Gracias a la más que probable cuarta reelección de Daniel Ortega como presidente de Nicaragua, también continuará en el poder del país una mujer a la que el mismo mandatario califica de "copresidenta".
Se trata de su esposa Rosario Murillo, quien será vicepresidenta por segunda ocasión y que en los últimos años vio aumentada su influencia en el gobierno hasta el punto de que muchos dudan de si es ella realmente la que toma las decisiones más cruciales.
El propio Ortega no escatima a la hora de reconocer su importancia. “Aquí tenemos dos presidentes porque respetamos el principio de 50-50, aquí tenemos una copresidencia con la compañera Rosario”, dijo a finales de octubre pese a que dicho cargo no existe en Nicaragua.
Siempre junto a él en sus discursos y apariciones públicas, Murillo se ha convertido en una figura tan poderosa como polémica, especialmente a raíz de su papel durante las protestas ciudadanas de 2018.
Con 70 años, Murillo es una mujer menuda fácilmente reconocible por su ropa de colores chillones, sus anillos y pulseras que suelen ir combinados con mensajes relacionados con “el amor” y la paz.
Compañera incondicional de Ortega durante décadas, “la Chayo” -como popularmente se la conoce- es mucho más que su asesora: es un elemento fundamental en la toma de decisiones de Nicaragua.
Y así lo seguirá siendo, al menos, durante los próximos cinco años.
Pero el hecho de que haya pocas decisiones importantes que se tomen sin la aprobación de Murillo no quiere decir que Ortega le haya cedido el poder sino que, de algún modo, complementan sus funciones en un tándem casi perfecto.
“La parte estratégica de la conducción del gobierno la lleva Ortega, mientras que la aplicación cotidiana y práctica de esas decisiones estratégicas las lleva Rosario. Ortega siempre ha tenido esa posición definida en cuanto a lo estratégico y lo práctico”, le dice a BBC Mundo el historiador sandinista Aldo Díaz Lacayo.
Según Fabián Medina, autor de la biografía no autorizada de Ortega “El preso 198”, Murillo es como la mano ejecutiva de un binomio que se complementa a la perfección.
“Murillo es más extrovertida, más impetuosa, más colérica e impulsiva. Ortega es más retirado e introvertido”, dice el periodista nicaragüense.
“Pero ella es diferente. No le gusta que le contradigan, toma sus decisiones y es vengativa, rencorosa y muy enérgica, trabaja todo el tiempo”.
Por eso, una de las preguntas en el aire es saber si Murillo acabará siendo la sucesora natural de Ortega al frente del gobierno, tal y como podría esperarse.
Sin embargo, la actual vicepresidenta no goza de los mismos apoyos que su marido.
Según Medina, “Murillo genera muchos anticuerpos dentro de la vieja guardia del Frente Sandinista, que podría sufrir una especie de guerra interna” si fuera nombrada como candidata a presidenta, “lo que es una aspiración aparente de ella”.
Pero según analistas, el mayor freno a sus intenciones presidenciales llegó en abril de 2018, cuando varias fuentes la señalaron como la persona que dirigió la represión contra las protestas ciudadanas que dejaron más de 300 muertos y por las que Estados Unidos le impuso sanciones.
En mayo de aquel año, Murillo acudió con Ortega a un tenso encuentro con grupos de la oposición como parte del diálogo nacional organizado para tratar de salir de la crisis.
“Nosotros fuimos a ese teatro llamado diálogo nacional. No sé cómo (Ortega) lo hizo. Yo realmente quería salir (…). En medio de las más duras circunstancias él tiene esta paciencia, esta serenidad, esta prudencia (que) yo no tengo. Tengo que confesarlo (…). No soy paciente”, dijo un año después en entrevista con el portal estadounidense The Grayzone.
Ortega y Murillo se conocieron a finales de los años 70, cuando él se había autoexiliado en Costa Rica por su participación en el movimiento sandinista que en julio de 1979 sacó a la dinastía de los Somoza del poder tras una guerra civil de dos años.
Ya luego, como líder de la junta de lo que se denominó como “Gobierno de reconstrucción nacional”, Ortega comenzó una serie de giras internacionales en búsqueda de apoyo externo a la joven revolución nicaragüense.
Y Murillo siempre estaba a su lado. Muchos años después, en 2005, se casaron por la iglesia.
Pero “la Chayo” era y es mucho más que una primera dama. De hecho, nunca le gustó el apelativo.
Tenía a su favor ser hija de Zoilamérica Zambrana Sandino, sobrinanieta de Augusto Sandino, el héroe nacional de Nicaragua e inspirador del movimiento revolucionario sandinista.
Por esa época se perfilaba como poetisa y una de las principales representantes femeninas de las letras nicaragüenses. Según ella misma contó, comenzó a escribir como una necesidad de expresión, tras la muerte de su primer hijo en un terremoto en 1973.
Durante la primera presidencia de Ortega, entre 1985 y 1990, Murillo aprovechó su posición para que la cultura tuviera un espacio trascendental en el plan de gobierno de Ortega.
Sin embargo, su influencia no era entonces ni remotamente parecida a la de ahora.
