrían eliminar la inmunidad colectiva al coronavirus y provocar un resurgimiento de casos.
“Quizás contrajiste sarampión y pensaste, está bien, es irrelevante con respecto a mi protección contra covid-19”, dice Miguel Muñoz, profesor de estadística en la Universidad de Granada que dirigió el estudio.
“Pero si te contagias de sarampión, tu protección desaparecerá. Ya no estarás seguro”.
Todo esto hace que el sarampión sea decididamente menos atractivo de lo que ya era.
También plantea una pregunta importante: ¿las personas que han sido infectadas con el virus deben volver a vacunarse contra el covid?
Según Swart, actualmente esta no es una práctica estándar, aunque no sería una mala idea.
Mientras tanto, una cosa simple pero poderosa que las personas pueden hacer para proteger sus preciados recuerdos inmunes, recopilados minuciosamente durante décadas, es vacunarse contra el sarampión.
Si tomas en cuenta la inmunidad que se adquiere de forma natural, en realidad obtienes cientos de vacunas por el precio de una.
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