En Polonia, decenas de pequeños pueblos se han declarado libres de "ideología LGBT".
Y las personas homosexuales que viven en estas áreas tienen pocas opciones: emigrar, esconderse o luchar.
La hostilidad de los políticos hacia los derechos de los homosexuales ha alcanzado su punto más álgido y enfrenta a la derecha religiosa con los polacos de mentalidad más liberal.
El editor de revistas Tomasz Sakiewicz me lleva a su oficina de Varsovia.
Para mi sorpresa, me toma la mano, que acabo de frotar con el gel desinfectante reglamentario, y la besa como un noble polaco del siglo XVIII.
Luego me pasa una pegatina que venía gratis con su revista, el semanario de derecha Gazeta Polska.
Muestra una bandera de arco iris con una cruz negra que la atraviesa.
“Repartimos 70.000 de éstas”, dice Sakiewicz.
“Y la gente nos felicitó porque los polacos amamos la libertad“.
Unas 100 ciudades y regiones de Polonia, casi un tercio del país, han aprobado resoluciones en las que se declaran libres de la “ideología LGBT”.
Estas resoluciones son esencialmente simbólicas e inaplicables, pero proporcionan nueva munición en la guerra cultural cada vez más encarnizada de Polonia.
Sakiewicz me dice que la gente debería poder tener sexo con quien quiera y se jacta de que, en algunos aspectos, Polonia es progresista.
El país despenalizó la homosexualidad en 1932, décadas antes que la mayoría de los países europeos.
Sin embargo, está en contra de lo que describe como la “agresiva ideología que promueve la homosexualidad”.
La lucha por los derechos de los homosexuales es un concepto extranjero importado de Estados Unidos y Europa Occidental, agrega, y amenaza a la familia heterosexual tradicional polaca.
Sakiewicz, que tiene 50 años, creció en una Polonia controlada por la Unión Soviética cuando el gobierno le decía a la gente cómo pensar, rechazaba la influencia de la Iglesia y no toleraba la disidencia.
Curiosamente, ahora acusa a los activistas LGBT de comportarse de la misma manera.
“Los comunistas solían ondear la bandera roja y decían a la gente que estaban luchando por los pobres, por los trabajadores, por los campesinos”, dice.
“Ahora estos activistas sostienen la bandera del arcoíris y dicen que están luchando por las minorías sexuales. No era cierto ni es cierto. Y como nosotros vivimos los tiempos comunistas, tenemos el deber de decirles a los demás lo peligrosas que pueden ser esas ideas”.
Por descabelladas que puedan parecer las ideas de Sakiewicz, los políticos de alto nivel y las figuras de la influyente Iglesia católica de Polonia se hacen eco de ellas.
En un discurso de campaña cuando se presentó a la reelección, el presidente Andrzej Duda calificó la promoción de los derechos LGBT como una ideología “incluso más destructiva” que el comunismo.
El arzobispo de Cracovia advirtió recientemente sobre la “plaga” neomarxista “de las banderas arco iris”.
Con la homofobia permitida por el Estado y unos medios de comunicación en gran parte hostiles, los homosexuales polacos corren el riesgo de ser empujados de nuevo al armario, especialmente en las ciudades pequeñas.
Swidnik, un par de horas al sureste de Varsovia, fue el primer municipio en adoptar una resolución contra la “ideología LGBT”.
Cuando llegué a esta población un sábado por la mañana, media docena de activistas homosexuales estaban en la plaza principal repartiendo folletos.
También pegatinas con el lema de “Love is Love” (el amor es amor) y donas con chispas multicolores.
Su portavoz, Bart Staszewski, organizó lo que llamó una gira queer por el este de Polonia para mostrarle a la gente que los homosexuales son “ciudadanos normales”.
Agrega: “Estamos desmontando el mitos del arcoíris. No somos agresivos. Nuestros globos no son provocativos, nuestras banderas no son provocativas. ¡Nuestras donas no son provocativas!”.
Pero al otro lado de la calle, me encuentro un grupo de unos 30 jóvenes gritando casi roncos: “Swidnik libre de propaganda del arco iris”.
Con sus voces tratan de ahogar el sonido de la alegre música pop que sale de los altavoces de los activistas de los derechos de los homosexuales.
Un hombre, con la cabeza rapada, me dice que no le gusta el mensaje del grupo LGBT.
“No quieren encajar en nuestra sociedad”, dice.
