Tutankamón. Encontrar hoy a alguien que no haya escuchado este nombre o que no sepa de quién se trata es una tarea difícil.
Sin embargo, esto no siempre fue así. Hace apenas un siglo el faraón era un gran desconocido, pero todo ello comenzó a cambiar a partir del 4 de noviembre de 1922, gracias a la tozudez y tenacidad de uno de los pocos que sabían de su existencia: el arqueólogo británico Howard Carter.
Ese día un golpe de suerte recompensó la obstinación de Carter, quien había pasado los cinco años anteriores excavando en el Valle de los Reyes, sin hallar nada realmente relevante. Uno de los niños que repartía agua a los trabajadores de su expedición se tropezó con una inusual piedra.
El chico le informó a su patrón y éste comenzó a limpiar el terreno y se percató de que la piedra en cuestión en realidad era el peldaño de una escalera cortada en el lecho de la roca. Al despejar la tierra acumulada durante siglos se encontró con una puerta de barro estampada con sellos ovalados y jeroglíficos.
“¿Ve algo?”, le preguntó a Carter el conde de Carnarvon, George Hebert, quien financió su aventura. “Veo cosas maravillosas”, replicó el explorador una vez que derribó la puerta y asomó su cabeza al sepulcro.
Pero quién fue Howard Carter, cuál fue la importancia de su hallazgo y se hizo o no con objetos del sepulcro del monarca egipcio. Con ayuda de expertos BBC Mundo intentará responder estas preguntas.
El hallazgo de la tumba de Tutankamón, repleta de tesoros, convirtió a Carter en el arqueólogo más famoso del mundo. Esto, a pesar de que no estudió esta disciplina.
“Carter no fue educado, es decir no fue a la universidad. Ni siquiera sabemos si acudió a la escuela secundaria. Lo que sabemos es que fue educado en su casa por sus padres, quienes eran artistas”, relata el egiptólogo estadounidense Bob Brier a BBC Mundo.
Carter nació el 9 de mayo de 1874 en el barrio londinense de Kensington y fue el menor de 11 hermanos. Debido a que fue un niño enfermizo pasó largas temporadas tanto en la casa familiar de la capital británica, como la que sus parientes maternos tenían en la localidad inglesa de Swaffham, en el centro de Inglaterra. De allí que su instrucción la asumieran sus progenitores, en particular su padre, Samuel John Carter, quien era un reputado pintor.
“Carter mismo fue un artista y fue así como se adentró en la arqueología”, asevera el catedrático de la Universidad neoyorquina de Long Island, quien acaba de publicar un libro sobre el descubrimiento de Carter (“Tutankamón y la tumba que cambió al mundo”).
“Siendo adolescente fue contratado para trabajar en una excavación, por sus dotes artísticas. Él copiaba las pinturas y los jeroglíficos de los templos y eventualmente se convirtió en un arqueólogo él mismo, incluso se llegó a ser inspector-jefe de antigüedades del Alto Egipto durante la administración colonial británica”, agregó.
Por su parte, la egiptóloga Daniela Rosenow considera que todos deberíamos estar agradecidos de que el británico fuera quien halló la tumba. ¿La razón? “Aprendió el oficio de los mejores egiptólogos de su época”, replicó.
Tras verse forzado a dimitir de su cargo debido a un incidente con unos turistas franceses y tener que sobrevivir vendiendo acuarelas de las ruinas faraónicas precisamente a personas como las que le costaron su puesto, Carter consiguió en 1914 permiso de las autoridades egipcias para excavar en el Valle de los Reyes.
Pese a que durante décadas otros investigadores habían removido toneladas de tierra y de rocas en la zona sin hallar nada, el británico creía que había por lo menos una tumba permanecía oculta.
Además de su instinto, Carter tenía algunas pistas. Sabía que en otras excavaciones se hallaron objetos con el nombre de Tutankamón, el cual no figuraba en casi ningún registro.
“Antes de Carter nadie sabía de Tutankamón. Tutankamón era un faraón menor, del que se tenía poca información. Nadie sabía quién era. Pero una vez que Carter halló su tumba se convirtió en el faraón más famoso del mundo. Carter no solo descubrió la tumba, sino a Tutankamón“, sentenció Brier.
Tutankamón apenas estuvo en el trono unos 10 años y falleció alrededor del 1372 antes de Cristo a los 19 años, pero además de la corta duración de su reinado era hijo del polémico Akenatón. Este monarca cambió la religión en Egipto y de adorar a varios dioses pasó solo uno: Atón, el dios Sol.
“El padre de Tutankamón fue el primer monoteísta en el mundo. Pero esto no agradó a los egipcios y cuando murió borraron su nombre de los registros, destruyeron su tumba y lo mismo le pasó a su hijo. Los sucesores de Tutakamón se dedicaron conscientemente a borrarlo de la historia y su tumba se olvidó”, explicó Brier.
El descubrimiento del sepulcro, el primero y único, hasta ahora, que ha sido hallado intacto, convirtió a Carter y al niño faraón en celebridades globales.
La noticia sobre los tesoros hallados en la tumba, en especial el sarcófago y la mascara mortuoria de oro macizo, corrió como la pólvora y desató un inusitado interés en la egiptología.
“Carter convirtió a Tutankamón en el egipcio más famoso del mundo. Todo el mundo quería leer sobre lo que encontraban en la tumba”, aseveró Brier, quien atribuyó esto al avance de las comunicaciones.
“El hecho de que los periódicos pudieran imprimir fotografías ayudó a la fiebre que se desató en esos años por Tutankamón”, remató.
Carter y su financista, el conde de Carnarvon, vendieron al diario londinense “The Times” la exclusividad de la historia por 4.000 libras esterlinas de la época (cerca de 2,4 millones de dólares de hoy).
Sin embargo, otros medios no dudaron en enviar corresponsales a Egipto para reportar sobre los hallazgos. Las excavaciones y labores de clasificación de los más de 5.000 objetos encontrados en la tumba se extendieron por diez años.
No obstante, Carter luego se arrepintió de esta decisión. Al menos así lo dejó entrever en sus diarios, donde se quejaba del flujo de curiosos que las informaciones de su descubrimiento atraían y lo cual le obligaba a paralizar constatemente sus labores.
Pese a que muchos le consideran el padre de la arqueología moderna, sobre Carter siempre han pesado sospechas de conductas no muy lícitas. Unos recelos que Brier confirma en su último libro.
“Hay mucha evidencia de que Carter sacó objetos de la tumba sin permiso“, asegura.
Sin embargo, el investigador aclaró que no lo hizo con fines económicos. “Carter no se enriqueció, vivió modestamente el resto de su vida”, afirmó.
“Sacó cosas de la tumba haciendo gala de su mentalidad colonial. Creía que la tumba le pertenecía, porque él la descubrió”, dijo, al tiempo que agregó: “Los objetos que sacó se los dio a conocidos y amigos como souvenirs“.
En su libro “Tutankamón y la tumba que cambió el mundo”, Brier cita una carta que un colaborador de Carter le envió, en la cual se quejaba de que éste le dio un amuleto que pertenecía al tesoro del faraón y que jamás se lo advirtió.
Por su parte, Rosenow, quien trabaja en el Instituto Griffith de la Universidad de Oxford, a donde fueron a parar los diarios y archivos de Carter, rechaza beatificar o satanizar al arqueólogo.
“Las personas deben entender que este descubrimiento fue un trabajo que llevó 10 años y que involucró un gran equipo, entre ellos decenas de egipcios que han permanecido en el anonimato. Esta no fue la historia de un solo heroico hombre“, dijo.
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