Así es como muchos de los habitantes de Martinica ven la historia de esta isla de ultramar francesa en el Caribe que para los turistas evoca sol, ron y playas con palmeras.
“Primero nos esclavizaron y luego nos envenenaron”.
Así es como muchos de los habitantes de Martinica ven la historia de esta isla de ultramar francesa en el Caribe que para los turistas evoca sol, ron y playas con palmeras.
La esclavitud fue abolida en 1848, pero hoy los isleños son víctimas de un pesticida tóxico llamado clordecona que ha envenenado los suelos y el agua y se vincula a una alta e inusual incidencia de cáncer de próstata.
“Nunca nos dijeron que fuera peligroso”, dice Ambroise Bertin, residente de la isla.
“Así que la gente trabajaba porque querían dinero. No nos dijeron qué era, ni que no era bueno. Por eso muchos se envenenaron”.
La clordecona es un químico en forma de polvo blanco que los trabajadores de las plantaciones de banano de la isla ponían debajo de la fruta para protegerla de los insectos.
Bertin completó ese trabajo muchos años. Luego sufrió cáncer de próstata, una enfermedad que es más común en Martinica y Guadalupe, otra isla de ultramar francesa, que en cualquier otra parte del mundo.
Y los científicos culpan a la clordecona, que continuó usándose en las Antillas francesas mucho después de conocerse sus efectos nocivos.
“Nos solían decir que no bebiéramos o comiéramos nada cuando lo echábamos”, recuerda Bertin, ahora de 70 años.
Esa fue la única pista que recibieron él y otros trabajadores en las plantaciones de banano de Martinica durante los años 70, 80 y comienzos de los 90. A muy pocos o ninguno se les recomendó usar máscaras o guantes.
Ahora muchos sufren cáncer y otras enfermedades.
Clordecona es un interruptor endocrino y afecta al sistema hormonal.
El profesor Luc Multigner, de la Universidad de Rennes en Francia, dice que estudios epidemiológicos han demostrado un mayor riesgo de nacimientos prematuros y de desarrollo cerebral adverso en los niños expuestos a niveles similares a los que enfrentan las personas en Martinica y Guadalupe como resultado del consumo de alimentos contaminados.
“Hay suficientes datos toxicológicos y experimentales para concluir que la clordecona es cancerígena”, añade el experto.
De acuerdo a un estudio detallado de Multigner y su equipo conducido en Guadalupe en 2010, estiman que la clordecona es responsable de alrededor del 5-10% de los casos de cáncer de próstata en las Antillas francesas.
Eso se traduce entre 50 y 100 nuevos casos por año de un total de 800.000 habitantes.
La clordecona se queda en el suelo por décadas, posiblemente siglos. Más de 20 años desde que se descontinuara el químico, mucha parte de la tierra no puede usarse para cultivar vegetales, aunque las bananas y frutos de árboles son seguros.
Los ríos y litorales también están contaminados, lo que significa que muchos pescadores no pueden trabajar.
Y un 92% de martiniqueses tienen trazas de clordecona en la sangre.
“Tratas de llevar una vida sana para quizás limitar los efectos del veneno. Pero no estás seguro“, dice la historiadora Valy Edmond-Mariette, de 31 años.
“Mis amigos y yo nos preguntamos si realmente queremos hijos. Si les damos leche materna, quizás tendrán clordecona en su sangre”, añade.
En Estados Unidos se detuvo la producción de clordecona en 1975, después de que los trabajadores de una fábrica en Virginia se quejaran de temblores incontrolables, visión borrosa y problemas sexuales.
En 1979, la Organización Mundial de la Salud clasificó a este pesticida como potencialmente cancerígeno.
Pero en 1981 las autoridades francesas autorizaron el uso de clordecona en las plantaciones de banano de las Antillas francesas.
Incluso cuando fue vetada en 1990, diversos lobbies productores consiguieron permiso para continuar usando reservas hasta 1993.
Por eso, para muchos martiniqueses, la clordecona genera memorias históricas dolorosas.
“Muchos hablan de la clordecona como una nueva especie de esclavitud”, dice Edmond-Mariette, cuyos ancestros fueron esclavizados.
Durante dos siglos, hasta 1848, Martinica era una colonia dependiente delazúcar producido por esclavos.
A fines del siglo XX, algunos de esos grandes productores de banano que continuaban usando clordecona eran descendientes directos de los exportadores esclavistas de azúcar, una pequeña minoría blanca conocida como los békés.
“Son el mismo grupo que domina incontestablemente la tierra”, dice Guilaine Sabine, activista contra el uso de la clordecona y sus efectos.
Además de hacer campaña para que se realicen análisis de sangre a todos en la isla, el grupo activista de Sabine también participó en una nueva ola de protestas contra los negocios a los que ellos responsabilizan de la producción y uso de pesticidas tóxicos.
Las manifestaciones fueron pequeñas y algunos protestantes fueron procesados por violencia contra la policía, pero reflejan un enojo mayor sobre el lento ritmo con el que Francia responde ante la catástrofe de la clordecona.
No fue hasta 2018, tras más de 10 años de campaña de políticos caribeños franceses, que el presidente Emmanuel Macron aceptó la responsabilidad del Estado en el “escándalo medioambiental”.
Macron dijo que Francia había sufrido “una ceguera colectiva”.
Ahora, una ley pretende crear un fondo de compensación para agricultores. Pero las indemnizaciones no han comenzado.
Martinica es una parte integral de Francia, pero uno de los parlamentarios de la isla, Serge Letchimy, dice que al Estado nunca le habría tomado tantos años reaccionar si hubiera habido contaminación en la misma escala en Bretaña, por ejemplo, o en cualquier otro lugar de Europa.
“El problema es cómo se tratan los territorios de ultramar. Hay desprecio, distancia, condescendencia, falta de respeto”.
El profesor Multigner dice que los documentos originales del organismo que autorizó el uso del pesticida en 1981 han desaparecido por razones desconocidas, lo que dificulta investigar cómo se tomó la decisión.
Pero el representante del Estado en Martinica, el prefecto Stanislas Cazelles, insiste en que no hubo discriminación contra los isleños.
“La República está del lado de los oprimidos, de los más débiles aquí, como en la parte europea de Francia”, dice.
El Estado trabaja para descontaminar la tierra (algunos científicos creen que la clordecona puede potencialmente biodegradarse con bastante rapidez) y garantizar que no haya rastros del pesticida en la cadena alimentaria.
Y el prefecto espera que la comisión independiente que juzgará los reclamos de compensación generalmente fallará a favor de los ex trabajadores agrícolas que dicen ser víctimas del pesticida.
Bertin, quien trabajó con clordecona durante tantos años, se sometió a una operación para extirpar su cáncer en 2015. Aún sufre de enfermedad de la tiroides y otros problemas que pueden estar relacionados con los efectos de la clordecona sobre las hormonas.
Edmond-Marrett tuvo cáncer de sangre cuando solo tenía 25 años. Su médico no cree que se deba a la clordecona. Pero Valy dice que nadie puede estar seguro.
Preocuparse por los efectos del pesticida, dice, puede ser agotador.
“Pero al final, no puedes controlar todo. Tienes que admitir que, hasta cierto punto, estás envenenado, así que simplemente lidias con eso“, concluye.