“Y no los queremos en esta ciudad”.
“Están debilitando a la nación”, dice otro.
“Y ese es el objetivo de los enemigos de Polonia. La guerra ya no se trata de tanques y misiles. Se destruye un país creando el caos. Y eso es lo que estos gays están tratando de hacer”.
Entre los dos grupos, hay una larga fila de policías antidisturbios, todos con cascos y chalecos antibalas y sudando bajo el ardiente sol.
“Para ser honesto, me alegro de que la policía esté aquí”, dice Staszewski.
“Nos sentimos mucho más seguros”
Añade que muchos polacos homosexuales, lesbianas, bisexuales y transgénero han emigrado recientemente para escapar de la persecución.
En Tuchow, una ciudad de 6.500 habitantes fundada en la época medieval, que también se declaró libre de “ideología LGBT”, conocí a un adolescente gay en un parque local.
Filip, que no es su nombre real, se mudó a la localidad desde una gran ciudad, a la que se le presupone una mentalidad más liberal.
Sus padres no tienen ningún problema con su sexualidad.
Y Filip tampoco ha temido nunca por su seguridad en Tuchow.
Aún así, eso no significa que sea fácil ser gay en esta parte de Polonia, 100 km al este de Cracovia.
“Una vez, cuando mi novio y yo estábamos tomados de la mano”, dice, “escuchamos a algunas personas gritándonos”.
Los homosexuales en Tuchow, agrega, solo pueden vivir en paz permaneciendo “invisibles”.
Si no ha sufrido ninguna mala experiencia es porque es “un poco nerd”, dice, y se pasa gran parte de su tiempo jugando videojuegos frente a su computadora.
En la misa dominical en el magnífico santuario barroco de la Santísima Virgen María, en una colina que domina Tuchow, me encuentro con Grazyna Karas.
Grazyna Kara es un pilar de su comunidad: recauda fondos para buenas causas y dirige una línea directa y un servicio de asesoramiento para los jóvenes locales.
Más tarde, ya en su casa tomando un café, me dice que respalda plenamente la resolución de la ciudad sobre la “ideología LGBT”.
También le preocupa lo que considera la influencia perniciosa de las directrices de la Organización Mundial de la Salud sobre educación sexual.
Los problemas de adicción en Tuchow, dice, son desenfrenados.
Pero no es la bebida o las drogas lo que más le preocupa, es internet y la masturbación.
“Nuestros jóvenes están aterrorizados por hacerlo y quieren dejar de hacerlo”, dice.
“Pero no pueden, no saben qué hacer. Así que los remito a un sexólogo en una clínica de la Iglesia“.
En este punto, su esposo Kazimierz interrumpe para decirnos que la homosexualidad es una enfermedad que se puede tratar.
“Pero requiere buena voluntad”, dice.
“No es como si estuvieras acabado y tengas que ser homosexual para el resto de tu vida. Se puede hacer algo al respecto”.
Él recomienda un libro de autoayuda estadounidense llamado “Coming Out Straight”.
Con la tasa de natalidad de Polonia en su nivel más bajo desde la Segunda Guerra Mundial, Karas también está preocupada por la demografía.
“Las uniones homosexuales no garantizan el aumento de la población en nuestra patria”, me dice.
Durante su campaña de reelección en junio, el presidente Duda firmó una “Carta de la familia”, que incluía compromisos para evitar que las parejas homosexuales se casaran o adoptaran hijos y prohibir la enseñanza sobre temas LGBT en las escuelas.
Grzegorz Niemiec, un monaguillo local convertido en concejal y que votó a favor de la Resolución contra la “ideología LGBT”, dice que también le preocupaba la educación sexual y quería que los niños crecieran en “familias normales”.
Dijo que nadie en el consejo de Tuchow estaba en contra de la resolución, aunque tres se abstuvieron de votar.
Pero en agosto, el Comisionado de Igualdad de la Unión Europea dictaminó que iba en contra de los valores de la UE y los derechos humanos fundamentales.
Luego vino un castigo poco común: Tuchow y otras cinco ciudades fueron despojadas de los fondos para sus programas de hermanamiento de ciudades europeas.
Niemiec dice que estaba “muy sorprendido” por la decisión, pero que está contento de que el ministro de Justicia polaco haya compensado a Tuchow con un cheque que vale tres veces más.
“La Unión Europea va a tener que escuchar a nuestro gobierno”, dice.
