"Ha habido ocasiones en las que nos han gritado, pero no nos lo tomamos de forma personal".
Derek Krauss es lo que los vecinos de este rincón del valle de San Fernando, una zona urbanizada del área metropolitana de Los Ángeles, conocen como un “policía del agua”.
Aunque él prefiere decir que forma parte de la “patrulla antidespilfarro”.
Esa es una de sus tareas como empleado del Distrito Municipal de Aguas Las Vírgenes (LVMWD), encargado de abastecer a los 77.000 habitantes de este oasis enmarcado por las cada vez más áridas montañas de Santa Mónica.
Ahora estamos en Calabasas, uno de los exclusivos suburbios que dependen del distrito en el que viven muchos famosos y millonarios y que a algunos les sonará por el programa de telerrealidad Keeping up with the Kardashians—aquí vive gran parte del clan— o el accidente en el que falleció la estrella de la NBA Kobe Bryant.
Es también una de las zonas con las mayores restricciones de uso del agua de Estados Unidos.
Las primeras fueron aprobadas en noviembre de 2021, ante la grave sequía que sufre California desde hace tres años y la falta de perspectivas de mejora debido al cambio climático y los efectos del fenómeno conocido como La Niña.
Y en marzo de este año, el gobernador Gavin Newson instó a las agencias que surten de agua a decenas de condados a que pusieran en marcha planes de emergencia. El objetivo: reducir el consumo estatal de agua en un 15% y el de las zonas más críticas hasta en un 35%.
Como parte de las medidas para lograrlo, Krauss y otros seis empleados, vestidos con pantalones de trabajo y camisas azules con su nombre grabado en el pecho, patrullan las urbanizaciones cerradas y con vigilancia privada las 24 horas del día en busca de aquellos que no cumplen con las normas de ahorro.
“Vamos tras los derrochadores”, le cuenta Krauss a BBC Mundo nada más levantarse la valla de The Oaks, el barrio residencial al que el actor Will Smith y el cantante Drake llaman hogar, mientras emprendemos colina arriba en su furgoneta.
Las restricciones en este suburbio de mansiones valoradas entre US$4 y US$10 millones, con sus piscinas, fuentes decorativas y jardines frontales y traseros, se centran sobre todo en el uso externo que se hace del agua.
“Es un problema mayúsculo en este distrito que depende en un 100% del agua importada, sin ninguna fuente local de agua. Solo tenemos lo que nos llega del deshielo de las sierras que están a 400 millas de aquí”, dice el portavoz del LVMWD, Mike McNutt.
Para combatir el despilfarro, solo se permite regar un día a la semana —los martes para aquellos cuya dirección termina en número par y los jueves para los que acaba en impar—, antes de las 10 de la mañana o después de las 5 de la tarde.
Y es que el riego, según calcula la agencia, constituye el 70% del uso exterior del agua.
Pero no siempre se encuentran con el infractor manguera en mano el día que no le corresponde regar. Krauss y sus colegas suelen tener que hilar más fino.
“Mira, aquí es evidente quién cumple las normas y quién no”, dice McNutts, señalando el límite entre dos propiedades.
Los jardines del de la izquierda, una villa de cierto aire colonial, son un verdor. Los del de la derecha, algo más moderna pero no demasiado, el amarillo va tornándose marrón.
Las mansiones se ubican, curiosamente, un poco más arriba de la calle Prado del Verde, toda una ironía si se levanta la vista y se observa el horizonte.
“Es imposible que el césped esté así regándolo una vez por semana, sobre todo teniendo en cuenta que el sol le da de lleno y no hay ni una sombra”, señala cuando llegamos más arriba. “Mira cuán gruesa está esa grama”, apunta más abajo, al dar la curva.
Krauss y sus colegas no solo se fijan en el tono o espesor de los jardines en su caza de los infractores. Buscan también hilos de agua o cunetas con hongos. “¿Ves cómo hay humedad aquí?”, señala McNutt. “Lo que hacemos es trazarla hasta la fuente”.
“No parece que sea de regar. En ese sentido están cumpliendo con su parte”, añade Krauss y baraja la posibilidad de que se deba a una fuga no detectada o un problema con la piscina.
Los funcionarios toman notas mentales y seguimos con la ronda por otro barrio residencial de la zona, en el que el panorama es similar.
En las urbanizaciones la patrulla cuenta con “oídos y ojos” que la apoyan: residentes que denuncian a los vecinos que violan las normas.
Los pueden reportar de forma anónima, enviando un correo o llamando al Departamento de Atención al Cliente, que luego pasa los datos a Krauss y sus colegas para que investiguen más a fondo.
“Es muy común. Y suelen mandar fotos o videos. Por eso digo que nosotros no hacemos la labor de los policías, sino que el la misma comunidad la que se vigila”, subraya Krauss.
El trabajo de campo lo complementan con la lectura periódica de contadores electrónicos.
Quienes exceden la cantidad de agua que les corresponde —calculada en función del número de habitantes de la vivienda y la extensión del terreno de la propiedad— reciben un aviso por escrito y se les coloca una etiqueta en la puerta.
Cada advertencia viene acompañada de una amonestación: US$100 por la primera violación, US$200 por la tercera y US$500 por la cuarta. Tras el quinto aviso, el distrito le reduce al derrochador la presión del agua.