“En los años 80 estuvo bastante ignorada. Fue una figura menor y Ortega no la tomaba mucho en cuenta”, asegura Fabián Medina.
Durante la campaña por la reelección en 1990, de hecho, los asesores le recomendaron al mandatario mantener a su mujer con un bajo perfil por su imagen extravagante.
Finalmente el Frente Sandinista de Liberación Nacional no salió reelegido ni Murillo logró un puesto en la Asamblea Nacional. Se avecinaba una década desde la vereda de la oposición.
Para Medina, hay tres eventos que marcan “el acercamiento o control” que tomó Murillo sobre Ortega.
El primero fue esa derrota electoral de 1990. Murillo le dijo con antelación que perdería la elección y que personas cercanas a él como Sergio Ramírez o Carlos Fernando Chamorro “le acabarían traicionando”.
El segundo fue cuando, tras detectarle en 1994 que había sufrido dos infartos silenciosos, Murillo toma el control de su medicación y su dieta. “Ella es más tirada a la cuestión vegetariana, mientras que Ortega es más de comida desordenada y grasosa”, cuenta Medina.
Pero el evento clave para estrechar la relación de ambos ocurrió en 1998, cuando Zoilamérica Narváez, hija de Murillo de otra relación anterior a Ortega, acusó a su padrastro de haberla violado en repetidas ocasiones.
“Les digo con toda franqueza, me ha avergonzado terriblemente que a una persona con un currículo intachable se le pretendiera destruir; y (que) fuese mi propia hija la que por esa obsesión y ese enamoramiento enfermizo con el poder quisiera destruirla cuando no vio satisfecha su ambición”, aseguró Murillo tras el escándalo, desestimando completamente la acusación de su propia hija.
A pesar de que el tema se judicializó, no prosperó ya que la jueza a cargo lo desestimó porque el delito estaba prescrito y Ortega gozaba de inmunidad como expresidente.
“Con la denuncia por violación de Zoilamérica, Rosario interviene respaldando a Ortega, lo que le da un enorme poder frente a Daniel, además de una gran cuenta por cobrar. Es una factura carísima para Ortega”, aseguró hace unos años Dora María Téllez, conocida comandante de la revolución sandinista y después opositora a Ortega que fue arrestada semanas antes de estas elecciones de 2021.
A partir del segundo mandato presidencial de Ortega que se inició en 2007, su mujer se renovó políticamente y pasó a transformarse en la voz y rostro del gobierno de Ortega.
Como líder del Consejo de Comunicación y Poder Ciudadano, quiso darle otra cara a la imagen de Nicaragua y rediseñó las imágenes oficiales, desde los colores de las flores de los actos públicos hasta el escudo nacional, con colores vivos tras su acercamiento a una filosofía New Age.
Incluso instaló en la principal avenida de Managua una serie de “árboles de la vida” para transmitir buena energía.
“Toda Nicaragua tiene el sello de Murillo con esos colores un poco psicodélicos, con símbolos esotéricos por todos lados”, dice Medina.
“Eso es parte de la tradición sandinista, es herencia directa del general Sandino quien le daba mucho peso a la espiritualidad, demasiado peso, creo yo”, opina el el historiador sandinista Aldo Díaz Lacayo restándole importancia.
Cada mediodía, Murillo ofrece discursos diarios a través de medios oficialistas en los que es presentada como la “compañera”.
Sus intervenciones son bastante eclécticas: lo mismo puede hacer público un informe sobre el clima que increpar a ministros y autoridades públicas.
En lo que coinciden tanto seguidores como críticos es que Murillo es el rostro y la voz del gobierno de su marido, labor a la que dedica un sinfín de horas.
“Lo más importante de Rosario es su calidad de organizadora, de trabajadora incansable, no se puede negar que Rosario trabaja 24 horas al día”, analiza Díaz Lacayo.
El premio a esa dedicación llegó en la campaña de 2016, cuando Murillo fue presentada como candidata a vicepresidenta. Ello le valió denuncias de la oposición, que tacharon la maniobra de nepotismo.
En sus cinco años en el cargo enfrentó duras críticas. En 2018, EE.UU. impuso sanciones contra ella acusándola de corrupción y graves abusos contra los derechos humanos por su rol durante las protestas ciudadanas. El gobierno nicaragüense rechazó las acusaciones al considerarlas “injerencias” externas.
Más recientemente, fue también muy cuestionada su postura al inicio de la pandemia. Pese a que ya se conocían las recomendaciones sanitarias internacionales de evitar multitudes, en Nicaragua se convocó una marcha ciudadana llamada “Amor en tiempos del covid-19”.
“Porque es el mundo entero el que está enfrentando la pandemia del covid-19, ‘Amor en tiempos del covid-19’, unidos en barrios, comarcas y comunidades para cuidarnos juntos”, dijo Murillo al anunciar la marcha.
Por su influencia cada vez mayor en el Ejecutivo, no sorprendió que Murillo se presentara de nuevo como candidata a vicepresidenta en estas elecciones.
Sin embargo, muchos en el país pensaron que quizá podría incluso dar el salto hasta la presidencia en estos comicios. Pero eso, de momento, tendrá que esperar.