¡Alabín alabán alabín bon ban!
Seguro que has escuchado o dicho alguna vez esta expresión para animar a tu equipo durante un partido.
Lo que a lo mejor no sabías es que tiene varios siglos a sus espaldas, proviene del árabe alla’ibín áyya ba’ád alla’ib bón bád y significa “jugadores, venga ya, el juego va bien”.
Ese mismo origen tienen multitud de palabras y expresiones que usamos a diario: los arabismos.
Son el producto del intercambio cultural y lingüístico que hubo en la Península Ibérica entre el árabe, lengua semítica y el castellano, lengua romance con origen en el latín.
Es muy difícil saber cuántos arabismos hay exactamente. Y tiene que ver con la cantidad de palabras derivadas existen, le dice a BBC Mundo Ángeles Vicente, profesora titular del área de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Zaragoza (España).
Por ejemplo, aceite y aceituna provienen del árabe, pero no hay claridad sobre si se deberían contabilizar aceitunero o aceitoso, que son palabras derivadas. “Lo mejor es no cometer el error de decir un número. Pero sí dejar claro que la influencia(del árabe en el español) es enorme“.
En el año 711 comenzó la conquista musulmana de la península ibérica.
Entraron por el sur de España, zona a la que luego denominaron Al-Ándalusy que hoy conserva el nombre con el topónimo de Andalucía.
Bajo distinta figuras administrativas y dinastías, los árabes permanecieron en el poder hasta la toma de Granada por parte de los Reyes Católicos en 1492, en la denominada Reconquista.
Población arabófona hubo en la península hasta 1609-1612, tras los edictos de expulsión de Felipe III.
Los historiadores coinciden en que una pequeña parte de los invasores hablaba árabe, mientras que la mayoría hablaba bereber, una lengua del norte de África.
“Es un milagro que tal vez unos cientos, unos millares de árabes con un mayor número de bereberes lograran arabizar a una población de entre cinco y seis millones de personas“, dijo en su discurso de entrada en la Real Academia Española el arabista ya fallecido Federico Corriente.
Pero esos pocos que hablaban el árabe eran la élite, tenían el poder. Y, por lo tanto, pasó de ser una lengua minoritaria, compartiendo espacio con un bajo latín y un protoespañol, a convertirse en la lengua de prestigio.
“La arabización de la lengua no ocurre de un día para otro. En unos dos siglos se impone el árabe desde el punto de vista político y religioso“, cuenta Ángeles Vicente.
No solo el poder influyó en la lengua, también los matrimonios mixtos entre árabes y autóctonos convertidos al islam, algo que ocurría, en parte, para obtener privilegios a la hora de trabajar o la exención de impuestos.
Los arabismos no se incorporaron al castellano al mismo tiempo ni todos se mantuvieron.
Algunos aparecieron, desaparecieron ytomaron una nueva forma a lo largo de los años, como ocurre con la palabra con la que denominamos a ese polvo amarillento o rojo que se usa para el pelo o manos, lahenna (del árabe clásico ḥinnā‘). Este arabismo ha evolucionado dentro del español. Antes era más frecuente hablar de aleña (del árabe hispánico alḥínna).
El primer contacto para adoptar los arabismos, explica Vicente, fue entre el siglo VIII y el siglo XI, “con la convivencia muy fuerte entre dos lenguas, el protocastellano/roman-andalusí, romance de Al-Ándalus muy temprano, y el árabe andalusí”.
“Es una época de interacción muy fuerte y donde los mozárabes (población hispana con elementos culturales musulmanes) son muy numerosos”.
El segundo contacto es durante las conquistas de los reinos cristianos a los musulmanes, donde hay una nueva convivencia de las lenguas árabe y castellano.
Lo que más abundan son los sustantivos, aunque también hay algún que otro adjetivo y algún verbo.
Vicente explica que hay muchas palabras en el campo léxico de la agricultura (acequia, noria), de la tierra (alubia o algarroba), de las matemáticas (álgebra, cero) o militares (alférez).
Las que todos seguro identificamos rápido son las palabras que empiezan por “al“.
Son préstamos que pasaron con el artículo definido que, en árabe, es único, “al”, en contraposición a “el/la/los/las” del castellano.
Así ocurrió con almohada (al mihaddah) o albañil (al bannā’). Buena parte de las que empiezan con “a” tienen el mismo origen, solo que la “l” del artículo “al” se asimila, como ocurre con azafrán (al za’farān).
