No pudo salir de su casa durante ocho días.
Ocho días en los que escuchó tiroteos, explosiones y bombardeos. Ocho días en los que tuvo que esconderse, tirarse al suelo y proteger a sus dos hijos.
Elizabeth Campero -46 años, mexicana y profesora- es una víctima más del brutal conflicto armado que hoy afecta a Sudán.
La vida en la capital Jartum, y en muchas otras partes del país, dio un vuelco repentino y dramático el sábado 15 de abril cuando dos fuerzas militares se enfrentaron por el control de esta nación africana.
Desde entonces han muerto más de 400 personas. El conflicto también ha dejado miles de heridos y de desplazados.
Campero logró escapar este lunes, gracias a los gobiernos de México y de España.
Desde Madrid, le cuenta a BBC Mundo cómo fueron sus turbulentos últimos días en Jartum y los detalles de su arriesgada hazaña para huir del país.
Nunca pensé que viviría algo así.
Hasta el sábado 15 de abril, mi vida era completamente normal: trabajaba como profesora de primaria en el Colegio Internacional de Jartum y vivía en una casa ubicada en el barrio Hai Al Raki junto a mi marido y mis dos hijos, de 11 y 13 años.
Ese sábado había citado a mis alumnos al colegio para que trabajáramos en el proyecto final de la primaria. Íbamos a estar ahí entre 8 de la mañana y el mediodía.
Pero a las 9 se empezaron a oír tiroteos. Nunca había sentido algo así.
Me asusté y empecé a ver mis mensajes en mi teléfono. En uno de mis grupos de Whatsapp, de extranjeras en Jartum, empezaron a decir que los tiroteos se escuchaban en diferentes puntos de la ciudad.
Evidentemente era algo organizado y planeado pero nadie sabía exactamente lo que estaba pasando.
Inmediatamente les escribí a los padres de mis alumnos. “Vengan por sus hijos rápido”, les dije. Había peligro.
Los padres llegaron al rato, estaban todos súper asustados. Los niños no entendían mucho la realidad de la situación. Estaban confundidos.
Luego me fui a mi casa. Mi esposo me fue a recoger y a partir de ese día no volvimos a salir.
La cosa se puso mala. Se escuchaban tiroteos, misiles y bombardeos todos los días. Fue un situación realmente horrorosa.
La noche del jueves 20 de abril cayó un misil enorme a unos cinco minutos de mi casa. Fue lo más fuerte que he oído en mi vida. El misil golpeó un edificio que al poco rato estaba incendiado.
Afortunadamente a nosotros no nos pasó nada. Pero tengo familiares de mi esposo, que es sudanés, y amigos a los que les cayeron misiles en sus casas. Sus paredes quedaron totalmente destruidas.
La abuelita de un alumno mío falleció, no sabemos si por culpa de un misil que cayó en su hogar o por una bala loca que entró por su ventana.
Durante los ocho días en que estuvimos encerrados, tuvimos que racionar la comida.
Comíamos una vez al día. Mis hijos desayunaban algo pero yo no. Es que al no saber cuánto tiempo podía durar esta situación, queríamos reducir el consumo lo más posible para que nos durara más tiempo.
Un día, cuando pensamos que estaban las cosas un poco más tranquilas, mi esposo salió porque quería ir a comprar un poco de comida pues teníamos miedo.
Cuando salió, un explosivo cayó en la avenida por donde él iba conduciendo, a solo 500 metros. Los coches de adelante quedaron totalmente destruidos, con gente adentro.
Asustado, se dio la vuelta y regresó a la casa. Y ya no volvió a salir.
Ahora está muy difícil conseguir comida. No están surtiendo los supermercados y nadie se atreve a salir.
Las noches eran agotadoras. Dormíamos todos juntos en la sala. Pusimos colchones contra las ventanas porque a todas las personas que conocíamos les estaban entrando balas perdidas.
Era muy cansador y estresante.
Mi cuñada y el primo de mi marido se fueron a vivir con nosotros. Estaban en un área fatal, donde llegaban los soldados a ocupar sus casas porque decían que necesitaban bases en el área.
Ellos lograron salir del país en un autobús que los llevó a Egipto.
