La formación y el desarrollo de un embrión, hasta el nacimiento, es sin lugar a dudas uno de los procesos más complejos y fascinantes en biología.
Al fin y al cabo, conforman la base de la propia vida como individuo.
La Teoría Celular establece que la unidad básica de la vida es la célula, que toda célula procede de otra célula y que todos los organismos están formados por una o más células.
Para hacernos una idea, en el cuerpo de una persona hay aproximadamente 30 billones de células, todas ellas procedentes de la fusión inicial de un óvulo y un espermatozoide, y que comparten hábitat en minoría con unos 40 billones de bacterias.
Asombroso.
Haciendo un repaso a lo que nos contaban en los libros de texto escolares sobre la biología de la reproducción, en nuestra especie es necesaria la unión de dos gametos, un óvulo y un espermatozoide, para que comience la formación del nuevo individuo.
La fusión de ambos gametos da lugar al denominado cigoto, en el que se llevan a cabo multitud de procesos bioquímicos, moleculares y genéticos para un correcto desarrollo embrionario.
Es en el cigoto donde se establece la identidad única de cada embrión que, desde el punto de vista molecular, viene determinada por su genoma.
Ese genoma se organiza en cromosomas, “paquetes” de ADN muy dinámicos.
Concretamente, cada célula de nuestro organismo contiene 23 pares de cromosomas y, de cada par, hemos heredado un cromosoma materno y otro paterno.
Para que sea así, es preciso que las células precursoras de los gametos, tanto del óvulo como del espermatozoide, sufran un proceso de división particular denominado meiosis.
La meiosis implica que los cromosomas deben separarse, de modo que cada gameto listo para la fecundación solo contiene 23 cromosomas que, además, portan información recombinada que procede de ambos progenitores.
Así, tras la unión del óvulo y del espermatozoide, el cigoto contiene 46s cromosomas con información común entre individuos, y también única en cada persona.
El desarrollo del embrión comienza con la división de cigoto, cuyas células se van especializando en las sucesivas escisiones para dar lugar tanto a la placenta como a los tejidos, los órganos y los sistemas que forman nuestro organismo.
Regidos, eso sí, por las leyes que determinan nuestra constitución, que van impresas en el genoma.
Así es por regla general.
Pero excepcionalmente, en tres de cada mil embarazos y durante las primeras fases del desarrollo, el embrión se escinde en dos y se gestan los denominados gemelos monocigóticos.
Dado que comparten el 100% del material genético se les considera idénticos.
Por eso siempre son del mismo sexo y casi indistinguibles uno de otro en su aspecto físico.
Otras veces, con una frecuencia aproximada de uno de cada cien partos por fecundación natural, dos óvulos diferentes son fecundados por dos espermatozoides distintos, y se gestan los denominados gemelos dicigóticos, a los que también llamamos mellizos.
Estos hermanos, aunque nacen en el mismo parto, comparten su genoma en aproximadamente un 50%, tal y como lo harían con cualesquier otro hermano nacido de los mismos progenitores en diferentes partos.
Así pues, parte de su genoma coincide, al proceder de la misma madre y padre biológicos, y parte difiere por la separación y recombinación de los cromosomas en la meiosis antes comentada.
Y como dos hermanos cualesquiera, los mellizos pueden ser de distinto sexo.
A pesar de que lo normal es que solo uno de cada cien embarazos naturales sea de mellizos, en España, por ejemplo, el número de nacimientos de este tipo de gemelos alcanza el 4%, debido al frecuente uso de las técnicas de reproducción asistida.
Para intentar asegurar la implantación y el éxito de embarazo con estas técnicas, en algunos casos se transfieren dos embriones en sus estados iniciales del desarrollo. Y claro, a veces ambos implantan y llegan a buen término.
Lo que sí es una rareza en toda regla es que un único óvulo sea fecundado por dos espermatozoides diferentes a la vez.
Se conocen solo dos casos en todo el mundo y el resultado son los denominados gemelos sesquizigóticos.
Este tercer tipo de gemelos comparten un 100% del genoma materno y entre el 50 y el 100% del genoma paterno.
O sea, que no son ni gemelos idénticos ni mellizos, pero en cierto modo son más gemelos que mellizos.
El primer caso se conoció en el año 2007 cuando, tras el nacimiento de hermanos aparentemente monocigóticos, se observó que uno de ellos era hermafrodita.
En el segundo caso, publicado en febrero del pasado año, los gemelos nacieron con diferente sexo aparente, chico y chica.
En ambos se detectó que algunas de sus células mostraban cromosomas sexuales tipo masculino (XY) y otras femenino (XX), con diferente proporción según el gemelo.
De ahí su sexo externo no ambiguo.
La causa de que el nacimiento de gemelos sesquizigóticos sea tan poco frecuente se debe a que, normalmente, si un óvulo es fecundado por dos espermatozoides, el cigoto es descartado de modo natural cuando comienza su desarrollo.
Dicho de otro modo, suele producirse un aborto espontáneo.
Como caso curioso (y atípico también) de otro fenómeno conocido como fecundación múltiple se encuentra el de un padre que solicitó la prueba de paternidad de los mellizos que dio a luz su mujer.
Tras la prueba se detectó que él era padre de uno solo de ellos y, la madre, de los dos.
Es lo que se conoce como superfecundación heteroparental, y se produjo porque la madre mantuvo relaciones con diferentes hombres fértiles en un periodo muy corto de tiempo.
*Francisco José Esteban Ruiz es profesor titular de Biología Celular, Universidad de Jaén.
**Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Haz clic aquí para leer la versión original.
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