Lo hacen por medio de un accesorio más bien sencillo: un disco de aluminio con un agujero en el centro que colocan en la junta de la misma toma por dos semanas.
Es la única agencia del estado que lo usa para hacer cumplir los objetivos de ahorro.
“Lo probé durante un fin de semana en mi casa, para saber cómo le afecta al cliente”, le cuenta a BBC Mundo Cason Gilmer, quien lo diseñó y forma también parte de la patrulla.
“Empecé a ducharme con normalidad, pero cuando mi esposa abrió el grifo de la cocina para lavar los platos, me quedé sin agua. Así que solo te permite hacer una cosa a la vez“.
Lo explica mientras Krauss muestra en directo cómo se coloca el dispositivo y cuánto rebaja la presión.
Cuando el 1 de diciembre se impusieron las restricciones obligatorias, el distrito empezó a hacer una lista de infractores recurrentes. Hoy hay más de 1.600 nombres en ella. Y han colocado dispositivos para reducir la presión del agua en más de 63 viviendas.
Entre ellas, la del actor y comediante Kevin Hart.
“Le pusimos un limitador de flujo y ahora está colaborando con nosotros para poder restaurarle la presión original”, señala McNutt.
No es el único famoso que ha sido señalado por la prensa por malgastar agua en tiempos de racionamiento.
Entre los nombres que han salido a relucir está el de la celebridad televisiva y empresaria Kim Kardashian, quien posee una mansión en Hidden Hills, contiguo a Calabasas, y el actor Sylvester Stallone, quien tiene una vivienda valorada en US$18 millones también en el área.
De acuerdo al diario The Wall Street Journal, el protagonista de Rocky y Rambo superó en más de un 300% la cantidad de agua permitida, algo que su abogado justificó como necesario para mantener con vida los 500 árboles que tiene en sus terrenos.
Krauss ha visto despilfarradores mayores: “Detectamos a un residente de Chartsworth (otro exclusivo suburbio ubicado en el valle de San Fernando) que usaba 800.000 galones al mes en su propiedad”, más de tres millones de litros. “Tenía tres campos de fútbol”.
“Esta es una comunidad de gente acaudalada y tenemos a músicos famosos, atletas de primera línea, directores ejecutivos y abogados de éxito como vecinos, y efectivamente algunas de las celebridades mencionadas han estado en nuestra lista”, reconoce McNutts. “Pero están trabajando activamente para reducir su uso de agua”.
Que estas noticias salgan en los medios tiene, en su opinión, un efecto positivo.
“Estamos recibiendo mucho apoyo de la comunidad, tal vez porque ven que no estamos haciendo excepciones: no importa quién seas, si incumples las normas recibirás un aviso, y si lo vuelves a hacer tendrá consecuencias”, añade.
Algunos residentes que quieren evitar las multas pero se resisten a renunciar a su jardín optan por el césped artificial como el de los minigolfs o por pintar su hierba moribunda.
Otros han empezado a sustituir la vegetación por especies nativas que requieren menos agua.
Es el caso de Monique, quien lleva diez años viviendo en el área.
“Solo puedo regar una vez a la semana y por no más de 10 minutos. Mi césped está casi marrón”, dice.
Ha acudido al vivero Colorful Gardens Center de Agoura Hills, otro de los municipios dependientes del LVMWD, en busca de alternativas para adornar el “desastre” que ve a diario cuando sale por la puerta.
“Cuando le hablas a la gente de jardines resistentes a la sequía, piensan en piedras y cactus”, reconoce Krauss. “Pero hay una gran variedad: plantas que dan flores, arbustos”, como la salvia o la amapola, que requieren hasta un 70% menos de agua.
La agencia aspira a que Calabasas y los demás municipios que abastece luzcan en unos años como Las Vegas, una ciudad construida en medio del desierto de Mojave, pionera del movimiento anticésped que ha ido extendiéndose en las últimas décadas por todo el oeste de EE.UU. y que considera un ejemplo de éxito.
Hoy apenas se ven jardines verdes en propiedades residenciales de la mayor urbe del estado de Nevada. Y es en parte gracias al programa de US$270 millones de la Autoridad del Agua del Sur de Nevada para financiar la sustitución de 19 millones de metros cuadrados de grama por especies nativas como la caléndula del desierto.
Con ello, la agencia calcula que ha ahorrado 617.000 millones de litros, lo suficiente para satisfacer las necesidades de agua de la región durante todo el año.
Y una ley aprobada por la legislatura estatal el año pasado obliga a los dueños de propiedades que no sean viviendas unifamiliares a retirar la grama para 2026. “Es decorativa y la única persona que camina sobre ella es quien empuja un cortacésped”, le dijo Bronson Mack, portavoz de la autoridad local del agua, a The Wall Street Journal.
Según las proyecciones del Departamento de Recursos Hídricos de California, para 2040 el estado perderá el 10% de su suministro. Para compensarlo, el gobernador Newson propuso hace dos semanas invertir en plantas de reciclaje, almacenaje y desalinización de agua.
“Las Vegas ha hecho lo que había que hacer”, subraya McNutts desde Calabasas, uno de los rincones que resultaran irremediablemente más afectados.
“Ya es hora de que los californianos se den cuenta de que ese sueño de tener una casa con un jardín verde, una valla blanca, dos hijos y medio y un perro o como quiera que sea hoy, en medio de la peor sequía del milenio, ya no tiene sentido“.