Desde un principio me puse en contacto con la embajada de México en Egipto para saber las posibilidades que teníamos de salir de Sudán.
Un día me comunicaron que había una oportunidad de evacuación con la embajada de España. Me dijeron que nos teníamos que trasladar hasta la residencia del embajador de España.
Pero para llegar hasta ahí teníamos que cruzar áreas muy peligrosas, donde realmente había mucho conflicto y tiroteos.
El sábado (22 de abril) salimos en el auto los cuatro y al rato nos regresamos porque no me sentí segura, me dio mucho miedo. Le pedí a mi marido que nos devolviéramos.
Esa noche me contactaron otra vez desde la embajada para insistirme en que fuéramos, que lo intentáramos.
El aeropuerto de la ciudad estaba bombardeado, entonces yo pensaba que no había ninguna posibilidad de salir en avión. Y por temas de seguridad, no nos explicaban bien cuáles eran nuestras opciones de salir.
Previamente yo había hecho un plan para irme en camión a Egipto. Pero como me insistieron, pensé: bueno, por algo me lo están diciendo, a pesar de los riesgos.
Así que decidimos partir al día siguiente (domingo 23 de abril) a las 5 de la mañana.
Me dijeron que podía llevar el mínimo de equipaje. Empaqué todo rápido. Incluí documentos, certificados. Puse dos pantalones, 3 blusas y un par de zapatos. Cepillo de dientes y ya. Mis hijos y mi esposo igual.
También saqué las fotos de los marcos que tengo en mi casa, los metí en un sobre y me las traje conmigo.
No podía llevarme más. Pero tengo toda mi vida ahí. Todas mis cosas mexicanas que he llevado a través de los años… mis pinturas, mi vajilla de talavera que amo. Sé que suena como una tontera, pero me da tristeza.
Cerré mi casa y espero que algún día pueda volver a abrirla. Pero siento que debería empezar a considerar otra realidad. Quizás no podamos volver en mucho tiempo.
Además, muchas casas han sido saqueadas. No me sorprendería que entraran a saquear a la mía.
Cuando salimos camino a la residencia, las calles estaban vacías, solo se veían a algunas personas caminando con maletas. Un ambiente súper extraño. Afortunadamente nadie nos paró en ningún momento.
Llegamos a las 6 de la mañana. Nos recibieron muy bien. Habían personas que llevaban tres días ahí, esperando la evacuación.
Nos instalaron a todos en el sótano. Afuera, se escuchaban tiroteos constantes. Para agarrar cobertura, teníamos que subir las escaleras. Pero apenas empezaban las explosiones, nos decían: “bájense, bájense”.
Durante el día, un par de veces nos pidieron que nos formáramos como para salir. Pero luego pasaba algo afuera y nos decían: “ok, ahora no podemos”. Hasta que llegó el momento…
A las 5 de la tarde, nos dijeron que pusiéramos nuestras bolsas en una camioneta que nos trasladaría a una base militar donde podríamos tomar un avión.
Cuando nos subimos a la camioneta, una amiga me dijo que un francotirador le había disparado a su vehículo. También habían rumores de que a un convoy, que había salido antes, le habían disparado.
Tenía mucho miedo, todo era muy tenso.
El trayecto duró una hora. Fue la hora más larga de mi vida. La verdad es que íbamos con el riesgo de cualquier cosa.
Pero no pasó nada. Y nuestro avión despegó.
No me sentí a salvo hasta que llegué a Yibuti (país africano que comparte frontera con Etiopía y Somalía).
Ahí nos bajamos del avión y nos llevaron a otro avión, esta vez de la Fuerza Aérea Española.
Aterrizamos en Madrid el lunes (24 de abril). Nos vinimos a la casa de la tía de una muy buena amiga.
No sé qué vamos a hacer, no sé qué pasará con nuestro futuro. Estamos tratando de decidir si nos vamos a México o nos quedaremos aquí o en otro sitio.
Estoy muy agradecida de estar aquí y a salvo pero todavía siento muchísimo lo que la gente está sufriendo allá. Mis amigos, mis familiares… me está costando no poder ayudarles.
Es muy triste lo que está pasando en Sudán porque es la gente inocente la que está sufriendo.
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