En un vistazo rápido al “Diccionario de la lengua española“ encontramos infinidad de palabras con su origen en árabe escrito al inicio. Junto con la profesora Ángeles Vicente revisamos algunas.
Alardear. A día de hoy, cuando alguien alardea, está presumiendo de algo. Pero el origen de esta palabra poco tiene que ver con su significado actual. Ni siquiera existía como verbo. Lo que ha llegado a nosotros es la derivación de un sustantivo, “alarde” (al’árḍ), que era pasar revista a las tropas.
Azimut y cénit. La ciencia debe bastante a los estudiosos árabes y, en ese caso, a la astronomía, ya que dieron nombre a muchos términos que se usan hoy día. Dos de ellos son azimut (assumūt) y cénit (samt [arra’s]), que sirven para señalar unos puntos específicos dela bóveda celeste.
Cifra. También eran buenos en matemáticas, así que no es de extrañar que nos hayan quedado palabras como esta, cifra (ṣífr), que originalmente significaba “vacío” y hoy usamos para referirnos a un número.
En balde. Si alguna vez pusiste mucho empeño en algo pero que no sirvió para nada, tu esfuerzo habrá sido en balde (bāṭil), en definitiva, será un esfuerzo inútil, en vano o sin valor, precisamente el significado original de este arabismo.
Elixir. Al buscar en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la primera acepción que nos dará para esta palabra es la de “piedra filosofal“, que si eres fan de Harry Potter lo vas a entender perfectamente, pero si no, a lo mejor te suena a algo raro y lejano. Pero esto no lo inventó J. K. Rowling, sino que viene del árabe clásico al’iksīr.
Hay otra definición que es más tangible en el mundo actual y se refiere al líquido que resulta de mezclar varias sustancias medicinales y disolverlas en alcohol.
Fulano. Seguro has escuchado esto más de una vez: “¿Si fulanito te dice que se va a lanzar por un barranco lo haces tu también?”.Pues quien te lo haya dicho está usando un arabismo. Con fulanito o fulano nos referimos a alguien cuyo nombre no conocemos o al que no queremos nombrar, y viene de fulān.
Lo de mengano y zutano son inventos posteriores del castellano.
Hazaña. Cuando alguien hace algo heroico o ilustre decimos que ha hecho una hazaña (ḥasanah), aunque originalmente se refería a una buena acción.
Joroba. La que tiene el famoso campanero de Notre Dame o lo que tienen los camellos, esa protuberancia en la espalda que también puede ser esa cosa que nos fastidia y nos joroba (ḥadabah).
Mohíno. Es el primer lunes después de unas vacaciones espectaculares y te toca ir a trabajar. Es posible que lo hagas triste, melancólico o disgustado, en definitiva, mohíno (mahīn). En el árabe original significaba “ofendido, vilependiado”. Los lunes en esa época debían ser terribles.
También se usa mucho para referirse a un caballo o res que tiene el pelo y el hocico muy negros.
Sorbete. Helado, flash, hielito, chupichupi… Según de donde seas, usarás distintas palabras para referirte a sorbete (Šarbah), ese delicioso postre congelado hecho con agua o leche y con distintos sabores, con barquillo o en palito. Así que estarás usando un arabismo. O mejor aún… ¡Comiéndolo!
Tamarindo. Cada vez que cantas esa canción que Celia Cruz hizo famosa, la de “pulpa de tamarindo, ¡dilo otra vez! Pulpa de tamarindo, ¡sabroso”, también estás diciendo un arabismo. Resulta que este fruto del que sale un jugo delicioso es originario de Asia y su nombre viene del árabe tamr hindī, literalmente “dátil índico”.
Titiritero. Esa persona que maneja las marionetas, o títeres debe su nombre a una expresión muy curiosa del árabe, que es tiríd tirí y significa “¿quieres venir?”.
Zafio. Ese grosero que ni los buenos días da, ese sin modales algunos, ese es un zafio. El origen está en la expresión falláḥ ṣáfi, que significa’mero labrador’.
Zaino. Primo hermano del fulano, que es un zafio, es el mengano, que es un falso y un traidor; es decir, un zaino. Un ser desagradable, antipático e indigesto, que es precisamente lo que significa originalmente el vocablo zahím.
Aunque también zaíno puede referirse a un caballo o yegua de color castaño oscuro o a una res que es absolutamente negra.
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