“Polonia se está levantando y ya no podemos estar bajo el control de los alemanes o los franceses”.
Pero la semana pasada, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, se mostró intransigente.
“Ser uno mismo no es ideología”, dijo aplaudida por los eurodiputados en el parlamento europeo en Bruselas.
“Es tu identidad”, dijo.
“Así que quiero ser muy clara: las zonas libres de LGBTQI son zonas libres de humanidad. Y no tienen lugar en nuestra unión”.
De vuelta en el ayuntamiento de Tuchow, la alcaldesa Magdalena Marszałek me dice que su papel no ejecutivo le impidió votar en el tema de la resolución LGBT.
Pero me dice que no está en contra de los homosexuales y que se horrorizó cuando recibió correos de odio de todo el mundo.
En respuesta publicó una larga declaración en Facebook en la que se queja de que Tuchow se ha convertido en un peón en los juegos de otras personas.
“Quiero que nuestra gente aquí comprenda que esto no se trata de nosotros, nuestra vida, nuestras ceremonias. Más bien es que todos, los partidos políticos, la Unión Europea y las organizaciones LGBT, están usando Tuchow para perseguir sus propios intereses“, dice.
Algunos políticos polacos han defendido los derechos de los homosexuales.
En la ceremonia de juramentación del presidente Duda, 10 diputadas lucieron colores brillantes y máscaras de arcoíris.
Algunos incluso sostuvieron copias de la constitución para mostrar que creen que el presidente ha violado las protecciones legales del país.
Pero varios activistas homosexuales se sienten defraudados por los políticos liberales que no han tomado medidas concretas.
Dicen que ya no tiene sentido hacer una campaña pacífica contra la homofobia.
En lo que respecta a Małgorzata Szutowicz, una activista no binaria generalmente conocida como Margot, se acabó el tiempo de repartir pegatinas y donas con una sonrisa.
Nacida como Michal, Margot fundó Stop Bzdurom, que significa “Paremos la tontería”, un colectivo radical, feminista y queer.
En junio, algunos de ellos tuvieron un altercado con el conductor de un autobús que pertenecía a una organización llamada Fundacja Pro, conocida por hacer campaña contra el aborto.
Ahora, esa organización benéfica conservadora envía regularmente a las ciudades polacas vehículos con altavoces con un mensaje que combina la homosexualidad y la educación sexual con la pedofilia.
“No queremos que nuestros hijos cuestionen su identidad”, dice su portavoz Anna Szczerbata
“Queremos que crezcan de forma sana y feliz y que nadie abuse de ellos”.
“Básicamente, el mensaje que han estado transmitiendo a través de esos altavoces es que los homosexuales violan a los niños“, dice Margot, que acaba de salir de prisión.
Después de una protesta internacional, está en libertad bajo fianza, pero aún tiene que enfrentarse a una sentencia de siete años si es declarada culpable de agresión y daños criminales.
Margot afirma que solo trató de evitar que el conductor del camión los filmara con su teléfono.
“Ojalá pudiera haberlo golpeado, pero era tres o cuatro veces más grande que yo”, se ríe.
“Quiero mostrarle a mi comunidad que ya no tenemos que vivir con miedo“, agrega.
“Durante años hemos estado pidiendo disposiciones mínimas y legislación que nos proteja, si no de la discriminación, al menos de la violencia física”.
Cuando le pregunto si ella misma aboga por el uso de la violencia, su estado de ánimo cambia y responde con una serie de improperios.
“Las personas que no han vivido la vida de la comunidad LGBT en este país no deberían juzgarnos“, dice enojada.
“Y nadie debería sorprenderse si finalmente nos vemos obligados a tomarnos la justicia por nuestras manos”.
Pero los ultraconservadores también están dispuestos a la pelea.
Una organización de extrema derecha llamada All Polish Youth se ha comprometido a “acabar con la escoria del arco iris”, furiosa porque se han colgado banderas multicolores en las estatuas de Jesús y la Virgen María.
“Acabo de leer una publicación en Twitter que dice que uno de los activistas homosexuales ha dicho que el tiempo de la lucha pacífica ha terminado“, dice Mateusz Marzoch protestando frente a la universidad de Varsovia.
“Bueno, necesitan saber que si se quitan los guantes, nuestro lado no correrá a esconderse. Nos enfrentaremos a ellos. Y va a doler“.